sábado, 3 de mayo de 2014

HANS URS VON BALTHASAR: III DOMINGO DE PASCUA (CICLO A)


La interpretación de la Escritura. En el maravilloso episodio de los discípulos de Emaús vemos como la fe pascual de la Iglesia se acrecienta mediante la interpretación que Jesús hace de sí mismo. Los discípulos que caminan con el desconocido hablan de Jesús como si fuera un simple profeta (v.19), y cómo éste fue ejecutado y los testimonios de las mujeres no han bastado para sacarles del abatimiento, Jesús recurre a la Escritura que ellos debían conocer. No se trata de un mero profeta, sino del Mesías, a cuya muerte y resurrección remiten concéntricamente las tres partes de la Escritura: la Ley, los Profetas y los demás libros (llamados por los judíos las Escrituras).Todo lo que se narra proféticamente en la Escritura indica que el sufrimiento y la muerte no son la última palabra de Dios sobre el hombre, sino que el hombre arquetípico y definitivo, el Mesías, conducirá todas las imágenes a la verdad completa en su persona. Que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, ya lo había dicho Jesús a los saduceos, en Jesús Dios se muestra como la “resurrección y la vida” (Jn 11,25). En modo alguno se trata de una exageración o de una interpretación artificial posterior cuando esta idea fundamental se pone de relieve -aquí por Jesús y posteriormente por la Iglesia- como el sentido fundamental de toda la Escritura precedente. Como demostración de esta autopresentación aparece al final del Evangelio el relato de la bendición eucarística del pan –el verdadero maná- y de la desaparición de Jesús, que deja su Palabra y su sacramento a la Iglesia.

La primera lectura muestra la doctrina completa de la Iglesia, sobre la que ya ha descendido el Espíritu Santo.Pedro se la explica a los pueblos reunidos, y para probar la necesidad de la Resurrección recurre al un texto particularmente penetrante de los Salmos de David (Sadell 16,8-11). El salmista expresa en él su segura esperanza de que Dios no entregará su cuerpo a la muerte y a la corrupción. Poco importa que el propio David haya muerto ya, su seguridad y confianza aluden prolépticamente al cumplimiento de la promesa divina de vida en uno de sus descendientes. Y esta promesa veterotestamentaria se ha cumplido ahora definitivamente con el descenso del Espíritu Santo sobre la Iglesia (v.33). "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el mismo que resucitó al Mesías dará vida también a vuestro cuerpo mortal, por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros (Ro 8,11).

La segunda lectura llega aún más lejos,hasta antes de la creación del mundo¿Por qué creó Dios este mundo lleno de penalidades y sometido a la muerte?Los no creyentes no ven en la vida humana -y es comprensible que así sea- más que un proceder inútil algo absurdo (v.18). Pero si la fe cristiana nos enseña que el plan divino de salvación ya existía desde antes de comenzar la creación: que todo estaba justificado si reposaba sobre la "sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo, y todo ha adquirido su sentido mediante la autoinmolación del Hijo de Dios por toda esta creación perdida, entonces no solamente el antiguo Testamento, sino también toda la historia del mundo, la creación entera corre hacia el acontecimiento de la redención, que transforma todo sentimiento de inutilidad en fe y esperanza en Dios,

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