miércoles, 11 de enero de 2017

HORACIO BOJORGE: LA TENTACIÓN

Hay muchas tentaciones. Pero Jesús parece referirse aquí a una particular que es la raíz de todas o a la que todas pueden reducirse. En la clave del pensamiento filial, podemos interpretar que es aquella tentación que nos hace caer del amor filial, que nos aparta del amor al Padre hacia otros amores alternativos.

La tentación es inevitable. Adán y Eva fueron sometidos a ella aún antes del pecado original, es decir, siendo aún seres humanos inocentes. La tentación no es, por lo tanto, una consecuencia de la condición pecadora de la naturaleza humana caída por el pecado original. 

La tentación es algo inherente a nuestra condición de creatura libre y espiritual, que ha de elegir libremente responder con amor al amor de Dios. Es decir que, el bien y el mal, que se propone a la elección de la persona humana, no son de naturaleza material ni abstracta. El bien del hombre, como creatura compuesta que es - por su cuerpo, animal, material y orgánica, y por su alma, espiritual -, es, sin duda complejo y compuesto. Hay ‘bienes’ que el hombre tiene en común con los seres materiales, animales y orgánicos, como por ejemplo los alimentos. Y hay bienes que tiene en común con los seres espirituales. Pero el Bien adecuado para un ser de naturaleza personal, ha de ser otra persona. La tentación o la prueba no es otra cosa, que elegir a quién amar. Lo que se decide en la prueba o tentación es: si me juego por la comunión con las Tres Personas divinas; o con los bienes que me propone el Tentador. 

La disyuntiva que propone Jesús como la más habitual, es “servir a Dios o al dinero”. Una vez que, por la caída de Adán y Eva,  ha sobrevenido el pecado original, quedamos con una voluntad debilitada para elegir bien. Es decir, para elegir a Dios una y otra vez y en todas las situaciones, por arduas que sean. Por eso, Jesús nos enseña a pedir la gracia que nos asista para no caer en la tentación: para no elegir mal. Elegir mal, no quiere decir solamente elegir un mal en vez de un bien, sino también un bien menor en vez del Bien mayor, adecuado a nosotros.

La elección del bien es un acto de la virtud cardinal de la Prudencia en la que entran en juego las demás virtudes cardinales que hacen posible el acierto en la elección: justicia, fortaleza y templanza. Y la tentación es una propuesta a nuestra prudencia. Que no nos deje el Padre errar en esa decisión es lo que nos hace pedir el Hijo.

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