I – El Autor Ha llamado la atención la doble rúbrica, con que se presenta la obra: Joseph Ratzinger – Benedicto XVI. El mismo autor ha aclarado la clave en que ha de encararse su obra: para ningún católico significa que las posturas adoptadas indiquen declaraciones vinculantes para su fe, dejando más bien libertad para contradecir los resultados de su búsqueda personal.
El hecho estaría invitando a no deponer la crítica, pero no menos a dejar de lado la hipercrítica, ya que no se trata de un autor entre tantos, sino de alguien que ha dado pruebas de sólida ciencia teológica a lo largo de toda una trayectoria por célebres universidades alemanas y desde un puesto tan central, para observar la vida de la fe eclesial, como ha sido su prefectura sobre la Doctrina de la fe y lo es ahora su actual culminación como Papa.
II – Método seguido
Clara y convincentemente, en su prólogo y a lo largo de todo su estudio, marca el autor sus discrepancias respecto a cierto empleo del método histórico – crítico, que se ha vuelto normal en la gran mayoría de los exégetas bíblicos.
No que reniegue de él, porque también echa mano a este indispensable medio de indagación. Más aún declara “irrenunciable” el recurso a los
sondeos históricos Sólo avisa sobre su insuficiencia, si se lo emplea de modo exclusivo.
De ahí, que, valido sobre todo de las orientaciones del documento emanado por la Pontificia Comisión Bíblica, en 1993 prefiera a todas luces la exégesis llamada ”canónica”. Es decir: no la que aísla un texto, desmenuzándolo en posibles tradiciones previas, en el afán de ubicar sus orígenes, sino teniendo en cuenta la inserción del escrito individual en la totalidad de la Biblia canónicamente admitida en la Iglesia y los ecos, que ha ido despertando en su viva tradición.
Este enfoque ha levantado las críticas de intérpretes profesionales, sobre todo en Alemania.
Pero, no se ha de escuchar sólo una campana. En décadas no tan remotas y en la misma actualidad, no han faltado voces de autorizados investigadores bíblicos denunciando la escualidez de ciertos procedimientos
interpretativos. Oigamos, por ejemplo, la autocrítica de L. Alonso Schökel, ya en 1972: “Los hombres nos piden pan y nosotros les ofrecemos un puñado de hipótesis sobre un versículo del c. 6 de S. Juan; nos preguntan sobre Dios y les ofrecemos tres teorías sobre el género literario de un Salmo; tienen sed de justicia y les proponemos un disquisición etimológica sobre la raíz «sedaqá». Estoy haciendo un examen de conciencia en voz alta y siento como respuesta: «hay que hacer esto, sin omitir aquello»”.
X. Léon – Dufour daba cuenta de esta situación, cuando comprobaba: “La exégesis no llega a un verdadero comentario y se limita a opiniones yuxtapuestas más que sólidamente expuestas y defendidas”.
Recientemente W. Brueggemann apunta igualmente al favor que está cobrando una actitud más abarcadora de las riquezas que pueden aportar enfoques desde diferentes puntos de acceso: “Un pluralismo de métodos que ha puesto fin a la antigua hegemonía de los planteamientos histórico – críticos”.
Ya desde 1988, venía J. Ratzinger observando la esterilidad del uso que se hacía del método histórico - crítico, a la vez que demostrando cómo el Jesús de los Evangelios se presenta mucho más lógico y comprensible, aún históricamente hablando, que las reconstrucciones, con las cuales hemos sido confrontados últimamente. Para él, como para tantos otros autores, la operación anónima, que se pretende fingir como origen del mensaje evangélico, no explica nada. ¿Cómo habrían podido fuerzas colectivas desconocidas ser tan creativas? ¿No es más aceptable históricamente que lo grande esté al comienzo y que la figura de Jesús rebasaba todas las categorías corrientes, siendo sólo inteligible a partir del misterio de Dios? ¿Cómo sólo diez años después, sus discípulos, provenientes de un judaísmo confesante, han podido equipararlo con Dios?
