martes, 23 de julio de 2013

MONSEÑOR OSCAR A. RODRÍGUEZ MADARIAGA: QUÉ SIGNIFICA SER DISCÍPULOS


El primer punto es difícil, pero es una realidad innegable de la que debemos partir: Nadie nace discípulo de Jesús. Para ser discípulo es necesaria la conversión (Metanoia, en griego), el cambio de mentalidad. Es doloroso decirlo, pero para muchas personas no es normal ser bueno, no es normal pensar cómo piensa Jesús, actuar como actúa Jesús. Lo normal, lo espontáneo parece que es otra cosa... Ser discípulo, entonces, exige un renacer (Jn. 3, 16). Y si nacer y hacer nacer cuesta (esto pueden confirmarlo las damas que son madres), el renacer también. “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio.” (Mc. 1, 15) “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que todo el que crea en El no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16) Es difícil porque uno llega a acostumbrarse a todo, incluso –y sobre todo- llegamos a acostumbrarnos a nosotros mismos, a nuestros defectos, a nuestro pecado. Y buscamos cualquier cosa que nos 6 justifique tal y como somos, que no nos incomode, que no cambie nuestro panorama. Estamos acostumbrados a buscar soluciones fáciles... la eutanasia, el divorcio, el aborto, el matrimonio gay... Todas estas opciones intentan solucionar nuestras insatisfacciones, pero solamente las disfrazan y las aumentan. 

Por eso la conversión es difícil. Porque lo único que realmente colma y da sentido a nuestra existencia, y soluciona nuestras insatisfacciones, es darnos cuenta que no estamos aquí para este mundo, sino para la eternidad, para buscar la eternidad. 

Con esta búsqueda de la eternidad a través de la conversión (metanoia), vamos adquiriendo una mentalidad radicalmente nueva de todas las cosas. Tan radical, que su fundador, Jesucristo, fue considerado un loco. Por eso el cristiano, si es auténtico, será siempre un exiliado... un signo de contradicción. Es un pasar de mi mundo, al mundo de Dios; de mi horizonte, al horizonte de Dios… ese es el cambio de mentalidad que origina el discipulado. De luchar por los primeros lugares, a luchar por los últimos… “El que quiera ser el primero… que sea el ultimo”. De modo que lo que nos hace dichosos, sea la pobreza, el ser perseguido. De modo que te convenzas de que la mejor venganza es el perdón... (cf. Mt. 10, 18 ss) 

Esta visión radicalmente nueva se obtiene a partir del encuentro con Cristo. (Jn 8, 12). Es asunto de encontrarse con Él, de entrar en su mundo, de saberse iluminado por Su luz y así aprender a razonar de otro modo. Ser discípulo es, entonces, adquirir un modo de razonar que difiere “del mundo”, que no busca la gloria humana, que asume la realidad divina aún a pesar de la cruz: Recordemos el pasaje en que Jesús anuncia: “Iré a Jerusalén para ser crucificado”. Pedro le dice que no vaya... Y el Señor le increpa con una palabra muy fuerte: “Apártate de mi Satanás...” (Lo llama Satanás...). Ser discípulo es sentirse contento por ser juzgado en virtud del seguimiento de Cristo. Es entregarse completamente a esta locura del 7 amor. Porque cuando se ama, se hacen locuras, si no, nunca amaste... “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn8, 12). Esta luz que ofrece Cristo a sus discípulos, no es una luz natural. “Naturalmente” no escoges el celibato, el martirio, la pobreza etc. Es una luz SOBRENATURAL, y solo la podemos entender y asumir desde ahí, desde la perspectiva de lo sobrenatural. Y es una realidad eterna. Esta conversión, esta relación de amor, si es verdadera, es para siempre. Si lo dejas, es que nunca te encontraste con Él. 

