San
Pablo al predicar la Palabra de Dios a
los Corintios, no quiso apoyarse en la vana elocuencia humana, ni en la retórica, o en cualquier
otra posible estrategia de los hombres, para evitar “desvirtuar la cruz de Cristo” (I Cor 1, 17).
La
locura del amor de Dios manifestada en la cruz de Cristo, tiene una fuerza
comunicativa propia, que pude vaciarse o volverse infecunda, si intentamos
volverla “razonable”. Cuando queremos explicarla desde las posibilidades del
amor humano, sin la gracia divina, vaciamos su contenido, limándole su
dimensión “escandalosa”. Este amor del Señor derramado debe provocar en
nosotros un santo “escándalo”.La fuerza persuasiva del “amor más grande y hasta
el extremo”, solamente se hace compresible para los que creen que este amor se revela en la cruz.
Hay
ciertamente, una dimensión de “locura” y “escándalo” en este amor que se nos
manifiesta en la cruz, no al modo en que la comprendían los griegos (gentiles),
de allí que todo intento por privarle de su dimensión escandalosa, la desvirtúa
peligrosamente.
Hay
que encontrarse con este amor de Dios y su lugar de manifestación que es la cruz,
es el lenguaje propio del “amor hasta el extremo”, que se manifiesta más fuerte
que la muerte. Sólo en el, nuestro amor humano encuentra que se dilatan los límites de la entrega, y
su amor se establece como medida del
nuestro. “Ámense como yo los he amado”.
El
don del Espíritu fecunda el amor humano, Dios con la donación del Espíritu introduce al hombre en la circulación del amor divino, porque lo dado, “es
Señor y dador de vida”. El Espíritu
Santo es el amor que se comunican
el Padre y el Hijo, y este dar y recibir amor entre las personas divinas, es un
amor personal, el Espíritu Santo. Nadie puede reconocer el “amor más grande y
hasta el extremo” de Jesús en la cruz, si no se lo revela el Espíritu de Dios, el Espíritu del Amor
que “sondea las profundidades de Dios” (I Cor 2,10).
“Y nosotros
no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios,
para conocer las gracias que Dios nos ha
otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del
Espíritu, expresando realidades espirituales” (I Cor 2 12-13).
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