martes, 11 de marzo de 2014

JOSÉ LUIS DIMAS ANTUÑA: CONSOLACIÓN DE UN BAUTIZADO

A Rafael Gigena van Marke (Sin fecha)

Consolación de un bautizado afligido
[Encabeza la copia mecanografiada, que no trae fecha alguna, una nota manuscrita de Juan Antonio Spotorno que dice:] "Dimas Antuña escribió esta admirable carta a mi pedido. [fdo.:] Juan Antonio"

Querido amigo:

Su última carta me da mucha pena y quisiera contestársela lo más íntimamente que me sea posible: haga de cuenta que no soy quien le escribe, y que esta carta es la palabra de un ángel que habla con su alma. Y desde luego que yo se la escribo con lágrimas, que es la única manera de entrar en la presencia de Dios y hablar al corazón de un amigo.

Primero tengo que decirle que no tiene Ud. nada que agradecerme, y que soy yo quien debo agradecerle a Ud., y a Dios, el favor que me hace de poder ser útil en algo. Así, pues, no me diga que lo que le he enviado le humilla: el humillado y confuso soy yo de no poder hacer más, mucho más, para asistirle y servirle en su dignidad de pobre y en su dignidad de enfermo. Dios le ha elegido para unirlo a sí en el misterio más alto de su vida, que es su Pasión, hecha toda ella de pobreza, dolor y abandono: yo veo su alma con toda verdad puesta en las llagas del Hijo de Dios... Piense, pues, cuál será mi confusión delante de Ud., y no por Ud. mismo, sino por lo que Dios hace en Ud., aunque Ud. no lo sepa y aunque yo apenas pueda verlo.

Mi querido amigo, Ud. se ha quejado alguna vez de mi sequedad y del eco que podían hallar sus quejas (tan justas) en mi corazón. Y bien, quiero decírselo con toda claridad: como amigo suyo y como hombre, como simple hombre nacido de mujer, yo no sé qué contestarle y su sufrimiento me sume en la más completa oscuridad. El dolor es una cosa que pide mejores ojos que los de la cara, y aún que los del corazón: en el dolor hay una oscuridad tan terrible que sólo con otra oscuridad semejante podemos entrar en él y ver algo y decir algo que no sea vano. Sí, solamente la fe está proporcionada al dolor, y yo me avergüenzo de no haber podido hablarle a Ud. antes de ahora contestando sus cartas con espíritu de fe, mirando su alma con los ojos de la fe y acercándome verdaderamente a Ud., no por afuera y como de visita, sino por dentro y en verdadera unión con la Pasión de Nuestro Señor. Quiero, pues, decirle una cosa que creo que responde a lo más íntimo de su carta: Ud. y yo, y todos los que hemos sido bautizados, estamos en Cristo [Con letra esparcida en el original] como pueden estar los peces en el mar o las aves en el aire. En él somos, vivimos y nos movemos, y en él se desarrolla y crece nuestro bautismo, la vida divina que recibimos en nuestro bautismo, conforme a un designio que Dios tiene sobre cada una de sus criaturas, designio que ignoramos por completo, que acaso ni los mismos ángeles conocen, pero que es una cosa tan perfecta, tan precisa, tan infalible que podemos decir que Dios conoce a cada uno de nosotros "por su nombre".

Entrar en ese misterio de por qué hemos sido creados y por qué hemos sido bautizados, nos es imposible: pero aceptarlo, vivirlo, recibirlo enteramente y directamente de las manos de Dios, eso sí lo podemos hacer, y Dios mismo nos pide que lo hagamos para que en ese fiat oscuro y eficacísimo, (pues es el fiat (Fiat, las dos veces escrito con espacio en cada letra) de la criatura al que todo lo puede) él pueda santificarnos y manifestar en nosotros algunos secretos de su gloria. ¿Y qué estoy diciéndole con todo esto? ¿Estoy divagando? ¿Me olvido de su carta, de los sufrimientos y de la desolación de que me habla su carta? No, mi amigo [Las palabras mi amigo parecen estar tachadas en la copia]. Sólo quiero decirle cuánto me apena su carta para poder contestarla ahora palabra por palabra; Ud. ha nacido para ser querido, sí, y la soledad le aterra, y se siente desolado, y no ve el término de sus sufrimientos...

Créame que todo lo que Ud. padece a mí me aflige, me aflige de veras, pero, dígame, por favor, y si nos pusiéramos en presencia de Dios, si nos pusiéramos un poco sobre el pecho de Cristo, y espantáramos un poco esos pensamientos interminables e insolubles que están continuamente rodeándonos como insectos inútiles y cansadores, ¿no cree Ud. que en ese descanso, en ese cerrar los ojos y quedarnos quietos sobre el pecho de Cristo, oiríamos una palabra de consuelo y hallaríamos la verdad de nuestra propia vida?

Por lo menos allí hallaríamos la única palabra posible, la única palabra que estaría a la altura de nuestra desdicha, de nuestra nada y de nuestro dolor; la única palabra viva y no vana. Nosotros vemos la parte negativa, el límite y la usura de todas las cosas, y cuando Dios nos muestra lo positivo de todo eso, lo que él hace en nosotros con el dolor, con la desolación, con la soledad, después de haber entrado en la oración para quejarnos salimos de ella pidiendo a Dios que siga haciendo su obra, que es inmensa, y nos avergonzamos y no nos explicamos cómo hemos podido pedir otra cosa o desear otra cosa que no sea la voluntad de Dios.

