miércoles, 8 de junio de 2011

HANS URS VON BALTHASAR: PENTECOSTÉS (A)

No comprenderemos nada del acontecimiento de Pentecostés que nos describen los Hechos de los Apóstoles, si no tenemos siempre presente que el Espíritu que desciende sobre la Iglesia es tanto el Espíritu de Jesucristo como el de Dios Padre; dicho con otras palabras: el espíritu de su amor recíproco hasta la total inhabitación del uno en el otro, amor que tienen al mismo tiempo su fruto, la tercera persona en Dios. En la Creación tenemos un símbolo lejano de este amor sobre todo en el amor conyugal entre hombre y mujer, fecundo más allá de sí mismo en el hijo de ambos; todo hijo es una prueba encarnada del amor consumado: es el un solo cuerpo de sus padres.

La tempestad y el fuego, con el que el Espíritu llena en Pentecostés a la Iglesia en su totalidad y a cada discípulo en particular mediante una lengua de fuego que se posa encima de cada uno, es para ella la prueba que Dios Padre y Dios Hijo le dan de su fecundidad: en el Espíritu de la fecundidad divina, la Iglesia podrá ser también fecunda en lo sucesivo coas que se manifiesta enseguida en el Milagro de que cada uno de los judíos devotos que entonces se encontraban en Jerusalén, procedentes de todas las naciones de la tierra, oían hablar a los discípulos en su propia lengua. Es exactamente lo contrario que ocurrió cuando los hombres pretendieron construir la torre de Babel: pretensión de ser, a partir de la sola fuerza del espíritu humano, una única unidad internacional que apuesta abiertamente contra la unidad de Dios. “ Son un solo pueblo con una sola lengua. Y esto no es más que el comienzo de su actividad” Gn11,6; ahora la única lengua de la Iglesia, que anuncia las maravillas de Dios, deviene comprensible para todas las naciones por la fuerza de Dios. Todos pueden y deben comprender como esta lengua no es como las demás lenguas, sino que es superior a todas ellas, al igual que la Palabra y la vedad de Dios supera a todas las religiones inventadas por los hombres.

Esto se aclara en la segunda lectura. La diversidad de dones, de carismas, de servicios, que el Dios trinitario distribuye, procede de su unidad y tiende a su unidad. Evidentemente no se trata aquí de las numerosas culturas humanas que la historia progresista del mundo intenta aunar en su unidad artificial (en vano, si es que deben conservar su peculiaridad); se trata más bien de una unidad fundad con el Padre en el Hijo y en el Espíritu Santo que, en cuanto previamente dada , despliega su plenitud interior, donde cada elemento particular está al servicio de la plenitud de la unidad. Para explicar esto Pablo se sirve de la imagen del único cuerpo que solo en virtud de su vitalidad interior tiene muchos miembros. Este cuerpo es el mismo tiempo espiritual y carnal, perteneciente al Hijo encarnado. Las dos cosas son inseparables: hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo: la vida interior espiritual y la constitución exterior son inseparables en la Iglesia de Dios.

El Evangelio muestra finalmente el origen de esta unidad: el Hijo de Dios se ha hecho hombre no por su propio arbitrio, sino porque fue llevado por el Espíritu Santo al seno de la Virgen; él es desde el principio tanto verdadero hombre, nacido de María, como portador del Espíritu en todo su obrar hasta la cruz. Allí, donde él ha consumado obedientemente toda su misión, espira su Espíritu en la muerte, obteniendo después, como resucitado por el Padre, un poder divino de disposición sobre ese Espíritu. Él exhala sobre su Iglesia el Espíritu de su unidad con el Padre: aquí (en el evangelio de hoy) en cierto modo en el silencio del Cenáculo cerrado para el silencio del perdón personal del pecado, pero en Pentecostés en la tempestad y el fuego audible y visible para todos, públicamente, ante el mundo entero y para él, porque la Iglesia tiene las dos dimensiones, actúa en lo escondido y públicamente, a plena luz.

No hay comentarios: