Entre los fariseos había un personaje judío llamado Nicodemo. Este fue de noche a ver a Jesús y le dijo:«Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a no ser que Dios esté con él.»
Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.» Nicodemo le dijo: «¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?» Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Necesitan nacer de nuevo desde arriba. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.» [Nicodemo volvió a preguntarle: «¿Cómo puede ser eso?» Respondió Jesús: «Tú eres maestro en Israel, y ¿no sabes estas cosas?
"La Palabra de Dios es una invitación a nosotros para comulgar juntos en la Verdad.La Palabra de Dios es, finalmente, Dios mismo, lo más vivo, lo más entrañable de su ser: su Hijo unigénito, de la misma naturaleza que Él, enviado por Él al mundo para redimirlo, y así nos lo dice desde el cielo, dirigiéndose a la Palabra, que mora en la tierra: Este es mi Hijo amado,¡escuchadle!(Mt 17,5)".
Los encuentros que Jesús tiene con distintos personajes, y que aparecen narrados en los Evangelios, no son meras historias de hechos pasados que nada tienen que ver con nosotros. Son los misterios de la vida de Cristo que se vuelven experiencia de fe en la vida de los cristianos. Ellos rápidamente nos interpelan; como a Pedro, Jesús nos pregunta: ¿Me amas? (Jn 21,15). El Señor siempre pregunta en el Amor, aún después de la traición, aún después del abandono. El amor es curativo, al confesarlo comienza sanando nuestros males, va disipando en nosotros el temor descubriéndonos su rostro misericordioso. Inmediatamente podemos responder afirmativamente al Señor, y en realidad, este sí, encubre una serie de condicionamientos que no se expresan, y que ocultan mucha oscuridad que se resiste a dejarse amar por el Señor.
Fue de noche
En estos balbuceos iniciales con el Señor, vamos como Nicodemo, ocultándonos por lo que representamos para los demás. Brotan en nuestra mente los comentarios que surgirán si esto se hace público y nos interrogamos diciendo: ¿Qué van a pensar de mí? Sentimos miedo o vergüenza de ser vistos con el Señor. Ir por la noche (Jn 3,2) a ver a Jesús, manifiesta la ausencia de una respuesta. La noche oculta nuestro rostro, también nuestro destino, en la noche trágica del huerto de los Olivos, Jesús recibe la respuesta de un beso (Mt 26,48) que lo traiciona. El beso más amargo que la historia conoció y que indicó al autor de la vida, como un ladrón nocturno.
Vivir en la noche, supone sentirse cómodo en esa especie de anonimato, en donde los rostros sombríos se tornan desconocidos. La noche se resiste a la luz, no quiere que se iluminen sus secretas intenciones.
¿ Cuántas vidas de fe se ocultan por temor o vergüenza? ¿Cuántas veces nuestra vida de fe ha sido reprendida por una voz desconocida (el enemigo), invitándonos a ocultarnos en la noche?
Hay que pedir al Señor la gracia del testimonio, es un gran desafío vencer el anonimato en la vida de fe. El Señor nos ha enviado, fortalecidos por el Espíritu Santo, para que seamos sus testigos. Ningún ámbito de la vida queda al margen del testimonio que debemos dar del Señor, en su doble vertiente: anuncio explícito y testimonio de vida. Debemos iluminar con la fe las realidades de la vida cotidiana y elevarlas como ofrenda al Señor.
Nicodemo está frente a Jesús. Ha ido hasta Él, movido tal vez por un sin fin de motivos: curiosidad, búsqueda, intuición, reconocimiento de una cierta presencia de Dios en Jesús ( nadie puede hacer lo que tú haces si Dios… Jn3,2), estos elementos que se encuentran en su corazón son los que deben salir de la oscuridad, para ponerse delante de la luz que todo lo penetra.