Empleando, pues, un acercamiento más “sinfónico”, sin congelarse en la mera y fría reconstrucción del pasado, nuestro autor convoca a toda la Sagrada Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, para iluminar los textos referentes a Jesús, haciendo asimismo frecuentes y muy pertinentes confrontaciones con las situaciones actuales. Acertadamente sugirió el Card. C. M. Martini: ”El verdadero título (del libro) debería ser más precisamente «Jesús de Nazaret ayer y hoy». De hecho el Autor pasa con facilidad de la consideración de los hechos referentes a Jesús a la importancia de los mismos para los siglos siguientes y para nuestra Iglesia. Por lo cual el libro está lleno de alusiones a cuestiones contemporáneas”.
Igual ponderación de este acercamiento “sincrónico” expresa O. Artus: Se trata de leer la Biblia “como una totalidad...que, en todos sus estratos históricos, es la expresión de un mensaje intrínsecamente coherente...La crítica histórica no es negada en su pertinencia, pero está puesta al servicio de un proyecto exegético que va más allá de la sola cuestión histórica y busca desentrañar el sentido pleno de la Escritura”
III – Núcleo aglutinante de la obra
El contenido de este primer volumen abarca la primera sección de la vida pública de Jesús, desde su Bautismo hasta la Transfiguración, según los Sinópticos. Se intercala la consideración de las grandes figuras joaneas, para finalizar con el examen de las propias autodesignaciones de Jesús (“Hijo del hombre”, “el Hijo”, “Yo soy”).
No es exhaustiva esta evaluación, pero ofrece las principales vetas de la actuación y predicación de Jesús: Bautismo, Tentaciones, Sermón del Monte y Padrenuestro, los discípulos, las parábolas, la confesión de Pedro y la Transfiguración.
El punto constructivo, que sostiene toda la consideración, es la persona misma de Jesús y su íntima comunidad con el Padre, el misterio de Jesús.
A lo largo de sus análisis aparecerá con frecuencia la contraposición de Moisés con Jesús. Del primero se hizo el elogio inaudito y único en el A.T., porque “pudo hablar cara a cara” con el Señor (Ex 33, 11). Lo compendiará el final del Deuteronomio (34,10): “Nunca más surgió en Israel un profeta igual a Moisés”. Pese a todo, Moisés experimentó también la limitación de no haber podido contemplar más que “la espalda de Dios”, no su rostro (Ex 33, 23).
Tal grandeza única, sin embargo, no sería monopolio único de los primeros tiempos, ya que Moisés anunció que “el Señor tu Dios te suscitará un profeta como yo” (Deut 18, 15).
El Prólogo del Cuarto Evangelio considera cumplido, pero con creces, tal vaticinio en Jesús, Palabra encarnada de Dios: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre”
(Jn 1, 18). Afirmación, que sigue inmediatamente a la contraposición entre la obra de Moisés y la del Verbo encarnado: “La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (ibid. , v. 17).
La centralidad de la persona de Jesús, será el hilo conductor, que irá enhebrando cada uno de los profundos sondeos, que ofrece el Papa acerca de Jesús. Así, por ejemplo, en su Bautismo: “La proclamación por parte de Dios, del Padre sobre el envío de Jesús, la cual, con todo, no explica una obra, sino su ser: Él es el Hijo querido, en el que reposa la complacencia de Dios”.
Cuando el Papa analiza la predicación sobre el “Reino de Dios”, enlazando con la justa y tradicional intuición de Orígenes, muestra, textos en mano, hasta qué punto se trata de la “autobasileia”. Lo anunciado se relaciona con el anunciador. Él mismo es la noticia. “En este sentido la palabra central es siempre Dios; pero, justamente porque el mismo Jesús es Dios el Hijo , por eso toda su predicación es anuncio de su propio misterio, la cristología, o sea predicación sobre la presencia de Dios en su propio actuar y ser. Y veremos cómo este punto es el que empuja a la decisión y cómo, por eso, es el punto que conduce a la Cruz y la Resurrección”.
Así podríamos recorrer, todos los capítulos, descubriendo cómo la atenta meditación de los mismos textos evangélicos lleva a comprobar el insoslayable punto de referencia a Jesús, en todo lo que enseñó y practicó.
