¿Qué decir de la esperanza? ¿Existirá
allí? Dejará de existir cuando se haga presente la realidad esperada. También la
esperanza es necesaria durante la peregrinación; es ella la que nos consuela en
el camino. El viandante que se fatiga en el camino, soporta la fatiga,
porque espera llegar a la meta. Quítale la esperanza de llegar, y al
instante se quebrantarán sus fuerzas. Por ello, también la esperanza en el
tiempo presente forma parte de la justicia de nuestra peregrinación.
Escucha al mismo Apóstol: Mientras
esperamos la adopción, gemimos todavía en nuestro interior. Donde hay
gemidos no se puede hablar de aquella felicidad de la que dice la Escritura: Pasó
la fatiga y el llanto (Is 35,10). Por lo tanto, dice, gemimos todavía en
nuestro interior, mientras esperamos la adopción, la redención de nuestro
cuerpo. Gemimos todavía, ¿por qué? Hemos sido salvados en esperanza. La
esperanza que se ve no es esperanza. Si alguien ve algo, ¿cómo puede esperarlo?
Si, en cambio, esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos.
Por esta paciencia fueron coronados los mártires; deseaban lo que no veían
y despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La
persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿La espada? Porque por ti... ¿Dónde
está el por quién? Porque por ti vamos a la muerte cada día. Por ti (Rom
8,23.24.25.35.36). ¿Y dónde está: Dichosos quienes no vieron y creyeron? (Jn
20,29). Mira dónde está: está en ti, pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña
el Apóstol que dice que Cristo habita por la fe en nuestros corazones? (Ef
3,17). Ahora habita por la fe, luego por la visión; por la fe mientras estamos
en camino, mientras dura nuestro peregrinar. Mientras estamos en el cuerpo,
peregrinamos lejos del Señor; caminamos en la fe, no en la visión (2 Cor
5,6-7).
Si esto es la fe, ¿qué será la
visión? Escúchalo: Dios será todo en todos (1 Cor 15,28). ¿Qué es todo?
Todo lo que aquí buscabas, todo lo que aquí tenemos por grande, todo eso será
Dios para ti. ¿Qué querías, qué amabas aquí? ¿Comer y beber? Él será para ti
comida y bebida. ¿Qué deseabas aquí? ¿La salud de tu cuerpo frágil y temporal?
Él será para ti inmortalidad. ¿Buscabas aquí riquezas? Avaro, ¿qué te puede
bastar si no te basta Dios? ¿Amabas la gloria y los honores? Dios será para ti
gloria, él, a quien ahora decimos: Tú eres mi gloria, que ensalza mi cabeza (Sal
3,4). Ya ensalzó mi cabeza: nuestra Cabeza es Cristo. Pero ¿de qué te extrañas?
Tanto la Cabeza como los miembros serán exaltados; entonces será Dios todo en
todos. Esto lo creemos y esperamos ahora; cuando lleguemos, lo poseeremos.
Entonces, en vez de fe, habrá visión.
¿Qué decir de la caridad? ¿También ella
existe ahora y dejará de existir después? Si amamos creyendo sin ver, ¡cómo
amaremos cuando llegue la visión y la posesión! Por lo tanto, habrá caridad,
pero será perfecta, como dice el Apóstol: La fe, la esperanza y la caridad:
tres cosas, la mayor de las cuales es la caridad (1 Cor 13,13). Estando en
posesión de ella y nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios,
con su ayuda, y digamos hasta que él se apiade y lo lleve a la perfección: ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El hambre? ¿La
desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Porque por tu causa somos llevados a la
muerte y considerados como ovejas para el matadero. ¿Y quién soporta, quién
tolera todo esto? Pero en todas estas cosas vencemos. ¿Cómo? Por
aquel que nos amó (Ro 8,36-37). Por ello, si Dios está por nosotros,
¿quién contra nosotros? (Ro
8,31). (San Agustín, Sermón 158,8-9)
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