Hoy se celebra la fiesta de San Marcos. ¿Sabéis quién era San Marcos?
Era un niño que vivía con su madre en Jerusalén, de buena familia. El
será el que, precisamente aquí en Roma, se dice, escribirá el segundo
Evangelio, el Evangelio de San Marcos. Precisamente en este Evangelio
cuenta un episodio en el que hay que incluirlo a él también. La noche en
que Cristo fue apresado, en el monte de los olivos, entregado por
Judas, y abandonado por los discípulos, un muchacho, debía ser San
Marcos, se unió al triste cortejo que, a la luz de las antorchas,
conducía a Cristo a Jerusalén, donde sería procesado, insultado y
condenado, como sabéis. Marcos seguía a Jesús. Quizá le quería mucho. El
hecho es que lo seguía, en aquella hora tremenda, mientras los demás
habían huido. Pero sucedió que la tropa que llevaba preso a Jesús se dio
cuenta de la presencia del muchacho; y entonces hubo alguno que trató
de cogerlo, y lo cogió de hecho, agarrando la sábana con que el joven se
había cubierto, que evidentemente se había levantado de la cama
tapándose con aquella sábana. Y sucedió que Marcos, ágil y esbelto, se
soltó y escapó, dejó la sábana en las manos de quien le había atrapado y
también él huyó en la oscuridad de la noche, él también.
¿Sería, acaso,
aquel muchacho animoso al principio y cobarde después, la imagen de
algunos niños del pequeño clero, que primero siguen, buenos, muy buenos,
a Cristo, pero cuando llega el día de serle fieles con constancia y
sacrificio, abandonan la túnica en el camino —y no sólo la exterior— del
niño puro, bueno y devoto, alumno del pequeño clero, y se van más lejos
y son más cobardes, quizá, que los demás? ¿Seréis así también vosotros?
Ciertamente que no, porque sois precisamente niños de una pieza,
inteligentes y animosos.
También porque, como sabéis, aquel muchacho, Marcos, más tarde,
después de la resurrección del Señor, volvió; más aún: fue uno de los
más destacados de la primera comunidad cristiana; acompañó a San Pablo
en la primera parte de su primer viaje misionero; luego siguió a San
Pedro, y recogió las memorias de San Pedro y escribió, como decíamos, el
segundo Evangelio, el Evangelio de San Marcos.
Que este santo evangelista os enseñe a querer bien siempre al Señor; y
para ser siempre fieles, recordad: haced siempre como San Marcos, estad
en la escuela y a la vera de San Pedro, y seréis también vosotros un
poco evangelistas de Jesús (cf. 1 P 5, 13).
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