En el corazón de Nicodemo a partir de aquella noche se ha desatado una batalla, algo lo ha atraído, un débil rayo que ha penetrado por algún resquicio de su existencia ha comenzado a invadirlo totalmente. La oscuridad de Nicodemo contrasta con la luz que viene de Jesús. Él está allí esperando que Nicodemo se deje amar. Podemos decir con San Agustín "¡Señor, Señor! ¿Con qué modos y de qué manera te insinuaste en aquel corazón?".
Nicodemo para ir (Jn 3,2), ha tenido que vencer la resistencia que siempre se hace presente, si uno quiere ver a Jesús. Como buen maestro de la ley, es un entendido en las cosas de Dios, ha tenido que aceptar una palabra distinta y distante de la que él lleva. Una palabra que le habla de un Dios al que cree conocer. En su acercamiento a Jesús le llama maestro. Nosotros podríamos decir, y lo escuchamos bastante a menudo; hombre bueno, idealista grande; el joven rico, yendo mas allá, lo cualifica llamándolo "maestro bueno". Pero en todas esta afirmaciones hay algo fundamental que esta ausente, ninguna de ellas lo involucra totalmente, aún Nicodemo no puede llamarlo como María de Magdala, "mi maestro" (Jn 20,16), tampoco surge de su corazón la confesión de Tomás al verlo resucitado, "Dios mío y Señor mío" (Jn 20,28).
En nuestras noches, muchas veces se oculta esa ausencia de vínculo. El modo por el cual lo llamamos se asienta en nuestra fe. Ella moldea en nuestro corazón esa forma íntima de llamar a Jesús.
Tal vez, alguno de nosotros ha salido de la oscuridad de su vida para ir a ver a Jesús, con todo el peso que ello comporta, venciendo el miedo, la vergüenza y toda la presión ambiental que nos propone una infinita gama de entretenimientos para liberarnos de la trivial tarea de buscarle un sentido a nuestra vida. Y a pesar de no poder percibirlo, ese primer movimiento ha venido de Dios. Es Él quien toma la iniciativa, es su presencia silenciosa en nuestra existencia la que nos ha movido, Él Padre nos atrae hacia Jesús. Está en medio de nosotros y actúa. Una voz interior (Espíritu Santo) nos lo indica (Jn 1,29) como el dedo de Juan Bautista, ve hacia Él. "Como un imán, por la fuerza de su misión, se sitúa en el centro para que todo, voluntaria o involuntariamente, sea atraído a Él (Jn 12,32) para salvación o condenación " (TD 3, p.3).
Nicodemo tiene, como tantos "maestros", lo que hemos dado en llamar: un "cómo" resistente (Jn 3,4.9). A pesar de que acepta ser llamado maestro, ejercicio por el cual guía a otros, "no sabe" (Jn 3,10), podría caberle a él perfectamente la advertencia del Señor, de estar en las cosas de Dios, como "ciego que guía a otro ciego". Ese "cómo" con el que iniciará todas sus preguntas, oficia de escudo protector ante la irrupción de Dios en su vida. Por otra parte, cualquiera puede argumentar que Nicodemo es un hombre creyente, cabe la pregunta ¿de qué se protege?
Nicodemo se resiste a un Dios que se manifiesta así, es al modo de manifestarse de Dios. Su respuesta e incomprensión hacen presente la resistencia de Israel. También María como hija predilecta de Sión utilizará la misma palabra para comenzar su pregunta. «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»(Lc 1,35).
¿Dónde está, entre Nicodemo y María, la diferencia? La diferencia se encuentra en la respuesta, mientras que Nicodemo persiste en su resistencia, cuestionando el modo de manifestarse de Dios y esto lo hace obstinadamente, María responde aceptando al Dios que viene de ese modo.
Estas actitudes arquetípicas, expresadas en María y Nicodemo, permanentemente se hallan presente en los interminables encuentros que Jesús tiene con los hombres. Dios visita en su pueblo a sus hijos, invitándolos a volver a la casa paterna, y estos en muchas oportunidades no reconocen en estos hechos la presencia de Dios. Intentan someter la acción de Dios a la comprensión de su inteligencia humana.
