jueves, 23 de junio de 2011

SOR MARGARITA RUTAN: DE LA GUILLOTINA A LOS ALTARES

El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, cardenal Angelo Amato, presidió este domingo, en la localidad de Dax (Francia) la misa de beatificación de la religiosa vicentina

Margarita Rutan, mártir decapitada durante la Revolución Francesa el 7 de abril de 1794. La diócesis, situada en el suroeste de Francia, dedicó tres días de fiesta al acontecimiento. Los fieles pudieron seguir un recorrido tras los pasos de Marguerite Rutan por la ciudad de Dax, así como ver una obra de teatro sobre la vida de la nueva beata, “Marguerite Rutan, una nueva flor abierta para nosotros bajo un cielo más bello”. El sábado por la tarde se celebró una vigilia de oración en la catedral con el cardenal Amato, obispos, Hijas de la caridad, miembros de la Familia Vicenciana y peregrinos.

Tras más de cien años de procesos, la beatificación se celebró el domingo a las tres de la tarde en Les arènes de Dax. El obispo de Aire y Dax, monseñor Philippe Breton, presidió la primera misa en honor a la beata el lunes 20 de junio, con la participación de la Familia Vicentina y de la diócesis.El Papa resaltó el testimonio de la beata Margarita Rutan

Luego del rezo del Ángelus, este domingo, en el estadio de Serravalle en San Marino, el papa Benedicto XVI expresó su alegría por la beatificación de la religiosa vicentina Margarita Rutan, mártir que murió decapitada en la Revolución Francesa. El Papa expresó su alegría porque hoy "es proclamada Beata Sor Margarita Rutan, Hija de la Caridad.

En la segunda mitad del siglo XVIII, ella trabajó con gran empeño en el Hospital de Dax, pero, durante las trágicas persecuciones que siguieron a la Revolución, fue condenada a muerte por su fe católica y la fidelidad a la Iglesia". En francés el Santo Padre dijo: "participo espiritualmente del gozo de las Hijas de la Caridad y de todos los fieles que en Dax, toman parte en la beatificación de Sor Margarita Rutan, testimonio luminoso del amor de Cristo por los pobres".

Margarita Rutan nació en Metz en 1736. Fue la octava de quince hermanos. Su padre era tallador de piedra, maestro albañil y arquitecto. Su madre, profundamente cristiana, proporcionó a cada uno de sus hijos una educación religiosa seria y el ejemplo de una vida entregada.

En 1757, a la edad de 21 años, empezó su noviciado en la casa madre de las Hijas de la caridad en París. En 1779, tomó, como superiora, la dirección de un hospital en Dax y rápidamente se convirtió en una pionera de la acción social, con la apertura de una escuela, y recibir a las niñas abandonadas. Al llegar el período del Terror, las monjas del hospital quedaron encarceladas en el convento de Carmas transformado en cárcel para mujeres, mientras el de Capuchinos servía de cárcel para hombres y el palacio episcopal, de tribunal revolucionario, presidido por Pinet.

En 1792, las religiosas fueron acusadas de robo y en 1793, la hermana Rutan finalmente denunciada y encarcelada la víspera de Navidad. Fue condenada a muerte por el tribunal revolucionario el 9 de abril de 1794 y guillotinada el mismo día por no abjurar de su fe. Un año más tarde, el Directorio lamentó que esa mujer fuera “sacrificada de una forma inhumana por motivos cuya prueba está todavía por adquirir”.

El postulador de la causa de la hermana Margarita Rutan, Luigi Mezzadri, escribió en la edición de este domingo del diario vaticano L'Osservatore Romano que "el proceso fue una farsa, la sentencia fue de muerte. Junto a ella fue condenado el sacerdote Giovanni Eutropio Lannelongue, de 60 años", inocente también como ella. Mezzadri relata que el día de su muerte, Margarita estaba atada de espaldas al padre Lannelongue. "En la plaza se hizo silencio.

También los soldados estaban conmocionados ante su actitud serena para afrontar la muerte. A uno le dejó un reloj, a otro un pañuelo bordado. No bajó los ojos cuando guillotinaron al sacerdote. A quien le sugería ver en otra dirección le decía: '¿Cómo crees que voy a tener miedo de ver morir a un inocente?'" "Solo reaccionó cuando el verdugo quiso descubrirle el cuello. 'Detente, ¡nunca me ha tocado un hombre!', le dijo. Para muchos condenados los últimos pasos son los más difíciles de dar. Ella caminó firme, se colocó en el patíbulo y rezó". "Cuando la guillotina bajó –concluye Mezzadri– pareció que un gemido sacudía la tierra. Era un gemido de oración. La actualidad de su mensaje está en haber anticipado con su vida las palabras de Juan Pablo II: '¡No tengan miedo!'"+.

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