«¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen?Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: “Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado.”«Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: “Demonio tiene.” Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.” Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos.»
El juicio de Jesús sobre su generación es realmente contundente, son como niños que no aciertan a recibir la gracia que Dios dispensa para un tiempo determinado. Juan Bautista con su austeridad de vida invitaba a la conversión y a la penitencia, y los jefes religiosos desoyeron sus palabras rechazándolas e incluso tramaron contra su vida. Estaban invitados a llorar por sus propios pecados y arrepentirse, y en su lugar, criticaban al Bautista y le trataban de endemoniado. Estaban tan ciegos, que juzgan al Bautista como endemoniado. Llamaban, dice san Cirilo, poseído por el demonio "al que mortifica la ley del pecado oculta en sus miembros".
El Bautista les parece demasiado austero y rigorista, y Jesús es condenado por oposición con él, se dice que en lugar de ayunar, come y lo hace con los que son considerados pecadores. Descalifican a los hombres de Dios, porque tienen sus corazones corrompidos, las razones que esgrimen son banales. Esto es lo que ocurre con el ejemplo de los niños en las plazas.
Hoy diríamos, y de hecho lo vemos, NO LES SIRVE NADA, todas son excusas que se proponen para no enfrentar el pecado con sus consecuencias y la necesidad de conversión. Esto los incapacita para reconocer la gracia de Dios en cada momento de la vida, como dice la Escritura, " todo tiene su tiempo bajo el sol".
Llegó el Bautista que preparaba el camino para el Mesías, y fue rechazado, luego llegó el Mesías y fue crucificado. Para algunos, la verdad es como un juego de niños caprichosos, que no alcanzan a reconocer en la austeridad del Bautista, ni en la familiaridad y alegría de Jesús.
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