Al respecto es muy instructiva la reflexión que desarrolla sobre el diálogo muy respetuoso del escritor judío Jacob Neusner con Jesús. Después de haberse puesto a la escucha del rabino venido de Galilea, comenta sus impresiones con otro maestro de Israel: “¿Y esto es lo que tuvo Jesús, el sabio que decir? – Yo: «No precisamente pero más o menos» Él: «¿Qué agregó después?» Yo: «A sí mismo». Este es el punto central del espanto ante el anuncio para el creyente judío Neusner y este es el motivo central por el cual él no quiere seguir a Jesús, sino quedarse con el “eterno Israel”: la centralidad del Yo de Jesús en su anuncio, que da a todo una nueva orientación. Neusner cita en este lugar, como prueba para esta «añadidura», la palabra de Jesús al joven rico: «Si quieres ser perfecto, vete, vende tus posesiones, ven y sígueme” (ver: Mt 19, 20). La perfección del ser santo como Dios, exigida por la Torá (Lev 19, 2: 11, 44), ahora consiste en esto: seguir en pos de Jesús”.
Ratzinger, gran admirador de R. Guardini, muy seguramente está rememorando, comprobando y poniendo de relieve este rasgo único de Jesús, muy bien resaltado por aquel gran teólogo alemán.”La doctrina de Jesús – enseñaba Guardini – es doctrina del Padre. Pero no como en un profeta que recibe y da a conocer la revelación, sino en el sentido de que su punto de partida se halla en el Padre, pero, a la vez, también en Jesús. Y en Jesús de una manera que sólo a Él es propia y que determina su más profunda esencia: por el hecho de ser el Hijo del Padre”. Señala cómo en el juicio, que pondrá fin a la historia (Mt 25, 31 – 46) “el criterio de la sentencia no es «la caridad», «el valor», la «categoría ética», sino Él mismo”.
Pasando revista a las principales parábolas de Jesús y deteniéndose en la del Padre y sus dos Hijos (uno rebelde y el otro ”aparentemente” fiel: Lc 15, 11 – 32), se pregunta si faltaría una referencia cristológica en la misma, notando una vez más el relieve que cobra Jesús en la narración, ya que la propone, justamente, para justificar su propia inclinación por los pecadores y publicanos con esa imagen del Padre.
Este “yo” de Jesús no se encierra en un egoísmo, porque su “yo” incorpora la comunidad de voluntad con el Padre. Él es un “yo” oyente y obediente. Su comida es hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34).
Esta llamada de atención sobre la persona misma de Jesús, como núcleo viviente de todo su mensaje, viene muy bien, frente a la manipulación, a que ha sido sometido su mensaje en recientes décadas pasadas, pero que no cesa de levantar cabeza una y otra vez, exaltando más los “valores” por los que se jugó, que su ser de Hijo de Dios y Dios ÉL mismo.
IV – La cuestión joanea
Describe aptamente las perspectivas corrientes acerca del Cuarto Evangelio el joven obispo auxiliar de Madrid, C. A. Franco Martínez:
“La idea de que Juan es, entre los evangelistas «el teólogo» ha extendido el prejuicio de que su dimensión de historiador debe ser puesta en entredicho, como si supeditara a una determinada comprensión teológica de la vida y obra de Jesús los datos de la historia, o los considerara de menor interés para el destinatario de su evangelio. Es cierto que en los últimos años este prejuicio se ha tambaleado ante estudios exegéticos que han puesto de relieve la importancia de Juan como «testigo del Jesús de la historia». Pero persiste, no obstante, la idea de que el cuarto evangelio tiene más interés por desvelar el misterio de la Palabra hecha carne que por narrar con detalle los acontecimientos de la vida de Jesús de Nazaret”.
Ratzinger – Benedicto XVI aborda esta agitada problemática,
sometiendo a discusión, no sólo a R. Bultmann, sino a otro exégeta más moderado, pero que en este asunto se muestra asombrosamente negativo o extremadamente precavido: M. Hengel.
Sostiene este escriturista que Juan no bajaría a banales recuerdos del pasado, sino que tiene la última palabra el Espíritu Paráclito que conduce hacia toda la verdad.
Pero, pregunta el Papa ¿qué es lo que vuelve banal a la memoria histórica? ¿Se trata de la verdad de lo recordado o no? ¿Y hacia qué verdad puede conducir el Espíritu, si deja tras de sí lo histórico como banal?
