martes, 21 de junio de 2011

HANS URS VON BALTHASAR: XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

En el último puesto. Se podría decir que el evangelio de hoy trata de la humildad. Pero es difícil definir la humildad como virtud. En realidad no se debe aspirar a ella, porque entonces se querría llegar a ser algo; no se le puede ejercitar, porque entonces se querría llegar a algo. Los que la poseen no pueden ni saber ni constatar que la tienen. Simplemente se puede decir negativamente: el hombre no debe pretender nada para sí mismo. Por eso no debe ponerse por propia iniciativa en el primer puesto, donde se le ve, se le considera y se le aprecia y agasaja sobremanera; tampoco debe calcular a quienes debe invitar a comer para que le inviten después a él. Si se pone en el último puesto, no es para ser tenido por humilde, y si se le dice que suba más arriba, no se alegra por él, sino porque ve la benevolencia del anfirión. No se valora a sí mismo, porque no le interesa el rango que ocupa entre los hombres. Y si el Señor le dice que su actitud se verá recompensada cuando resuciten los justos, probablemente para él esto sólo significará que estará cerca de Dios. Pues sólo esto le preocupa: que Dios está infinitamente por encima de él en bondad, poder y majestad.

Os habéis acercado a la ciudad del Dios vivo. La segunda lectura le asegura que pertenece ya a la ciudad del Dios vivo, donde habitan innumerables ángeles, primogénitos, justos, por encima de los cuales se eleva Dios, el juez de todos, y Jesús, el mediador de la Nueva Alianza. Se alegra de pertenecer a esta ciudad y comprende que es una gracia de Dios poder estar en tan grata compañía, poder vivir en una sociedad congregada en torno a Dios. No se pregunta si es digno o indigno de pertenecer a ella, al igual que un niño tampoco se pregunta si es digno o no de participar en un banquete de adultos; simplemente goza con las cosas buenas que se le ofrecen y con la compañía de que disfruta. Es en esto un modelo para nosotros, hijos de Dios, a los que les ha tocado en suerte algo tan hermoso. Naturalmente, sin haberlo merecido: pues ¿en virtud de que hubiéramos podido merecerlo? Pero nos encontramos muy bien en semejante compañía y no tenemos necesidad de sentirnos forasteros en ella.

Los humildes glorifican al Dios vivo. Esto lo sabe ya en el antiguo sabio. Dios es honrado solamente por aquellos que no se dan importancia; porque tampoco Dios se da importancia: simplemente es el que es, el Señor, el Poderoso. Es él el que distribuye todas las cosas buenas, todos los dones, y el hombre no debe comportarse ante él como el magnánimo que reparte sus dones. El hombre humilde puede haber recibido muchos bienes, puede incluso ser considerado como una persona importante por los demás hombres; pero él sabe que todo lo que tiene se lo debe al único que de verdad es Magnánimo. Es todo oídos para la sabiduría de Dios, pues goza con ella y se olvida de sí mismo.

No hay comentarios: