1. Al meditar en el Salmo 8, admirable himno de alabanza, se
concluye nuestro largo camino a través de
los salmos y de los cánticos que constituyen el alma de la oración de la
Liturgia de Laudes. Durante estas catequesis nuestra reflexión
se ha detenido en 84 oraciones bíblicas, de las que hemos tratado de destacar
en particular su intensidad espiritual, sin descuidar su belleza poética.
La Biblia, de hecho, nos
invita a comenzar el camino de nuestra jornada con un canto que no sólo proclame las maravillas
realizadas por Dios y nuestra respuesta de fe,
sino que además lo haga «con arte» (Cf. Salmo 46,8), es decir, de
una manera bella, luminosa, dulce y fuerte al mismo tiempo.
Espléndido como ninguno es el Salmo 8, en el que el hombre, sumergido
en la noche, cuando en la inmensidad del cielo se iluminan la luna y las
estrellas (Cf.versículo 4), se siente como un
granito de arena en la infinidad y en los espacios ilimitados que lo
envuelven.
2. En el corazón del Salmo
8, de hecho, emerge una doble experiencia. Por unlado, la persona humana se
siente como aplastada por la grandiosidad de la creación, «obra de tus dedos»
divinos. Esta curiosa expresión sustituye a las «obras de tus manos» (Cf.
versículo 7), como queriendo indicar que el Creador ha trazado un designio o un
bordado con los astros resplandecientes, arrojados en la inmensidad del
cosmos.
Por otro lado, sin embargo,
Dios se inclina sobre el hombre y le corona como si fuera su virrey: «lo
coronaste de gloria y dignidad» (versículo 6). Es más, a esta criatura tan frágil le confía todo el universo para
que pueda conocerlo y sustentarse (Cf. versículos 7-9).
El horizonte de la
soberanía del hombre sobre las criaturas queda circunscrito, en una especie de
evocación de la página de apertura del Génesis: rebaños, manadas, animales del
campo, aves del cielo y peces del mar son entregados al hombre para que les
dé un nombre (Cf. Génesis 2, 19-20), descubra su realidad profunda,
la respete y la transforme a través del trabajo y se convierta en fuente de belleza y de vida. El Salmo nos
hace conscientes de nuestra grandeza y de nuestra
responsabilidad ante la creación (Cf. Sabiduría 9, 3).
3. Releyendo el Salmo 8, el
autor de la Carta a los Hebreos percibe una comprensión más
profunda del designio de Dios para el hombre. La vocación del hombre no puede
quedar limitada en el actual mundo terreno; al afirmar que Dios ha puesto «todo» bajo sus pies, el salmista
quiere decir que le somete también «el mundo venidero» (Hebreos 2,
5), «un reino inconmovible » (12,28). En definitiva, la vocación del hombre es
la «vocación celestial» (3,1). Dios quiere llevar «a muchos hijos a la
gloria» (2, 10). Para que se pudiera realizar
este proyecto divino era
necesario que la vocación del hombre encontrara su primer cumplimiento perfecto
en un «pionero» (Cf. Ibídem). Este pionero esCristo.6
El autor de la Carta a los
Hebreos ha observado en este sentido que las expresiones del
Salmo se aplican a Cristo de manera privilegiada, es decir, más
precisa que para el resto de los hombres. De hecho, en el original el Salmista
utiliza el verbo «rebajar», diciendo a Dios: «Lo rebajaste a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad» (Cf. Salmo 8,6; Hebreos 2, 6). Para cualquier
persona este verbo es impropio; los hombres no han sido «rebajados»
a los ángeles, pues nunca han estado por encima de ellos. Sin embargo, en
el caso de Cristo, este verbo es exacto, pues en cuanto Hijo de Dios, él se
encontraba por encima de los ángeles y se hizo inferior al hacerse hombre,
después fue coronado de gloria en su resurrección. De este modo, Cristo
cumplió plenamente la vocación del hombre y la cumplió, precisa elautor,
«para bien de todos» (Hebreos 2, 9).
4. Desde esta perspectiva,
san Ambrosio comenta el Salmo y lo aplica a nosotros. Comienza con la
frase en la que se describe la «coronación» del hombre: «lo coronaste de gloria
y dignidad» (versículo 6). En esa gloria, él vislumbra el premio que el
Señor nos reserva cuando hemos superado la prueba de la tentación.
Estas son las
palabras del gran padre de la Iglesia en su «Tratado del
Evangelio según San Lucas»:
«El Señor ha coronado también de gloria y magnificencia a su amado. Ese
Dios que desea distribuir las coronas, permite las tentaciones: por ello,
cuando seas tentado, recuerda de que te está preparando la corona. Si
descartas el combate de los mártires, descartará también sus
coronas; si descartas sus suplicios, descartarás también su dicha»
(Edición en italiano IV,
41: Saemo 12, pp. 330-333).
Dios prepara para nosotros
esa «corona de justicia» (2 Timoteo 4, 8) con la que recompensará nuestra
fidelidad que le demostramos incluso en los momentos de tempestad que sacuden
nuestro corazón y nuestra mente. Pero en todo momento él está atento para
ver qué es lo que le pasa a su criatura predilecta y quiere que en ella
brille para siempre la «imagen» divina (Cf. Génesis 1, 26) de modo que sea en el
mundo signo de armonía, de luz y de paz.
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