sábado, 8 de septiembre de 2012

MONSEÑOR THOMAS WENSKI: CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LA CARIDAD

Homilía predicada por el Arzobispo Thomas Wenski en la fiesta de Nuestra Señora de la Caridad, marcando 400 años de su hallazgo y presencia en la historia y la vida del pueblo cubano. 
American Airlines Arena, Miami, 8 de septiembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas, ¡ha llegado por fin el esperado día!--la gran celebración de amor y fe, que a lo largo de todo un trienio preparatorio se ha venido gestando para honrar a nuestra Madre del Cielo, María de la Caridad.

Es ésta una tarde feliz porque, unidos en la fe, festejamos los 400 años del hallazgo de su bendita imagen en aguas cubanas. Son cuatro siglos de presencia de Santa María de la Caridad en la historia y la vida del pueblo cubano; de presencia amorosa en medio de su pueblo y en el corazón de todos sus hijos que, dentro de la patria o dispersos por el mundo como nunca antes, no han dejado jamás de experimentar la maternal asistencia y la intercesión protectora, de la que con cariño y confianza también llamamos Cachita.

Hace cuatro siglos vino a nosotros desafiando las olas del mar y la tormenta, para acompañar a sus hijos en todas la tormentas de su historia, personal y nacional; para consolar a los que sufren, alentar a los desanimados, y llenar de confianza y fortaleza a todo un pueblo. Ella nos escogió. Ella vino a buscarnos para llevarnos a Cristo. De la espuma del mar se fue a las montañas y a los llanos; a los campos y ciudades, a los bohíos y a las casas de ricos y pobres, porque sabe que todos tenemos necesidad de su Hijo y de ella.

Se fue a la manigua para alentar los deseos y afanes de libertad de los mambises. Ella sostuvo a Céspedes, Gómez, Agramonte, y a Antonio DE LA CARIDAD Maceo y Grajales, el Titán de Bronce, y también a los más humildes soldados que lucharon por la libertad de Cuba. Llegó la Virgen marinera para echar su suerte con los pobres de la tierra; para animar a los que sufren, para alentar a los desanimados, para llenar de confianza y fortaleza a todo un pueblo. Ella ha sido siempre nuestra mejor evangelizadora, la gran convocadora, la madre fiel que siempre ha estado allí, para cubrir con su manto nuestro corazón adolorido.

Y nunca ha dejado de acompañarnos, ni en los momentos de sacrificio y coraje junto a los mambises, que dieron su sangre para conseguir la ansiada independencia, ni en los tiempos de bonanzas, turbulencias y esperanzas de la joven república.

Pero también la Virgen Mambisa ha sabido sufrir con su Iglesia cuando el oscurantismo marxista la hería y diezmaba, y supo estar al pie de la cruz de sus hijos, mientras morían fusilados gritando Viva Cristo Rey.  Así estuvo, en medio de las alambradas de tantas prisiones y de los campos de trabajo forzado de la UMAP.

Siempre ha estado con sus hijos, lo mismo en años pasados que en tiempos recientes. Y estuvo presente en las estampitas que ocultaban en los armarios, aquellos que se vieron forzados a sobrevivir negando en público su devoción, así como también en las medallas al cuello de los que, con la frente en alto, transmitieron, transmiten y siguen legando a hijos y nietos, el preciado don de la fe.

Presente en la isla y en el destierro, continúa prodigando su amor de madre, hoy como ayer, en las prisiones que no acaban de vaciarse y en medio de las mujeres que caminan reclamando libertad. Presente acompañando a todos los que, dentro y fuera de Cuba, luchan por el respeto a la dignidad humana y labran un futuro de libertad, justicia y paz. Así nos acerca ella al día, en que el amor a su Hijo será el cimiento eficaz para que, como le pedimos siempre, todos los cubanos seamos hermanos. Y por supuesto que hoy sigue siendo "causa de nuestra alegría", inundando de gozo los corazones de incontables hijos que pudieron recibirla y saludarla, cuando en su reciente paso por cada rincón de la Isla demostró que sigue siendo, y será por siempre, la Madre de los Cubanos.