 Este encuentro permite lograr un Misterioso parentesco con Cristo mismo y con los hermanos, a tal punto que Cristo se vuelve padre, madre, hermana, hermano, etc., como leemos en Lc. 8, 19 ss. “Su madre y sus parientes querían verlo, pero no podían acercársele por el gentío que había”. Alguien dio a Jesús este recado: “Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte.” Pero Jesús respondió: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. (Lc. 8, 19) “A todos los que lo recibieron les concedió ser hijos de Dios: estos son los que creen en su Nombre” (Jn. 1, 12). Este parentesco es mayor a cualquier otro, porque Dios une más que la sangre (Jn 1, 12). Y la persona que es totalmente de Dios, es también totalmente mi hermano, mi hermana, mi madre. Esto lo ha expresado de una manera maravillosa –incluso a algunos les puede parecer atrevida- san Juan de la Cruz en su oración / poema del alma enamorada: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí.” E insisto en que todo esto: la conversión el encuentro con Cristo, este parentesco, no es natural... es absolutamente sobrenatural. 

Ser discípulo implica –consecuencia inevitable- perseverar. Y se trata de perseverar con Él en sus tribulaciones (cf. Lc. 22, 28 ) 8 “Ustedes han permanecido conmigo compartiendo mis pruebas” (Lc. 22, 28) El discípulo debe estar preparado para la prueba, para enfrentar al enemigo. Pero no estoy pensando tanto en enemigos afuera, sino me refiero al enemigo que yo soy para mí mismo. Y el peligro es que uno se acostumbra a todo, hasta a uno mismo… me acostumbro a mí mismo, a esta persona que no ha terminado de ser discípulo de Cristo, a este yo egoísta, que busca el primer puesto, que quiere estar siempre al frente. Este es el enemigo contra el que lucha el discípulo. 

 El discípulo es enviado como cordero entre lobos. El cristiano es contraste, es profecía, es choque (claro, debido a la conversión). El discípulo es capaz de decir no, de optar en contra del pecado. Es capaz de comprender, asumir y amar esta opción del bien que se enfrenta al mal sin medir el tamaño o la potencia para enfrentarlo. El discípulo opta por el bien a pesar de la inmensidad aparente o real del mal. 

El discípulo asume cada día más la lógica “de las pequeñas cifras”. Es decir, la lógica de Jesús. - La lógica de la semilla de mostaza… que es la más pequeña de todas. - La lógica del grano de trigo echado por el sembrador… - La lógica del pequeño rebaño, como ha llamado a sus discípulos. - La lógica de la levadura… que no se ve pero que fermenta toda la masa. - La lógica de la sal… una pizca que cambia el sabor a toda la comida. 

Esta lógica que hace que el pastor abandone noventa y nueve ovejas para buscar una que se le ha perdido… Es la misma lógica retratada en una anécdota de Bernanos (autor de “Diario de un cura rural”). En algún momento, siendo ya famoso, firmaba autógrafos ante una multitud. Y había una niña que pedía su atención, pero el autor la ignoró. 9 Arrepentido de su actitud, pide al día siguiente que le busquen a esa niña. Finalmente la encontraron y se la llevaron. Consciente de esta lógica de las pequeñas cifras, de las pequeñas cosas, Bernanos le dijo: “Todo el mundo te dice “hazte grande”, yo te digo “quédate pequeña”. Porque el mundo es de los poetas y de los pequeños”. 

Finalmente, y quizá lo más duro: Los discípulos son los que están dispuestos a dar la vida por el maestro. (Cf. Jn 15, 13) “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13) En el pasaje final del Evangelio de San Juan, cuando el Señor pregunta a Pedro: “¿Me amas más que estos?”, se nos ilustra muy

bien hasta dónde ha de llevarnos el discipulado. Porque como Pedro, si amamos al Señor verdaderamente, si le seguimos como Él mismo nos propone (Jn. 21,20), también tenemos que saber que “vendrá el momento en que abrirás los brazos y otro te ceñirá y te llevará donde no quieras”. (Jn 21, 19). La propuesta es clara: “sígueme si me amas, y prepárate a dar la vida...”. Ser discípulo implica llegar a pedir la gracia de entregar la vida por el maestro. 

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