El Dios que Nicodemo lleva en su corazón nunca lo sorprende. Él es capaz de realizar si fuera necesario un mapa, marcando las rutas de Dios y aclarando sus trayectos. Se lo puede caricaturizar diciendo, que se parece bastante a uno de esos tantos recorridos que realizan nuestros ómnibus (colectivos, bus), siempre transitan por el mismo lugar. De no ser así, surge la sospecha, ¿esto no es de Dios? Nicodemo ha reconocido algo de Dios presente en las cosas que Jesús obra, pero, aún no ha reconocido a Jesús como Dios, permanece sin aceptar su testimonio (Jn 3,11-21).
En nuestras vidas hay vestigios de este comportamiento, muchas veces queremos que Dios nos adelante el recorrido que va a realizar. Más de una vez, escuchamos este reproche, ¿cómo me pudo ocurrir esto? Esta expresión es especialmente utilizada cuando no reconocemos la presencia de Dios en aquello que nos toca vivir.
El cientismo, el naturalismo y el racionalismo entre otras corrientes del pensamiento moderno y post-moderno, presentan ésta dificultad, Dios debe manejarse con sus parámetros, con sus reglas, de no ser así, no existe. Las leyes que rigen a estos sistemas de pensamiento deben contener a Dios. Los que van detrás de estas posturas,deberían aprender de aquellos modestos animales que junto al pesebre saludaban la irrupción de Dios en el mundo.
La historia de Jesús con Nicodemo suscita algunas preguntas ¿qué ocurrió con aquel hombre que fue por la noche a ver a Jesús?, ¿ en el corazón de Nicodemo triunfó la noche? .En este caso se puede develar la incógnita. Nicodemo es uno de los dos que piden para bajar el cuerpo muerto de Jesús de la Cruz (Jn 19,39).
Ya poco importa que esto ocurra en Jerusalén, donde habitualmente matan a los" profetas" (Lc 13,34), que sea el lugar de residencia de las autoridades político-religiosas que fueron las que lo condenaron. Nicodemo ha pasado por encima de todas esas dificultades, se ha dejado sorprender una vez más por ese Dios del que Jesús le habló aquella noche. Sabe que el amor de Dios es capaz de una entrega así, eso lo ha alentado a ir más allá de sí, lo ha fortalecido para ir saliendo de la noche. Resuena en su corazón el eco de aquellas palabras de Jesús: "tienes que nacer de lo alto". (Jn 3,7)
Nicodemo en su peregrinar comprendió que el nacimiento de los discípulos del Señor estaba unido a la cruz. Al testimonio de un amor más fuerte que la muerte, al testimonio de un amor hasta el extremo. Había logrado reconocer que todas estas realidades estaban en Jesús. Llevaba en sus manos mirra y aloe, para ungir y dignamente sepultar a Jesús. Cuantos recuerdos se agolparían en la mente de Nicodemo, pero evidentemente lo ocurrido aquella noche tendría un lugar especial. Aquel modo anónimo, por la hora de su llegada y el temor de ser visto con Jesús, lo encontraba ahora como testigo de la entrega del amor de Dios.
La sombra de la Cruz se posaba sobre él como una antorcha luminosa que iba respondiendo a sus preguntas. Estas iban desapareciendo, había pasado de la resistencia de Israel a la aceptación de María. Estar allí no era una carga sino un privilegio, tal vez sin saberlo desde aquella noche, Dios lo había estado preparando, para vencer ese modo anónimo de estar presente ante la Cruz de Jesús.
Tal vez estas preguntas puedan ayudarnos a meditar:
1- ¿Percibimos su presencia? ¿Nos ponemos frente a Él?
2- ¿Cuáles son las resistencias que vencimos para ir para ir hacia ÉL?
3- ¿Cúal es nuestro "cómo" resistente?
4- ¿Cuál es la imagen de Dios que hay en mí corazón?
5- ¿Cómo es mi historia con Jesús?
6- ¿Cómo vivo mi peregrinación?
7- ¿Ante la Cruz del Señor soy un anónimo?