La Virgen de la Caridad vino a estas tierras para acompañar a sus hijos exiliados. Viajó oculta en una maleta, desde una embajada, como un refugiado más, y aquella noche de 1961 llegó a Miami para animar la primera gran celebración que en el Stadium Bobby Maduro reunió a más de 30,000 creyentes para orar por Cuba y su libertad. En aquella multitudinaria celebración eucarística, la Virgen de la Caridad mostró sus hijos a la Iglesia del sur de la Florida, como solía recordarnos Monseñor Román. Ella, a través de sus hijos exiliados cubanos, le abrió las puertas a todos los que invocamos a Dios en español en esta bendita tierra.

A la recién creada diócesis de Miami le habían nacido de repente miles de nuevos miembros que, aunque hablaban otra lengua querían dar su aporte, su amor, su fidelidad y su ímpetu misionero a la Iglesia que los acogía; así, con generosidad y entrega ayudaron al crecimiento y a la fundación de parroquias, colegios, ministerios y movimientos que cambiaron el rostro espiritual de esta Iglesia que vive su fe en Miami.

Santa María de la Caridad es la madre fiel y confidente que ha guiado a sus hijos, que en gran número han tenido que marchar a otras tierras en busca de libertad, y los ha protegido por los duros caminos de la diáspora. Con ellos ha ido a los más lejanos rincones del mundo y sus hijos, con agradecimiento y cariño, han extendido su devoción allá donde han levantado su tienda.

Por eso aquí, en Miami, un hijo suyo predilecto como Monseñor Agustín Román, con la ayuda de Dios y la generosidad de tantos, pudo levantarle una casa, nuestra querida Ermita, desde donde su solícito cuidado se extiende no sólo al pueblo cubano, sino a todos los pueblos que conforman el hermoso crisol de culturas y tradiciones que es el sur de la Florida.

En lo alto de su trono del Santuario del Cobre y también de nuestra Ermita, la vemos triunfante con su Hijo en brazos, sostén de la fe de todo un pueblo, rodeada de millares que, en las dos orillas de la nación cubana, quieren mostrarle su agradecimiento eterno; hombres y mujeres de cualquier edad y condición que se acercan a colocar a sus pies la invaluable ofrenda de un amor, purificado en la prueba y acrecentado en el tiempo. Es ese amor a la Madre de Dios que ni el materialismo ateo, ni el práctico, han podido destruir o desterrar de sus vidas.

Hoy entre nosotros hay muchos que sienten la desesperanza y piensan que las plegarias por la libertad de la patria parece que no encuentran repuesta. Pasan los años y con ellos desaparecen pilares y referentes que animaban nuestro exilio. Hombres y mujeres que han orado y luchado por ver a Cuba libre. Esta noche sentimos la ausencia del Padre Luis Pérez y de nuestro querido Monseñor Román y de tantos otros, obispos, sacerdotes, religiosas y laicos que han partido hacia la casa del Padre sin haber visto cumplido el sueño de una Cuba libre. Y recordamos especialmente a Osvaldo Payá Sardiñas y a Harold Cepero, y con ellos a todos los que han sacrificado sus vidas por una Patria con todos y para el bien de todos.  Todos ellos desde el abrazo del Padre de los cielos nos acompañan en esta noche, unidos a nosotros bajo el manto amoroso de la Virgen de la Caridad. Junto a ellos repetimos la misma jaculatoria que rezaban los mambises: ¡Virgen de la Caridad, cúbrenos con tu manto!  Si, cúbrenos con tu manto para que – en las palabras del Papa Benedicto al despedirse de Cuba – “Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos donde convivan la justicia y la libertad en un clima de serena fraternidad.”

La Virgen nos invita una vez más a la esperanza, a confiar en el tiempo de Dios, en la sabiduría infinita y providente del Padre de todos y Señor de la historia.  La gran tentación, la peor tentación, es desconfiar de Dios. Muchas veces, en el desierto, el pueblo de Israel desfalleció en el camino, se sintió frustrado y desconfió del Dios que lo había liberado de la esclavitud. Y no sólo eso, se vio tentado de querer regresar a las cadenas de Egipto. Como ellos, también nosotros podríamos desalentarnos y desconfiar de las promesas de Dios. El pueblo de Israel aprendió sobre la marcha que Dios es fiel, que sus promesas son eternas, y que después del desierto siempre se llega a la tierra prometida; una tierra que es anticipo de una gloria, a la que sólo se llega después de la cruz. Ese fue el camino de fe del pueblo de Israel, el camino transitado por Jesús y por su Iglesia a lo largo de los siglos, y que cada cristiano está llamado a recorrer en la esperanza y la confianza.

