miércoles, 14 de mayo de 2014

PAPA FRANCISCO: DON DE LA FORTALEZA

Queridos hermanos y hermanas ¡buen día!

Las semanas pasadas hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: la sabiduría, el intelecto y el consejo. Hoy pensemos a lo que hace el Señor, Él viene a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial, el don de la fortaleza.

Hay una parábola contada por Jesús que nos ayuda a entender la importancia de este don. Un sembrador no logra plantar todas las semillas que arroja, pero estas fructifican. Lo que cae en el camino es comido por los pájaros, lo que cae en el terreno pedregoso y en medio a las zarzas germina pero rápidamente se seca por el sol o es sofocado por las espinas. Solamente lo que termina en el terreno bueno puede crecer y dar fruto.

Como el mismo Jesús le explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su palabra. La semilla, entretanto, muchas veces se encuentra con la aridez de nuestro corazón, y mismo cuando es recibido corre el riesgo de quedar estéril. Con el don de la fortaleza en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera del topor, de las incertezas y de todos los temores que pueden frenarlo, de manera que la palabra del Señor sea puesta en práctica de una manera auténtica y gozosa. Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da fuerza y nos libera de tantos impedimentos.

Existen también, esto sucede, momentos difíciles y situaciones extremas durante las cuales el don de la Fortaleza se manifiesta de manera ejemplar y extraordinaria. Es el caso de aquellos que deben enfrentar experiencias particularmente duras y dolorosas que descompaginan sus vidas y las de sus seres queridos. La Iglesia resplandece con el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no dudaron en dar su propia vida para ser fieles al Señor y a su evangelio. También hoy no faltan cristianos que en tantos lugares del mundo siguen celebrando y dando testimonio de su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les puede comportar un precio más alto.

También nosotros, todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, tantos dolores, pensemos a esos hombres y mujeres que llevan una vida difícil, luchan para llevar adelante la familia, para educar a sus hijos. Esto lo hacen porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos y cuántos hombres y mujeres, no sabemos los nombres, pero que honoran a nuestro pueblo y a la Iglesia, porque son fuertes, fuertes en llevar adelante a su familia, su trabajo, su fe. Y estos hermanos y hermanas son santos en los cotidiano, santos escondidos en medio de nosotros, tienen el don de la fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, madres de hermanos, de hermanas, de ciudadanos.

Son tantos, agradezcamos al Señor por estos cristianos que tiene una santidad escondida, que tienen el Espíritu dentro que los lleva adelante. Y nos hará bien acordarnos de estas personas: ¿Si ellos pueden hacerlo, por qué yo no?, y pedirle al Señor que nos dé el don de la fortaleza.

No pensemos que el don de la fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones particulares. Este don tiene que constituir el cuadro de fondo de nuestro ser cristiano, en nuestra vida ordinaria cotidiana. Todos los días de nuestra vida cotidiana tenemos que ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia y nuestra fe.

Pablo, el apóstol, dijo una frase que nos hará bien escucharla: “Puedo todo en Áquel que me da la fuerza”. Cuando estamos en la vida ordinaria y vienen las dificultades acordémonos de esto: “Todo puedo en Áquel que me da la fuerza”.

El Señor nos da siempre las fuerzas, no nos faltan. El Señor no nos prueba más de lo que podemos soportar. Él está siempre con nosotros, “todo puedo en Áquel que me da la fuerza”.

Queridos amigos, a veces podemos sufrir la tentación de dejarnos tomar por la pereza, o peor, por el desaliento, especialmente delante de las fatigas y de las pruebas de la vida. En estos casos no nos desanimemos, sino que invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda aliviar a nuestro corazón y comunicar una nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguir a Jesús.

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