Mi querido amigo, cuando Ud. va a ponerse delante del tabernáculo no vaya a preguntarle al Señor. - ¿por qué, Señor? ¿por qué? Esa es una pregunta filosófica; esos por qué los veremos todos en la visión beatífica. No, no pregunte Ud., no hable Ud., póngase allí para oír [subrayado]: quédese quieto, quietito como un niño, y como un niño que sufre, y oiga; y vea que el Señor le tiene a Ud. consigo en la cruz, y que una preferencia tan grande no puede ser sino para algo muy grande. Sé de un amigo que en un momento de desesperación pedía a Dios cualquier cosa, con tal de no ser aquello que sufría; y fue reprendido con estas palabras: - Pero entonces, Ud. quiere elegir su cruz!

Claro que si elegimos la cruz ya no es cruz, sino entretenimiento; ya no es la obra de Dios en nosotros, sino nuestra voluntad y nuestra iniciativa en Dios.
Con el fuego no se juega, con el dolor no se juega. Todo esto viene de Dios directamente y lleva a él directamente, y nos transforma en él de una manera que no sabemos. Ud. está desolado, pero no está solo; Ud. teme la soledad, y la soledad que lo rodea está llena de la presencia de Dios que le ama; Ud. se aterra de su nada, y por esa nada, por llegar a esa nada, todos los santos han luchado, porque esa nada toca las raíces mismas del sér (sic), y de esa nada salen las obras de Dios, las obras perfectas, las que él hace en nosotros, las que nos llevan del sudor de sangre a aquella paz y entrada del alma a Dios, en que Dios mismo nos dice de una manera inefable: - Eres mi hijo, hoy te engendro.

¿Es nada todo esto? ¿Es poco todo esto? Haber sido creados, bautizados, apartados de todos los hombres, reducidos a nada, puestos en la soledad, trabajados por el dolor, y qué dolor, qué tristeza, y qué desolación. ¿Y todo esto para qué? Para que no se perdiera nuestro bautismo; para hallar a Dios, y para hallarlo realmente, en la realidad de su presencia, en la participación de lo más alto de la vida humana de Dios, que fue el aniquilamiento y la desolación de la cruz.
Yo no sé qué le parecerá a Ud. esta carta: léala, por favor, más allá del texto, en la intención con que la escribo y en lo que quiero decirle más bien que en lo que le digo realmente. Haga de cuenta que no me dirijo a Ud. sino a su situación, a su dolor, a todo lo que en su alma parece pura pérdida, y que realmente estaría perdido si no fuera que el Señor ha venido a buscar "lo que estaba perdido".

 ¿Por qué me dice que tiene poco coraje? ¿Qué sabe Ud.? Muchos creen que tienen poca virtud y sin embargo Dios los tiene de su mano, y no caerán nunca, y llegará día en que vean el por qué, y el término, y el objeto de su sufrimiento. ¿No ha leído Ud. en la Escritura que Dios dice: Mis pensamientos no son como vuestros pensamientos? Y tampoco sus obras; y por eso es tan oscuro todo lo que hace. Tenga ánimo, mi buen amigo. Yo no le pido un optimismo psicológico, una alegría sentimental, falsa y necia, que cierre los ojos a la evidencia inmediata: lo que yo le pido es que, puesto en ese límite de dolor y sufrimiento a que Dios lo ha llevado, se ponga Ud. en la presencia de Dios y pase Ud., por aceptación íntegra y generosa de todo eso, a la participación de la Pasión de Cristo, que es lo que habrá de liberar su alma. Yo no quiero engañarle a Ud. (con esa repugnante técnica de mentiras con que se rodea a los enfermos), ni decirle: - Ud. no sufre. Ni quiero tampoco que me diga: - Yo no sufro. Lo único que le pido es que mire si en ese sufrimiento no hay algo más que el sufrimiento mismo. Y no diga que sus cartas me cansan, que son tristes, que traen siempre el mismo tema: Ud. sufre y me confía su sufrimiento, ¿puede haber mayor prueba de amistad? Escríbame, que eso será un bien para Ud., y será un bien para mí, pues yo llevaré su carta, lo que me dice su carta, cuando voy a misa, cada día, para no presentarme con las manos vacías. ¡Fíjese Ud. lo que me da para ponerlo en el altar y en el cáliz, para ofrecerlo cada día al Padre junto con la Sangre del Hijo!

Vuelvo a decirle, ni su vida, ni mi vida, ni la vida de ningún hombre tiene sentido fuera de esa presencia de Dios a que Dios nos llama. Un santo dice: Vides crux, non vides unctio. Ves la cruz, no ves la unción: ves y sientes lo que padeces, pero no ves lo que Dios hace en ti con tus padecimientos, no ves la unción real y sacerdotal, no ves la semejanza filial que Dios está formando en tu alma. Si pudiéramos ver esto moriríamos de alegría. Por haber gustado los santos algo de esto han pedido a Dios y se han infligido a sí mismos todos los tormentos imaginables. Nosotros no somos santos pero estamos bautizados y por ahí somos miembros de Cristo. ¿No cree Ud. que en esto hay un misterio grande y una esperanza que no engaña? Perdóneme esta carta demasiado larga... [No sabemos cómo se despide y firma Dimas Antuña, pues no disponemos del original].

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