Es a esa confianza y esperanza que nos llama hoy María de la Caridad. El pueblo cubano anhela la libertad de su Patria, y jamás deberá perder la esperanza de que ese anhelado momento pronto llegará. Y en este empeño nos anima la Virgen Mambisa: la mujer libre que quiere invitarnos, una vez más esta noche, a ser libres de espíritu, porque no pueden caer las cadenas de las manos si no han caído primero las cadenas del corazón. 

El evangelio de San Lucas nos ha presentado hoy la hermosa escena de la Anunciación. El diálogo que escuchamos nos pone ante la vista y el corazón a una María que, sin comprender del todo aquello que Dios le propone, lo acepta inmediatamente, sin duda alguna, porque ella sabe en quien se ha confiado. El evangelista nos presenta a María como el modelo perfecto del creyente, que sin entender el alcance y significado de los planes de Dios en la historia y en su vida, es capaz de pronunciar un sí incondicional, sin reservas y contra toda esperanza. El "hágase" de María se convierte en la clave perfecta del ser cristiano, que encuentra en la Madre de Dios no sólo el auxilio y amparo constante de una madre amorosa, sino también un humano ejemplo de perfecta confianza y disponibilidad a Dios. Sin comprender lo que sucede con su Hijo, María guardará todos sus desvelos, angustias y dolores en el corazón, en ese lugar profundo donde sólo Dios puede llegar. Y hoy sentimos el gozo de estar en una gran fiesta; una fiesta en honor de esa mujer de fe firme y confianza total: la Madre de Jesús, la Madre de la Iglesia, la Madre nuestra. 

En la primera lectura, por boca de Isaías, escuchamos como Dios le dió a Acaz una señal: el anuncio del Emmanuel, Dios-con-nosotros. Más que hacer una extraordinaria profecía, el Señor define la realidad del Hijo Redentor: Cristo es aquel que siempre está y estará-con-nosotros. En las buenas y en las malas. Cristo es el Hijo de Dios que comparte nuestro presente, que está a nuestro lado en todo momento, especialmente en los tiempos difíciles de nuestra vida. Que clama desde lo hondo de nuestra realidad llamándonos a la vida, a la plenitud de la alegría, a la más sentida y sincera confianza. El es el Señor de nuestra historia, el Dios de nuestra vida y de nuestra Esperanza. Es éste el regalo que María acogió primero en su seno con confianza, el que trae entre sus brazos como vemos en la bendita imagen hallada en Nipe, y que una vez más quiere que acojamos con humildad y amor. 

Como ella, también nosotros queremos abrir nuestros corazones y nuestras vidas al don de Dios, quizás sin entender del todo sus planes, y sin comprender el misterio de la verdad que siempre vence a la mentira, y de la bondad que siempre vence a la maldad. Y sin saber el cómo y el cuándo de ese final que El nos tiene preparado, quisiéramos decir siempre como ella: "Señor, hágase en mi según tu palabra" así, de esta manera, nos convertimos en discípulos de fe y misioneros de la esperanza como nos reta el lema de nuestro sínodo que se celebrará durante el Año de Fe que comenzará el próximo mes de octubre.

Hermanos y hermanas, hoy, como culmen de este gran jubileo, coronamos la imagen de Nuestra Señora de la Caridad. Es un momento muy especial porque con este rito, la Madre Iglesia quiere confirmar la devoción de todo un pueblo a esta bendita imagen y lo que ella representa; devoción que nos reúne a todos esta noche, como nos ha reunido cada 8 de septiembre durante medio siglo. El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, coronó la imagen de la Virgen de la Caridad en Santiago de Cuba, durante su visita a Cuba en el año 1998. El Papa Benedicto XVI le concedió el honor de la Rosa de Oro durante su reciente visita al Cobre. De manera semejante, hoy, esta Iglesia de Miami coronará a la Reina de su pueblo, que es también co-patrona de esta arquidiócesis.

Con este hermoso rito, en este día de fiesta, elevamos a ti, Virgen de la Caridad y Mambisa, Madre de nuestra esperanza, el afecto de nuestros corazones, y esta súplica permanente:

¡Virgen de la Caridad del Cobre, ruega por nosotros!;
¡Virgen de la Caridad del Cobre, ruega por nosotros!;
¡Virgen de la Caridad del Cobre, salva a Cuba!
Amén

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