Por otra parte no se puede entender lo “histórico” como una grabación. En tal caso los discursos del evangelio de Juan no son “históricos”. Pero, por más que no pretendan esta clase de literalidad, en modo alguno significa que son meras poesías sobre Jesús, que poco a poco se fueron creando en el círculo joánico. El autor del Cuarto Evangelio quiere narrar como “testigo” de lo sucedido y nadie como Juan, justamente, ha acentuado la “carne” de la historia: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de Vida es lo que les anunciamos” (I Jn 1, 1). Tampoco se trata de un recuerdo privado, sino que el “nosotros” implica a la Iglesia, que también va profundizando sucesos únicos, muy alejados de un banal registro de hechos brutos.
El penetrante estudio de las “autodesignaciones de Jesús” (“Hijo del hombre”, “el Hijo”, “Yo soy”), muestra fehacientemente que “el Jesús del Cuarto Evangelio y el Jesús de los sinópticos es el mismo: el verdadero Jesús «histórico»”. Juan no hace más que sacar a plena luz, la cristología implícita, ya actuante en los Sinópticos. Por eso no podía faltar en esta comparación de los datos tradicionales, recogidos por los primeros y el último de los evangelistas, el análisis certero del “Texto joánico” (locus johanneus), como se ha designado felizmente a un pasaje común a Mateo y Lucas (fuente ”Q”: Mt 11, 25 ss y Lc 10, 21 ss), sobre el mutuo conocimiento entre el Padre y el Hijo y la exclusividad que le cabe al Hijo para revelarlo a los hombres.
V – Una obra señera
No sólo por la autoridad de quien presenta los frutos de una vida entera dedicada a bucear en las “insondables riquezas de Cristo” (Ef 3, 8), sino también por los sólidos argumentos que brinda, la discusión honesta con grandes nombres de la exégesis, tanto católicacomo de otras orientaciones y la repercusión perenne, que sabe Ratzinger – Benedicto XVI poner de relieve en la persona de Jesucristo, parece que estamos ante una obra, que marcará honda huella en la exégesis y la teología. Por de pronto, vendrá muy bien tenerla en cuenta, como modelo, para las tratativas del próximo Sínodo de los obispos, acerca de la Palabra de Dios en la Iglesia.
Se trata de un acercamiento personal, claro está, pero no se lo puede descalificar, como lo han hecho algunos. “Un cuadro de Jesús siempre será el cuadro altamente personal, subjetivo y unilateral de cada autor” . “Como cualquier otro investigador anterior a él, también el Papa construye simplemente cómo Jesús pudo ser según su punto de vista”.
Ya lo percibía el antiguo adagio de la filosofía clásica: “Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur” (= todo lo que se recibe es recibido según el modo del que recibe). Es innegable el eco subjetivo de todo lo que se conoce. Pero nunca se puede dejar de lado ese “quiquid”. Se da también “algo objetivo” y, fuera de impericia o deliberado afán de engaño, siempre es posible captar lo real, discernir lo verdadero de lo erróneo.
La filosofía “constructivista”, latente en los juicios de Zenger y Stegeman, descalificará cualquier presentación que se ofrezca de Cristo o de cualquier otro asunto. Porque, “en el período postmoderno, la filosofía será liberada de los pesos de la argumentación...Mi tesis dice que podemos hacer lo que nos parezca, en la medida en que es nuevo e interesante”.
Sólo que, semejante talante no ofrece algo más novedoso que las nebulosas en que se acunaban los antiguos escépticos.
El enfoque ”personal”, con que el Papa se acerca a Jesús de Nazaret, está basado en una sana teología fundamental, en la discusión honesta de las principales posturas al respecto y, en la vivencia secular de la Iglesia Católica.
No es un arranque romántico de entusiasmo pasajero. Se trata de la visión de una “persona” amplia, sólida y persistentemente relacionada con el mundo, los hombres y Dios. Es la reedición de la “confesión de Pedro”, en boca de su actual vicario, tal como se indicara al comienzo de estas palabras.
Quiera Dios que las precedentes consideraciones sirvan de ”aperitivo”, que despierte el interés de muchos por beneficiarse con un acercamiento a Jesús de amplias perspectivas y excepcionalmente enriquecedor.
Miguel Antonio Barriola
IX Exposición del Libro Católico en La Plata