[1] Jorge Novoa, http://www.feyrazon.org
Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.» Nicodemo le dijo: «¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?» Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Necesitan nacer de nuevo desde arriba. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.» [Nicodemo volvió a preguntarle: «¿Cómo puede ser eso?» Respondió Jesús: «Tú eres maestro en Israel, y ¿no sabes estas cosas?
"La Palabra de Dios es una invitación a nosotros para comulgar juntos en la Verdad.La Palabra de Dios es, finalmente, Dios mismo, lo más vivo, lo más entrañable de su ser: su Hijo unigénito, de la misma naturaleza que Él, enviado por Él al mundo para redimirlo, y así nos lo dice desde el cielo, dirigiéndose a la Palabra, que mora en la tierra: Este es mi Hijo amado,¡escuchadle!(Mt 17,5)".
Los encuentros que Jesús tiene con distintos personajes, y que aparecen narrados en los Evangelios, no son meras historias de hechos pasados que nada tienen que ver con nosotros. Son los misterios de la vida de Cristo que se vuelven experiencia de fe en la vida de los cristianos. Ellos rápidamente nos interpelan; como a Pedro, Jesús nos pregunta: ¿Me amas? (Jn 21,15). El Señor siempre pregunta en el Amor, aún después de la traición, aún después del abandono. El amor es curativo, al confesarlo comienza sanando nuestros males, va disipando en nosotros el temor descubriéndonos su rostro misericordioso. Inmediatamente podemos responder afirmativamente al Señor, y en realidad, este sí, encubre una serie de condicionamientos que no se expresan, y que ocultan mucha oscuridad que se resiste a dejarse amar por el Señor.
Fue de noche
En estos balbuceos iniciales con el Señor, vamos como Nicodemo, ocultándonos por lo que representamos para los demás. Brotan en nuestra mente los comentarios que surgirán si esto se hace público y nos interrogamos diciendo: ¿Qué van a pensar de mí? Sentimos miedo o vergüenza de ser vistos con el Señor. Ir por la noche (Jn 3,2) a ver a Jesús, manifiesta la ausencia de una respuesta. La noche oculta nuestro rostro, también nuestro destino, en la noche trágica del huerto de los Olivos, Jesús recibe la respuesta de un beso (Mt 26,48) que lo traiciona. El beso más amargo que la historia conoció y que indicó al autor de la vida, como un ladrón nocturno.
Vivir en la noche, supone sentirse cómodo en esa especie de anonimato, en donde los rostros sombríos se tornan desconocidos. La noche se resiste a la luz, no quiere que se iluminen sus secretas intenciones.
¿ Cuántas vidas de fe se ocultan por temor o vergüenza? ¿Cuántas veces nuestra vida de fe ha sido reprendida por una voz desconocida (el enemigo), invitándonos a ocultarnos en la noche?
Hay que pedir al Señor la gracia del testimonio, es un gran desafío vencer el anonimato en la vida de fe. El Señor nos ha enviado, fortalecidos por el Espíritu Santo, para que seamos sus testigos. Ningún ámbito de la vida queda al margen del testimonio que debemos dar del Señor, en su doble vertiente: anuncio explícito y testimonio de vida. Debemos iluminar con la fe las realidades de la vida cotidiana y elevarlas como ofrenda al Señor.
Nicodemo está frente a Jesús. Ha ido hasta Él, movido tal vez por un sin fin de motivos: curiosidad, búsqueda, intuición, reconocimiento de una cierta presencia de Dios en Jesús ( nadie puede hacer lo que tú haces si Dios… Jn3,2), estos elementos que se encuentran en su corazón son los que deben salir de la oscuridad, para ponerse delante de la luz que todo lo penetra.
En el corazón de Nicodemo a partir de aquella noche se ha desatado una batalla, algo lo ha atraído, un débil rayo que ha penetrado por algún resquicio de su existencia ha comenzado a invadirlo totalmente. La oscuridad de Nicodemo contrasta con la luz que viene de Jesús. Él está allí esperando que Nicodemo se deje amar. Podemos decir con San Agustín "¡Señor, Señor! ¿Con qué modos y de qué manera te insinuaste en aquel corazón?".
