Por Gilberto Hernández García Adolfo Orozco es un físico mexicano egresado de la Universidad Autónoma de México; desde 1970 se desempeña como investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM. Es socio fundador y Secretario General del Centro Mexicano de Sindonología (estudios de la Sábana Santa) de 1983 a 1998; desde 1999 es presidente del mismo Centro. Es un estudioso del ayate de san Juan Diego donde se encuentra impresa la imagen de Santa María de Guadalupe. Parece una idea común que la ciencia y la fe se oponen radicalmente; sin embargo, usted se asume como un «científico creyente». ¿Cómo concilia estos dos ámbitos? «Para mí la ciencia y la fe son dos aspectos de una misma realidad. La realidad no se agota en el mundo material, pues hay ‘algo’ –mucho– más allá de lo material, y las realidades sobrenaturales como la fe, la bondad o la caridad, no comprenden el simple mundo material. Es como ver un dado cuyas caras estén pintadas de diferentes colores: que el dado tenga una cara azul no excluye que otra de las caras sea roja. Ambas realidades son verdaderas y no se excluyen mutuamente. Así, el mundo de la ciencia y el mundo de la fe, son dos aspectos de una misma realidad que no sólo no se excluyen sino que se complementan». ¿Ser científico le hace mirar a Dios de «una manera diferente»? «Podría decir que la ciencia permite encontrar o descubrir a Dios a través de sus manifestaciones. La fe puede darnos experiencias directas de Dios, y la ciencia nos da experiencias indirectas. No sólo la evidencia del orden, la armonía y la belleza de la creación, sino enfrenarse a la realidad de hechos objetivos, como los milagros documentados en los que la ciencia puede servir de testigo objetivo, excepcional, de una realidad que está mas allá de las capacidades propias de la naturaleza, como la desaparición instantánea de un tumor o el que una persona en éxtasis levite por sí sola y sin ninguna premeditación, o que alguien se pase 20 años alimentándose exclusivamente de la Eucaristía. Estos hechos, constatados observacionalmente, no tienen explicación natural y son ‘pruebas’ de la existencia de una realidad sobrenatural». ¿Sus investigaciones en el campo de la física le han hecho dudar de la existencia de Dios o por el contrario le ayudan a reafirmarla? ¿Qué le haría perder la fe? «En mi caso, nunca he dudado de la existencia de Dios. Estoy conciente de que la ciencia, por sí misma, no puede ni demostrar que Dios existe ni demostrar que Dios no existe, en el sentido de una prueba positiva. Al mismo tiempo, el estudio me ha demostrado que las supuestas incompatibilidades o antagonismos entre la ciencia y la fe siempre han sido producto de confusiones o malas interpretaciones de lo que cada parte del conflicto piensa o cree que dice la otra. Los ateos piensan que los creyentes son dogmáticos y supersticiosos, lo que es falso, y ciertos creyentes piensan que los ateos son malintencionados o mentirosos, lo cual es falso en muchos casos. «Considero que hacer ciencia en forma honesta y objetiva no puede menos que acercarnos al creador del universo. No considero que ningún descubrimiento científico me haría perder la fe, pues estoy conciente de que cualquier contradicción entre la ciencia y la fe es sólo aparente y producto de la insuficiencia de nuestros conocimientos naturales o filosóficos y teológicos». En ocasiones se pretende dar validez a hechos religiosos (pensemos en el caso de la Sábana Santa o el ayate de san Juan Diego) acudiendo a argumentos como «la NASA dice..», «los estudios científicos aseguran…». ¿Tiene la ciencia autoridad para dictaminar la veracidad o no en cuestiones que atañen más a la fe? «La ciencia, en casos de milagros o de objetos inexplicables como los mencionados, sólo puede tener el papel de observador excepcional. Tiene la obligación de agotar todos los recursos a su disposición para tratar de explicar estos hechos, y, si fracasa, debe reconocer honestamente su fracaso, como sucede en Lourdes. Ahí existe una Oficina Médica integrada por médicos especialistas en las diversas disciplinas, de prestigio internacional, muchos sin relación ninguna con algún credo religioso, que han reconocido honestamente más de seis mil curaciones ‘inexplicables por la ciencia’ y de las cuales la Iglesia católica sólo ha reconocido 67 como milagros, esto es intervenciones directas y específicas de Dios para conceder la curación instantánea, completa y permanente. En estos casos, como en el mencionado de la Sábana Santa o de la Imagen de la Virgen de Guadalupe, la ciencia puede atestiguar que ha agotado todo su repertorio de estudios y análisis, y vaciado su bagaje de teorías, hipótesis y suposiciones sin encontrar una explicación natural plausible del fenómeno o del hecho. En estos casos, la ciencia se limita a reconocer que «hasta el momento no hay explicación natural al respecto» Por otro lado, mucha gente de fe tiene prejuicios ante la ciencia, a la que, de entrada, califican de atea. ¿Puede aportar la ciencia «algo» que ayude al creyente común en su búsqueda de Dios? «Es un dato común que normalmente los medios de comunicación masiva dan mayor difusión a los conflictos que a los acuerdos pues es ‘lo que vende’ y en este tema difunden más los aparentes conflictos o le dan voz a quienes promueven el supuesto antagonismo entre ciencia y religión. Esto provoca una reacción en los creyentes que les hace ver con desconfianza y escepticismo ciertos pregonados avances científicos. «También es una realidad que se ha estado desarrollando una ciencia inmoral que ataca la dignidad de la persona humana, como es el caso de la promoción del aborto basada en una actitud individual y egoísta, o el asesinato de embriones para investigación en células madre con el ‘altruista’ deseo de curar enfermedades asesinando niños en gestación, o la manipulación genética para eliminar embriones ‘defectuosos’ por tener la posibilidad de desarrollar una enfermedad hereditaria, o la producción de embriones híbridos llamados quimeras con información genética mezclada de humano y animal. «Todas estas investigaciones hechas en nombre de una ‘libertad de investigación’ mal entendida y que lleva a los investigadores a hacerse como Dios’ al manipular la vida en sus bases más profundas, produce un rechazo natural en las personas mentalmente sanas que se dan cuenta de lo aberrantes que son estos estudios, y este rechazo se extiende muchas veces en forma irracional, y erróneamente al resto de la actividad científica que ha producido avances muy importantes para lograr una mejor calidad de vida tanto para la gente sana como para quienes padecen enfermedades consideradas previamente como incurables». ¿Qué camino vislumbra en la búsqueda del diálogo serio entre ciencia y fe que redunde en bien de la humanidad? «Considero que es muy importante que exista mayor difusión a nivel popular y juvenil del verdadero alcance de la ciencia y la tecnología, de la importancia no sólo de hacer buena ciencia sino, además, de hacer ciencia éticamente justificable. Se deben poner límites éticos a la investigación científica y al mismo tiempo se debe incrementar el conocimiento científico general de la población para que conozca y sepa hacer mayor y mejor uso, ética y moralmente hablando, de las herramientas que la ciencia y la tecnología ponen a nuestra disposición. La ciencia y la tecnología no son en sí mismas buenas ni malas; quienes las aplicamos para el bien o para el mal somos los seres humanos, y en la medida en que logremos que todos en general y las nuevas generaciones en particular seamos mejores como seres humanos, podremos lograr una civilización en la que los valores humanos y cristianos se vivan más plenamente; una auténtica Civilización del Amor, como deseaba el extrañado Papa Juan Pablo II» |
martes, 31 de marzo de 2009
Gilberto Hernández García: ¿DÓNDE ESTÁ DIOS?
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