En los primeros decenios del siglo XIX Fuerbach afirmaba que "el secreto de la teología es la antropología" y soñaba con el advenimiento de una teología de nuevo cuño, marcada por el hecho de poner "en el más acá al ser divino que la teología común, por miedo y desconocimiento, pone en el más allá".
Me inclino a creer que el pensador alemán, aunque sea de manera anónima,ha hecho escuela entre muchos católicos de la segunda mitad del siglo XX y que su aberrante intuición, producto quizá de la gran borrachera marxista, ha encontrado tácticamente acogida después de tanto tiempo.
Parece que el se ha convertido en el único objeto de nuestros pensamientos, de nuestros intereses y de nuestra adoración.Y, al desear captarlo en sí mismo, en su naturaleza autónoma y peculiar, alguien ha llegado incluso a proponer que también el creyente debe mirar al hombre "ut si Deus non daretur", como si Dios no existiera, es decir, prescindiendo de su Creador y contando sólo con la humanidad en cuanto tal, tomada en sí y separada de cualquier dependencia y toda significación superior.
Por el contrario, el hombre es intrínsecamente, y no por un revestimiento exterior, "imagen de Dios" y está en total relación a él; y así, excluir a Dios, aunque sólo sea metodológicamente, de la perspectiva sobre el hombre, quiere decir desnaturalizar al hombre y no captarlo en su verdad (1).
Más todavía, por este camino se llega a una contradicción existencial. Somos "adoradores por constitución": privados ideológicamente del verdadero Dios, necesariamente dirigimos hacia otro lado nuestros inevitables impulsos latréuticos y nos ponemos a adorar a las criaturas y al hombre como la primera de todas.Por otra parte, el hombre separado de su Arquetipo y de su Fuente es tan frágil, débil y manipulable que, en el acto mismo en que creemos adorarlo, ponemos las premisas de su profanación.El fácil observar como la pérdida del Padre de ordinario ha conducido fatalmente, ya al culto indebido de la personalidad y a la veneración del tirano, ya a la esclavitud de los hermanos.
Naturalmente esta antropolatría no tiene nada que ver con el antropocentrismo de quien reconoce al hombre como "el culmen del universo y la suprema belleza de la creación", el que detenta "la soberanía sobre todos los seres vivientes", como dice san Ambrosio.
El antropocentrismo es prerrogativa esencial del designio divino, en este orden de las cosas elegido libremente entre los infinitos posibles, visto que el Padre ha colocado a Jesucristo, hombre divinamente personalizado, en el centro de todo y en él ha llamado a sí a todos los hombres, haciéndolos participar, mediante la inhabitación del Espíritu Santo, primero en su naturaleza y después en su gloria misma. Como se ve, el verdadero antropocentrismo incluye en su mismo contenido conceptual la relación privilegiada con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, y no deja espacio a ninguna forma de antropolatría.
Antropolatría y antropocentrismo, aunque externamente aunque externamente pueden presentar alguna semejanza, en su realidad son, pues, distintos e incompatibles. La antropolatría es propia de quien ha cambiado "la gloria de Dios incorruptible por la imagen y la figura del hombre corruptible" (Ro 1,23);y es el puerto obligado de quien, perdiendo de vista al Autor del ser y de la vida, tiene en definitiva una visión atea del mundo. El antropocentrismo es propio de quien honra al hombre por lo que el hombre es; no va en absoluto contra el culto del verdadero Dios, sino que constituye el peldaño desde donde se puede alzar el reconocimiento del Padre.
La cultura antropolátrica origina por regla general sociedades inhumanas, en las que el hombre -teóricamente adorado- queda de hecho barrido,convertido en siervo, privado de todo objetivo plausible. La cultura antropocentrica es una llamada interior al Padre y a su designio de amor, sin lo cual no sólo no puede verse al hombre como centro de todas las cosas, sino que parece más bien un trozo sin importancia de materia a la deriva en el mar de la insignificancia.
La semejanza exterior puede quizá inducir a equívocos; pero no hay diálogo o connivencia posible entre antropolatría y antrpocentrismo, a menos que la una o el otro dejen de ser en la realidad lo que sus nombres significan.En realidad el redescubrimiento del Padre es preliminar a cualquier discurrir serio sobre un humanismo no ilusorio.
Una de las citas que más se han repetido en estos años es la frase luminosa de san Ireneo: "la gloria de Dios es el hombre viviente". Si se entendiese la verdad de esta frase, se evitaría el peligro de tergiversaciones instrumentalizadas ideológicamente, y se demostraría mayor respeto hacia el pensamiento de este escritor antiguo si nos acostumbráramos a citarla en su integridad: "La gloria de Dios es el hombre viviente; pero la vida del hombre está en la contemplación de Dios".
1-"Si autonomía de lo temporal quisiera decir que la realidad que es creada es independiente de Dios, y que lo hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras.La criatura sin el Creador se esfuma.Por lo demás,cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" Gaudium el spes,36
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