Nicodemo para ir (Jn 3,2), ha tenido que vencer la resistencia que siempre se hace presente, si uno quiere ver a Jesús. Como buen maestro de la ley, es un entendido en las cosas de Dios, ha tenido que aceptar una palabra distinta y distante de la que él lleva. Una palabra que le habla de un Dios al que cree conocer. En su acercamiento a Jesús le llama maestro. Nosotros podríamos decir, y lo escuchamos bastante a menudo; hombre bueno, idealista grande; el joven rico, yendo mas allá, lo cualifica llamándolo "maestro bueno". Pero en todas esta afirmaciones hay algo fundamental que esta ausente, ninguna de ellas lo involucra totalmente, aún Nicodemo no puede llamarlo como María de Magdala, "mi maestro" (Jn 20,16), tampoco surge de su corazón la confesión de Tomás al verlo resucitado, "Dios mío y Señor mío" (Jn 20,28).
En nuestras noches, muchas veces se oculta esa ausencia de vínculo. El modo por el cual lo llamamos se asienta en nuestra fe. Ella moldea en nuestro corazón esa forma íntima de llamar a Jesús.
Tal vez, alguno de nosotros ha salido de la oscuridad de su vida para ir a ver a Jesús, con todo el peso que ello comporta, venciendo el miedo, la vergüenza y toda la presión ambiental que nos propone una infinita gama de entretenimientos para liberarnos de la trivial tarea de buscarle un sentido a nuestra vida. Y a pesar de no poder percibirlo, ese primer movimiento ha venido de Dios. Es Él quien toma la iniciativa, es su presencia silenciosa en nuestra existencia la que nos ha movido, Él Padre nos atrae hacia Jesús. Está en medio de nosotros y actúa. Una voz interior (Espíritu Santo) nos lo indica (Jn 1,29) como el dedo de Juan Bautista, ve hacia Él. "Como un imán, por la fuerza de su misión, se sitúa en el centro para que todo, voluntaria o involuntariamente, sea atraído a Él (Jn 12,32) para salvación o condenación " (TD 3, p.3).
Nicodemo tiene, como tantos "maestros", lo que hemos dado en llamar: un "cómo" resistente (Jn 3,4.9). A pesar de que acepta ser llamado maestro, ejercicio por el cual guía a otros, "no sabe" (Jn 3,10), podría caberle a él perfectamente la advertencia del Señor, de estar en las cosas de Dios, como "ciego que guía a otro ciego". Ese "cómo" con el que iniciará todas sus preguntas, oficia de escudo protector ante la irrupción de Dios en su vida. Por otra parte, cualquiera puede argumentar que Nicodemo es un hombre creyente, cabe la pregunta ¿de qué se protege?
Nicodemo se resiste a un Dios que se manifiesta así, es al modo de manifestarse de Dios. Su respuesta e incomprensión hacen presente la resistencia de Israel. También María como hija predilecta de Sión utilizará la misma palabra para comenzar su pregunta. «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»(Lc 1,35).
¿Dónde está, entre Nicodemo y María, la diferencia? La diferencia se encuentra en la respuesta, mientras que Nicodemo persiste en su resistencia, cuestionando el modo de manifestarse de Dios y esto lo hace obstinadamente, María responde aceptando al Dios que viene de ese modo.
Estas actitudes arquetípicas, expresadas en María y Nicodemo, permanentemente se hallan presente en los interminables encuentros que Jesús tiene con los hombres. Dios visita en su pueblo a sus hijos, invitándolos a volver a la casa paterna, y estos en muchas oportunidades no reconocen en estos hechos la presencia de Dios. Intentan someter la acción de Dios a la comprensión de su inteligencia humana.
