Encuentro con Cristo
“Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” Él respondió: “¿Quién eres, Señor?” Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.” Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.”
El versículo tres es riquísimo en sugerencias. Nos dice “yendo de camino”. En uno de tantos momentos que tiene la vida o, lo que es lo mismo, en lo cotidiano de su vida. El Señor lo “alcanza”, en un momento del trayecto que realiza desde Jerusalén a Damasco. Cuando su corazón estaba totalmente excitado, a punto de ser saciado en su sed, pues “estaba cerca de Damasco”. Y sin pedirle autorización, Dios entró en su vida, sin ningún tipo de aviso previo. Dios irrumpió en la vida de Saulo como una saeta disparada del cielo. Él no se había preparado, pero Dios lo había elegido. Nos dirá el texto, “de repente”, imprevistamente. Dios es Dios y siempre toma la iniciativa.
Dios también llega hoy imprevistamente a muchas vidas. Nos visita en una enfermedad, en un momento de frustración, en un viaje, en la visita a un cottolengo o a una casa de salud. En ocasiones, ciertos conflictos en nuestras relaciones familiares o laborales nos acercan a Dios. Y a veces, nuestros proyectos, que lo habían desplazado absolutamente, parecen frustrarse totalmente. Y en estas coordenadas intrincadas, a veces aparece su luz. Cuando menos lo esperamos, y en el lugar más imprevisible. También nos visita en tiempos de paz, de consuelo, a través de una amistad, o en el encuentro con algún familiar. Sus caminos son múltiples, porque expresan un amor ingenioso que no da nunca nada por perdido.
La presencia de Cristo, en el camino de Damasco, se manifiesta en dos elementos: luz y voz. El encuentro con el Señor es revelador, ilumina toda su existencia, incluso las zonas privadas de su existencia, esas que son visitadas únicamente por él. La voz se presenta amigable, lo llama por su nombre: “Saúl, Saúl…” No es una voz acusadora que lo quiere desalentar o alejar; quiere atraerlo. Es la voz de la Verdad que se le manifiesta como luz para su existencia.
El mal espíritu es presentado como “padre de la mentira.” Su acción presenta una diversidad de estrategias, pero hay dos variantes que son muy consecuentes: su voz es acusadora (Jb 1,6-11; 2,4-5; Ap 12,10) y desalentadora. No se levanta como el dedo del Bautista para indicar a Cristo: camino, verdad y vida. Nos señala para acusarnos o acusar a otros, mostrándonos que no hay camino posible. Como es “homicida desde el principio” inunda nuestras vidas de desaliento para que bajemos los brazos. Cuando sientas en tu interior una voz que te invita a bajar los brazos, ella viene del mal espíritu. San Agustín estaba totalmente perdido para muchos de su tiempo, y muchos habrán bajado los brazos, pero no estaba perdido para Dios. Y la promesa de que para Dios no hay nada imposible encontró albergue en el corazón de su madre Santa Mónica. Y ella la hizo su bandera, y por ella derramó lágrimas y permanentes plegarias. Y el Señor le respondió fielmente a su promesa, con el sí de Agustín.
¡Qué consolador resulta saber que Jesús nos hace uno con Él! Ante el desconcierto de Saulo, el Señor se identifica con sus discípulos, se hace uno con ellos. Cuando un discípulo es perseguido, el Señor es perseguido, y es Él quien tarde o temprano pedirá cuentas a los perseguidores. Saulo se muestra desconcertado; desconoce la voz que lo interpela. Y entonces, pregunta: ¿Quién eres, Señor?
Tal vez somos o fuimos perseguidores de los discípulos del Señor. O, lo que es peor, tal vez seamos discípulos y perseguidores a la vez, "falsos discípulos”, quiera Dios que inculpablemente, y por lo tanto, hayamos inconscientemente albergado en nuestro corazón y en nuestras obras, seguimiento y persecución. Muchos santos han sufrido persecución intraeclesial.
El Señor le revela su nombre: Jesús. El nombre Jesús es un anuncio: Yahvéh salva. Un nombre prohibido (Hch 4,18;[7] 5,28)[8] por el Sanedrín, que había ordenado a los discípulos no invocarlo. Y, los apóstoles, por ser obedientes a Dios (Hch 4,19; 5,29), habían padecido muchas amenazas y azotes (Hch 5,40).[9] El nombre 'Jesús', considerado en su significado etimológico, quiere decir 'Yahvéh libera', salva, ayuda.[10] Ésta es la invitación que recibe Saulo de parte de Dios: Jesús viene a liberarlo, salvarlo y ayudarlo. Dios le revela a Saulo al Mesías esperado en su Gloria. Saulo, el viejo fariseo, está ciego, como el legalismo que no ha reconocido al Mesías, y ahora es invitado a dar un paso en dirección del hombre nuevo que es Pablo. Debe, según el designio de Dios, entrar en Damasco como Pablo.
Tres son las indicaciones que recibe: levántate, entra en la ciudad y obedece. De ellas, me detendré en la segunda. El que ha salido de Jerusalén decidido a entrar a Damasco “pisando fuerte”, como dice el dicho popular, ahora entrará allí, no como lo había imaginado o deseado, sino de la forma que Dios se lo ordene. En realidad, “le hicieron entrar”; el que se bastaba a sí mismo entra necesitado y vulnerable. Nos dice el texto que “lo llevaron de la mano”. El que con mano firme iba a traer a los discípulos del Señor “hombre y mujeres a Jerusalén”, ahora necesita ser conducido. ¡Así entra Pablo en Damasco! No como lo había soñado, ni como lo había previsto. Dios lo había llamado cambiándole el curso a su historia.
“Aunque tiene los ojos abiertos está ciego…” ¡Cuánto podríamos reflexionar a partir de esta expresión! Diría Jesús: “viendo no ven y oyendo no oyen”. Pablo estaba convencido de que veía, pero el Señor le muestra su ceguera. La ceguera engendra prepotencia, ésa de la que hacía gala; por el contrario, el amor es servicial, sin envidia, no quiere aparentar, ni se hace el importante, no actúa con bajeza, ni busca su propio interés (cfr. 1Cor 13).
Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber (v. 9).Finalmente este versículo nos muestra a Pablo atravesando el umbral del pórtico cristiano. Creía conocer a Dios, estaba seguro de reconocer su voluntad, quería ansiosamente enfrentar a ese grupo de hombres y mujeres peligrosos. Pero ha recibido un golpe durísimo, ha sido impactado en los fundamentos mismos donde edificaba su existencia. Los pilares que sostenían su existencia han sido duramente conmovidos. Nada ha quedado en pie, todo ha sido demolido. Ha sido alcanzado por un tsunami de Dios. Se sentía tan seguro en posesión de la verdad, y ahora espera una luz nueva que le permita encontrarla realmente. Está sumido una y otra vez en ese acontecimiento que sobrevuela permanentemente en su mente, del que no podrá salir por sus propios medios. Experimentará la salvación como rescate. Si la interpretación de la Ley y los profetas lo conducían a perseguir a los discípulos del Señor, luego del encuentro con Él no puede quedar nada más que “piedra sobre piedra”. Ha experimentado en su propia vida la destrucción del Templo de Jerusalén. En lugar del Templo antiguo y la interpretación farisaica de la ley ha comenzado a levantarse el Cuerpo de Cristo. Pablo fue conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los gentiles. Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio.
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