Se celebra hoy la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María
invocada con el título: Ad caeli Reginam, 11 de octubre de 1954: AAS 46
[1954] 625-640). En esa circunstancia el Papa dijo que María es Reina
más que cualquier otra criatura por la elevación de su alma y por la
excelencia de los dones recibidos. Ella no cesa de dispensar todos los
tesoros de su amor y de sus cuidados a la humanidad (cf. Discurso en honor de María Reina,
1 de noviembre de 1954). Ahora, después de la reforma posconciliar del
calendario litúrgico, fue situada ocho días después de la solemnidad de
la Asunción para poner de relieve la íntima relación entre la realeza de
María y su glorificación en cuerpo y alma al lado de su Hijo. En la
constitución del concilio Vaticano II sobre la Iglesia leemos: «María
fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono
por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente
a su Hijo» (Lumen gentium, 59).
«Reina». Es una fiesta de institución reciente,
aunque es antiguo su origen y devoción: fue instituida por el venerable
Pío XII, en 1954, al final del Año Mariano, fijando para su celebración
la fecha del 31 de mayo (cf. Carta enc.
Este es el fundamento de la fiesta de hoy: María es Reina porque fue
asociada a su Hijo de un modo único, tanto en el camino terreno como en
la gloria del cielo. El gran santo de Siria, Efrén el siro, afirma,
sobre la realeza de María, que deriva de su maternidad: ella es Madre
del Señor, del Rey de los reyes (cf. Is 9, 1-6) y nos señala a
Jesús como vida, salvación y esperanza nuestra. El siervo de Dios Pablo
VI recordaba en su exhortación apostólica Marialis cultus:
«En la Virgen María todo se halla referido a Cristo y todo depende de
él: con vistas a él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como
Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron
concedidos a ningún otro» (n. 25).
Pero ahora nos preguntamos: ¿qué quiere decir María Reina? ¿Es sólo
un título unido a otros? La corona, ¿es un ornamento junto a otros? ¿Qué
quiere decir? ¿Qué es esta realeza? Como ya hemos indicado, es una
consecuencia de su unión con el Hijo, de estar en el cielo, es decir, en
comunión con Dios. Ella participa en la responsabilidad de Dios
respecto al mundo y en el amor de Dios por el mundo. Hay una idea
vulgar, común, de rey o de reina: sería una persona con poder y riqueza.
Pero este no es el tipo de realeza de Jesús y de María. Pensemos en el
Señor: la realeza y el ser rey de Cristo está entretejido de humildad,
servicio, amor: es sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos que Jesús
fue proclamado rey en la cruz con esta inscripción escrita por Pilato:
«rey de los judíos» (cf. Mc 15, 26). En aquel momento sobre la
cruz se muestra que él es rey. ¿De qué modo es rey? Sufriendo con
nosotros, por nosotros, amando hasta el extremo, y así gobierna y crea
verdad, amor, justicia. O pensemos también en otro momento: en la última
Cena se abaja a lavar los pies de los suyos. Por lo tanto, la realeza
de Jesús no tiene nada que ver con la de los poderosos de la tierra. Es
un rey que sirve a sus servidores; así lo demostró durante toda su vida.
Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios en la
humanidad; es reina del amor que vive la entrega de sí a Dios para
entrar en el designio de la salvación del hombre. Al ángel responde: He
aquí la esclava del Señor (cf. Lc 1, 38), y en el Magníficat canta: Dios ha mirado la humildad de su esclava (cf. Lc
1, 48). Nos ayuda. Es reina precisamente amándonos, ayudándonos en
todas nuestras necesidades; es nuestra hermana, humilde esclava.
De este modo ya hemos llegado al punto fundamental: ¿Cómo ejerce
María esta realeza de servicio y de amor? Velando sobre nosotros, sus
hijos: los hijos que se dirigen a ella en la oración, para agradecerle o
para pedir su protección maternal y su ayuda celestial tal vez después
de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o la angustia por las
tristes y complicadas vicisitudes de la vida. En la serenidad o en la
oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María confiando en su
continua intercesión, para que nos obtenga de su Hijo todas las gracias y
la misericordia necesarias para nuestro peregrinar a lo largo de los
caminos del mundo. Por medio de la Virgen María, nos dirigimos con
confianza a Aquel que gobierna el mundo y que tiene en su mano el
destino del universo. Ella, desde hace siglos, es invocada como
celestial Reina de los cielos; ocho veces, después de la oración del
santo Rosario, es implorada en las letanías lauretanas como Reina de los
ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los Apóstoles, de los
mártires, de los confesores, de las vírgenes, de todos los santos y de
las familias. El ritmo de estas antiguas invocaciones, y las oraciones
cotidianas como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que la
Virgen santísima, como Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la
gloria del cielo, está siempre con nosotros en el desarrollo cotidiano
de nuestra vida.
El título de reina es, por lo tanto, un título de confianza, de
alegría, de amor. Y sabemos que la que tiene en parte el destino del
mundo en su mano es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades.
Queridos amigos, la devoción a la Virgen es un componente importante
de la vida espiritual. En nuestra oración no dejemos de dirigirnos a
ella con confianza. María intercederá seguramente por nosotros ante su
Hijo. Mirándola a ella, imitemos su fe, su disponibilidad plena al
proyecto de amor de Dios, su acogida generosa de Jesús. Aprendamos a
vivir como María. María es la Reina del cielo cercana a Dios, pero
también es la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y
escucha nuestra voz. Gracias por la atención.
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