El Dios que Nicodemo lleva en su corazón nunca lo sorprende. Él es capaz de realizar si fuera necesario un mapa, marcando las rutas de Dios y aclarando sus trayectos. Se lo puede caricaturizar diciendo, que se parece bastante a uno de esos tantos recorridos que realizan nuestros ómnibus (colectivos, bus), siempre transitan por el mismo lugar. De no ser así, surge la sospecha, ¿esto no es de Dios? Nicodemo ha reconocido algo de Dios presente en las cosas que Jesús obra, pero, aún no ha reconocido a Jesús como Dios, permanece sin aceptar su testimonio (Jn 3,11-21).
En nuestras vidas hay vestigios de este comportamiento, muchas veces queremos que Dios nos adelante el recorrido que va a realizar. Más de una vez, escuchamos este reproche, ¿cómo me pudo ocurrir esto? Esta expresión es especialmente utilizada cuando no reconocemos la presencia de Dios en aquello que nos toca vivir.
El cientismo, el naturalismo y el racionalismo entre otras corrientes del pensamiento moderno y post-moderno, presentan ésta dificultad, Dios debe manejarse con sus parámetros, con sus reglas, de no ser así, no existe. Las leyes que rigen a estos sistemas de pensamiento deben contener a Dios. Los que van detrás de estas posturas,deberían aprender de aquellos modestos animales que junto al pesebre saludaban la irrupción de Dios en el mundo.
La historia de Jesús con Nicodemo suscita algunas preguntas ¿qué ocurrió con aquel hombre que fue por la noche a ver a Jesús?, ¿ en el corazón de Nicodemo triunfó la noche? .En este caso se puede develar la incógnita. Nicodemo es uno de los dos que piden para bajar el cuerpo muerto de Jesús de la Cruz (Jn 19,39).
Ya poco importa que esto ocurra en Jerusalén, donde habitualmente matan a los" profetas" (Lc 13,34), que sea el lugar de residencia de las autoridades político-religiosas que fueron las que lo condenaron. Nicodemo ha pasado por encima de todas esas dificultades, se ha dejado sorprender una vez más por ese Dios del que Jesús le habló aquella noche. Sabe que el amor de Dios es capaz de una entrega así, eso lo ha alentado a ir más allá de sí, lo ha fortalecido para ir saliendo de la noche. Resuena en su corazón el eco de aquellas palabras de Jesús: "tienes que nacer de lo alto". (Jn 3,7)
Nicodemo en su peregrinar comprendió que el nacimiento de los discípulos del Señor estaba unido a la cruz. Al testimonio de un amor más fuerte que la muerte, al testimonio de un amor hasta el extremo. Había logrado reconocer que todas estas realidades estaban en Jesús. Llevaba en sus manos mirra y aloe, para ungir y dignamente sepultar a Jesús. Cuantos recuerdos se agolparían en la mente de Nicodemo, pero evidentemente lo ocurrido aquella noche tendría un lugar especial. Aquel modo anónimo, por la hora de su llegada y el temor de ser visto con Jesús, lo encontraba ahora como testigo de la entrega del amor de Dios.
La sombra de la Cruz se posaba sobre él como una antorcha luminosa que iba respondiendo a sus preguntas. Estas iban desapareciendo, había pasado de la resistencia de Israel a la aceptación de María. Estar allí no era una carga sino un privilegio, tal vez sin saberlo desde aquella noche, Dios lo había estado preparando, para vencer ese modo anónimo de estar presente ante la Cruz de Jesús.
Tal vez estas preguntas puedan ayudarnos a meditar:
1- ¿Percibimos su presencia? ¿Nos ponemos frente a Él?
2- ¿Cuáles son las resistencias que vencimos para ir para ir hacia ÉL?
3- ¿Cúal es nuestro "cómo" resistente?
4- ¿Cuál es la imagen de Dios que hay en mí corazón?
5- ¿Cómo es mi historia con Jesús?
6- ¿Cómo vivo mi peregrinación?
7- ¿Ante la Cruz del Señor soy un anónimo?
[1] Jorge Novoa, http://www.feyrazon.org
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