Después de tres años, evidentemente, la impresión de Benedicto XVI es que los obispos austriacos se han revisado poco o nada. También es una prueba lo que ocurrió en los meses pasados en la diócesis de Linz. Como obispo auxiliar de esta diócesis el Papa había nombrado el 31 de enero a un párroco del lugar, Gerhard Maria Wagner, 54 años, con fama de conservador. Inmediatamente explotó la protesta de la opinión católica progresista, que le sacó en cara al designado el triple delito de haber llamado años atrás al tsunami de Asia y el ciclón de Nueva Orleans a "castigos divinos", y la saga de Harry Potter maquinaciones diabólicas. De estas acusaciones irrisorias se pasó rápidamente a exigir que su nombramiento sea revocado.
Lo feo, a los ojos de Roma, era que los obispos austriacos se cuidaron bien de no defender el nombramiento de Wagner, y así también una amplia parte del clero. También el arzobispo de Viena, el cardenal Christoph Schönborn, se alineo a la postura. La presión fue tal que Roma cedió. El 2 de marzo un lacónico comunicado vaticano hizo saber que el Papa había "dispensado" a Wagner "de aceptar el cargo de obispo auxiliar de Linz". Sorpresa final: uno de los jefes de la revuelta anti-romana, Josef Friedl, sacerdote de punta de la diócesis de Linz, al declarar victoria también reveló que convivía con una compañera y que no tenía en cuenta para nada la obligación del celibato, con la aprobación de sus parroquianos y de otros sacerdotes austriacos, que como él también conviven, y con la tolerancia de los obispos.
Pero el caso Wagner era sólo la punta de un malestar más general. El comunicado final del encuentro del 15-16 de junio enlistó una serie nutrida de puntos críticos, referentes a la doctrina, la acción pastoral, la enseñanza del catecismo, el clero, los seminarios, las facultades teológicas.
Sobre este trasfondo, parece todavía más vistoso el contraste entre la timidez con la que los obispos austriaco gobiernan sus respectivas diócesis y, al mismo tiempo, su práctico acceso a la orgullosa pretensión de que sea la opinión pública la que designe a los nuevos obispos o la que ponga el veto sobre los que Roma nombra.
Otro contraste notorio se refiere al número uno de los obispos austriacos, el cardenal Schönborn. Pasa por amigo confiado del Papa Ratzinger, pero en su patria deja campo libre a las corrientes anti-romanas. Entre febrero y marzo, en la cima de la polémica contra la revocatoria de la ex comunión a los obispos lefebvrianos, los obispos austriacos estuvieron entre los que menos se esforzaron en defender al Papa. El obispo de Salzburgo, Alois Kothgasser, sentenció que con Benedicto XVI la Iglesia "se está reduciendo a una secta".
En el encuentro del 15-16 de junio el Papa ha buscado traer de vuelta al orden a los obispos austriacos, como se intuye de este pasaje del comunicado final:
"El Santo Padre ha resaltado la urgencia de profundizar en la fe y de la fidelidad integral al Concilio Vaticano II y al magisterio post-conciliar de la Iglesia, y de la renovación de la catequesis a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica".
En cuanto al clero que convive, valen para Austria las normas generales, de mayor severidad, establecidas por el Papa el pasado 30 de enero. Cuando un sacerdote convive con una mujer y continúa ejerciendo su ministerio, la congregación vaticana para el clero tiene la autoridad de dimitirlo del estado clerical.
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