La Iglesia nace de un movimiento de esperanza. Fue la «esperanza viva» inaugurada por la resurrección de Cristo (cf. 1 Pt 1, 3) la que hizo volver a los apóstoles a estar juntos y gritar con júbilo el uno al otro: «¡Ha resucitado, está vivo, se ha aparecido, lo hemos reconocido!». Fue la esperanza la que hizo dar media vuelta a los desconsolados discípulos de Emaús y los encaminó de nuevo hacia Jerusalén. Es preciso despertar de nuevo hoy este movimiento de esperanza si queremos dar un nuevo impulso a la fe.
Sin la esperanza no se hace nada. Un poeta creyente, Charles Péguy, escribió un poema sobre la esperanza teologal. Dice que las tres virtudes teologales son como tres hermanas: dos de ellas son mayores, y una, en cambio, es una niña pequeña. Avanzan juntas de la mano, con la niña esperanza en el centro. Al verlas, parece que son las mayores las que llevan a la niña, sin embargo, es todo lo contrario: es la niña la que lleva a las dos mayores. Es la esperanza la que lleva a la fe y a la caridad. Sin la esperanza todo se detendría .
Lo observamos también en la vida diaria. Cuando llega un momento en que una persona ya no espera nada, se levanta por la mañana y está como muerta. Con frecuencia se quita la vida de verdad, o se deja morir lentamente. Así como, cuando una persona está a punto de desmayarse, le hacemos respirar enseguida algo fuerte, para que reaccione, del mismo modo, cuando vemos que alguien está a punto de desanimarse y abandonar la lucha, tenemos que ofrecerle un motivo de esperanza, mostrarle algo que sea para él una posibilidad, a fin de que se reanime y recobre el aliento.
Cada vez que en el corazón de un ser humano nace un brote de esperanza, es como un milagro: todo se vuelve distinto, a pesar de que nada ha cambiado. Lo mismo ocurre con una comunidad, una parroquia, una orden religiosa, incluso en una nación: si vuelve a florecer en ellas la esperanza, se recuperan, vuelven a atraer nuevas vocaciones y despiertan nuevas energías. No hay ninguna propaganda que pueda hacer lo que consigue hacer la esperanza.
(El p. Cantalamesa es el predicador de la Casa Pontificia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario