Recientemente se publicó en Italia un estudio con un título sugestivo que traduciré al castellano: “Por qué debemos tener más hijos. Las consecuencias impensambles de la caída de los nacimientos”.
“El título solo está aludiendo a un problema gravísimo y urgente que ocurre no sólo en Italia sino también en otros países, especialmente de Europa occidental. En regiones, en ciudades, en pueblos donde florecían los niños hasta hace 40 ó 50 años y eran, además, puntos de emigración, hoy se están convirtiendo en pueblos fantasmas o bien tienen que recurrir a una inmigración que aporta valores culturales completamente distintos y es una fuente notable de conflicto.
Se generan conflictos, por ejemplo, porque hace falta mano de obra para trabajos de servicio que no siempre la gente del lugar quiere hacer. Además se invierte la pirámide poblacional: muy pocos jóvenes tienen que mantener a muchos ancianos, pues la vida se prolonga, como sabemos, hasta términos que pasan en varias décadas lo que era el índice normal hace no mucho tiempo.
Este problema no es solamente una cuestión cultural, social, política, sino que es un problema ético y un problema religioso.
¿Y porqué traigo a colación esto? Lo hago porque este año se cumplen 40 de la publicación de la encíclica “Humanae Vitae”, del papa Pablo VI. En esa encíclica el Santo Padre debió discernir, nuevamente, sobre un problema que estaba ya resuelto en la tradición moral de la Iglesia.
Tuvo que volver a dar una respuesta porque se planteaba una fuerte discusión acerca de la moralidad del uso de medios artificiales para impedir la concepción.
El Papa sentenció claramente, en el número 14 del texto de la encíclica, recordando una norma moral que es de orden natural y que señala que no se puede frustrar artificialmente la finalidad procreativa del acto conyugal.
El Santo Padre advertía también sobre las consecuencias que se seguirían de la alteración de la vida matrimonial y del orden familiar. Una de ellas es la que están sufriendo los países que entraron en una especie de invierno demográfico.
Hay que decir que lamentablemente esa Encíclica no fue atendida como correspondía. Incluso dentro de la misma Iglesia se la discutió y se trató de menoscabar la respuesta que el Papa ofrecía en ella.
Hace poco el presidente de “Human Life International” (Vida Humana Internacional) acuñó un concepto que es duro pero muy expresivo. Habla de “anticoncepción clerical” porque dice que fue buena parte del clero la que no obedeció la norma moral que está en el centro de la “Humanae Vitae” y, entonces, deformó la conciencia de los fieles.
En Europa occidental las consecuencias están a la vista. Han caído radicalmente los nacimientos. A veces uno escucha, con asombro, que hay pocas vocaciones, y nosotros mismos nos quejamos de ello. Debemos decir que en esas regiones donde abundaban los niños nunca faltaban vocaciones. ¡Hoy no hay vocaciones por la sencilla razón de que no hay niños, prácticamente no hay nacimientos.
Esta memoria que hacemos de la Encíclica por la Vida Humana de Pablo VI quiere sugerir volver a leer ese texto. Se trata de un problema de reformulación de la conciencia cristiana y de proponer, otra vez, y como un planteo cultural digno de ser atendido, esta norma de orden natural.
El matrimonio fue hecho no sólo para la unión de las dos personas que lo protagonizan sino también para la comunicación de la vida. No se pueden disociar impunemente los dos significados que son el unitivo y el procreativo del acto conyugal.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Alocución televisiva en el programa “Claves para un mundo mejor”
(Sábado 7 de mayo de 2008)
“El título solo está aludiendo a un problema gravísimo y urgente que ocurre no sólo en Italia sino también en otros países, especialmente de Europa occidental. En regiones, en ciudades, en pueblos donde florecían los niños hasta hace 40 ó 50 años y eran, además, puntos de emigración, hoy se están convirtiendo en pueblos fantasmas o bien tienen que recurrir a una inmigración que aporta valores culturales completamente distintos y es una fuente notable de conflicto.
Se generan conflictos, por ejemplo, porque hace falta mano de obra para trabajos de servicio que no siempre la gente del lugar quiere hacer. Además se invierte la pirámide poblacional: muy pocos jóvenes tienen que mantener a muchos ancianos, pues la vida se prolonga, como sabemos, hasta términos que pasan en varias décadas lo que era el índice normal hace no mucho tiempo.
Este problema no es solamente una cuestión cultural, social, política, sino que es un problema ético y un problema religioso.
¿Y porqué traigo a colación esto? Lo hago porque este año se cumplen 40 de la publicación de la encíclica “Humanae Vitae”, del papa Pablo VI. En esa encíclica el Santo Padre debió discernir, nuevamente, sobre un problema que estaba ya resuelto en la tradición moral de la Iglesia.
Tuvo que volver a dar una respuesta porque se planteaba una fuerte discusión acerca de la moralidad del uso de medios artificiales para impedir la concepción.
El Papa sentenció claramente, en el número 14 del texto de la encíclica, recordando una norma moral que es de orden natural y que señala que no se puede frustrar artificialmente la finalidad procreativa del acto conyugal.
El Santo Padre advertía también sobre las consecuencias que se seguirían de la alteración de la vida matrimonial y del orden familiar. Una de ellas es la que están sufriendo los países que entraron en una especie de invierno demográfico.
Hay que decir que lamentablemente esa Encíclica no fue atendida como correspondía. Incluso dentro de la misma Iglesia se la discutió y se trató de menoscabar la respuesta que el Papa ofrecía en ella.
Hace poco el presidente de “Human Life International” (Vida Humana Internacional) acuñó un concepto que es duro pero muy expresivo. Habla de “anticoncepción clerical” porque dice que fue buena parte del clero la que no obedeció la norma moral que está en el centro de la “Humanae Vitae” y, entonces, deformó la conciencia de los fieles.
En Europa occidental las consecuencias están a la vista. Han caído radicalmente los nacimientos. A veces uno escucha, con asombro, que hay pocas vocaciones, y nosotros mismos nos quejamos de ello. Debemos decir que en esas regiones donde abundaban los niños nunca faltaban vocaciones. ¡Hoy no hay vocaciones por la sencilla razón de que no hay niños, prácticamente no hay nacimientos.
Esta memoria que hacemos de la Encíclica por la Vida Humana de Pablo VI quiere sugerir volver a leer ese texto. Se trata de un problema de reformulación de la conciencia cristiana y de proponer, otra vez, y como un planteo cultural digno de ser atendido, esta norma de orden natural.
El matrimonio fue hecho no sólo para la unión de las dos personas que lo protagonizan sino también para la comunicación de la vida. No se pueden disociar impunemente los dos significados que son el unitivo y el procreativo del acto conyugal.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Alocución televisiva en el programa “Claves para un mundo mejor”
(Sábado 7 de mayo de 2008)
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