miércoles, 3 de julio de 2013

SIERVO DE DIOS MONSEÑOR JACINTO VERA

Mons. Jacinto Vera y Durán, nació el 3 de julio de 1813 en la isla de Santa Catarina (Brasil) cuando sus padres, don Gerardo y doña Josefa, venían de las Islas Canarias a instalarse en estas tierras. Es bautizado el 2 de agosto. Jacinto, el cuarto de cinco hijos, se instala con su familia, primero en Maldonado y luego en las cercanías de Toledo. En la capilla de N. S. del Carmen, en Toledo, Jacinto hace su primera comunión. En los trabajos del campo pasa Jacinto su niñez y juventud.

En 1832, a los 19 años de edad, realiza por primera vez los Ejercicios Espirituales, en los cuales descubre su vocación sacerdotal. No había seminarios ni centros de formación sacerdotal en el país; tampoco contaba con recursos para hacerlo en el extranjero. Sin embargo, no se intimidó. Ahorraba el sueldo que su padre le pasaba por ser peón en la chacra y comienza a estudiar, con el Presbítero Lázaro Gadea, latín y gramática. Presta servicios en el ejército, algunos meses de 1834 o 1835, del cual es exonerado por el Gral. Oribe al conocer su vocación. Entonces viaja a Buenos Aires a estudiar al Colegio San Ignacio como alumno externo.

En 1841, antes de culminar sus estudios, es ordenado sacerdote por el obispo auxiliar de Buenos Aires Don José Mariano de Escalada. Celebra su primera misa el 6 de junio. Tenía 27 años. Regresa a Montevideo y es destinado - como teniente cura primero y como párroco después - a la parroquia de Canelones, en la que unió el trabajo sacerdotal al complemento de sus estudios. En Canelones, donde pasa 17 años, sobresalió por su afán evangelizador, misionando los pueblos de su jurisdicción.

Pío IX lo nombra vicario apostólico de Montevideo, en 1859. En 1860 ordena Ejercicios Espirituales para todo el clero; en abril de ese año sale a misionar, comenzando una labor que realizará hasta su muerte. Estos primeros testimonios de su trabajo resaltan sus dos desvelos pastorales fundamentales. En primer lugar lucho por formar un clero uruguayo, para lo cual busca las vocaciones, los subsidios económicos, enviando a los candidatos a formarse en el extranjero hasta que pueda ver fundado el Seminario. En segundo término, tuvo un infatigable afán evangelizador para atender a todos los cristianos de la patria a él confiados. Durante los 21 años de su ministerio al frente de la Iglesia uruguaya, realizó las visitas pastorales junto a las misiones varias veces en todo el país.Él mismo se puso al frente de esta tarea, en la predicación, el confesonario, la administración de los sacramentos. Tuvo predilección por los pobres y sencillos, despojándose hasta de su ropa para cuidar de los necesitados.

Entre otras obras que realizó, junto a dilectos laicos y clérigos, impulsó la prensa católica: con «La Revista Católica» (1860); «El Mensajero del Pueblo» (1871) y «El Bien Público» (1878). También creó el Club Católico (1875) y el Liceo de Estudios Universitarios (1876). Apoyó y trajo diversas congregaciones religiosas de hombres y mujeres.

En 1862 sufre el destierro, al ser expulsado por el Poder Ejecutivo por su defensa de la libertad de la Iglesia.En 1864 es nombrado, por el mismo Pío IX, obispo de Megara in partibus infidelium.

El 16 de julio de 1865, en la iglesia Matriz, es consagrado obispo por Mons. Escalada. Participa en el Concilio Vaticano I. El 15 de julio de 1878 es erigida, por León XIII, la diócesis de Montevideo y Jacinto es nombrado su primer obispo. En 1880 se abren las puertas de su Seminario para la formación del clero nacional.Luego de celebrar la Pascua de 1881, parte para la última de sus misiones.

En Pan de Azúcar, el 6 de mayo, muere. Sus últimas palabras, luego de haber recibido la santa unción y el Viático, fueron: «Gracias a Dios que todo está hecho». El país entero se vistió de luto. La prensa entera, aún el adversario elogiaron su figura de evangelizador, de sacerdote fiel y abnegado, su atención a los pobres. Una multitud acompañó sus restos hasta la Catedral y veló su cuerpo durante cinco días. El joven sacerdote Mariano Soler, expresó con dolor un sentido recordatorio de su vida. Don Juan Zorrilla de San Martín frente a su féretro, proclamó lo que todos sentían y pensaban: « ¡El santo ha muerto!»

1 comentario:

Beatrix dijo...

Agradezco a todos los que escriben y hablan de Don Jacinto Vera. Padre de la Iglesia uruguaya y por su santidad también PADRE de la Patria. Queremos verlo pronto en los altares como protector y guia valiente de todos los que queremos a la Iglesia. BETEL