CARDENAL SARAIVA MARTINS: LOS 144000 Y LA "MULTITUD" DEL CAPÍTULO 7 EN EL APOCALIPSIS
El libro del Apocalipsis contempla la muchedumbre inmensa que ha pasado por la gran tribulación y ya se encuentra "de pie delante del trono y del Cordero" (Ap 7, 9), alegrándose porque "la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 10), por mérito de Cristo que se entregó hasta la muerte por todos nosotros.
El número de los marcados, 144.000, indica la universalidad de la salvación a la que estamos llamados todos, la totalidad del nuevo pueblo de Israel abierto a todas las naciones. Una comunidad de santos sin fronteras, a pesar de las dificultades externas e internas que han existido en todas las épocas, pues es en la tribulación donde se teje el vestido de la "esposa", la Iglesia.
Los que habitan en la Jerusalén celestial "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14) y "traen palmas en sus manos" (Ap 7, 9), las palmas de su alabanza, de su testimonio y de su gloria. Han participado en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, en el culto eterno que se realiza en presencia de Dios, que ha querido poner su tienda en medio de los suyos.
Nosotros, que aún somos peregrinos en esta tierra, nos asociamos a su triunfo, a la espera de seguir sus pasos por la senda de la santidad, sabiendo que el Señor nos precede, va delante de su Iglesia y nos acompaña por el camino como "peregrinos en tierra extranjera" (Hch 7, 6), guiándonos hasta él, fuente de vida y nuestro último destino, un destino feliz.
Por esto, también hoy, por medio de esta "muchedumbre de intercesores" que ahora ya son "semejantes a Dios" y lo ven "tal cual es" (cf. 1 Jn 3, 2), pedimos la abundancia de su misericordia y su perdón, e incluso nos atrevemos a suplicar: "Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la muerte" (Ct 8, 6), porque el amor es más fuerte que la muerte.
Hemos nacido de Dios y de su amor. Él nos ha llamado y somos sus hijos. En Cristo, por medio del Espíritu, se realiza en nosotros la santidad; al llamarnos a ser sus hijos, nos ha convocado a "ser perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48). Ya somos hijos de Dios, pero no se ha manifestado aún lo que seremos. Esta es nuestra esperanza y en esta esperanza podremos purificarnos en él. Vemos que los santos de todas las épocas y también de nuestro tiempo tuvieron defectos y fueron frágiles y pecadores, aunque se purificaron siguiendo al Señor y con su sangre redentora; fueron fuertes y santos en él. La fragilidad de los santos viene en nuestra ayuda también porque nos muestra el camino por el que podemos salir del pecado y comenzar a vivir desde ahora, y después sin fin, una vida de intimidad con el Padre como única y auténtica alternativa a una vida injusta y mala. Los santos experimentaron nuestras mismas dificultades, e incluso más, pero supieron vencer las tentaciones del maligno y, con la gracia de Dios, vivieron las bienaventuranzas
MISA DE BEATIFICACIÓN DEL P. MARIANO DE LA MATA APARICIO; Catedral de São Paulo, Brasil, Domingo 5 de noviembre de 2006
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