Preparad el camino del Señor. El evangelio de hoy, con sus detallados datos históricos y cronológicos sobre el mmento en que, con la aparición del Bautista, ha comenzado el acontecimiento decisivo de la salvación, se muestra seriamente decidido a situar este acontecimiento en el marco de la historia del mundo. No se trata de imágenes, de símbolos, de arquetípos, sino de hechos que se pueden datar con exactitud. El primer hecho es que la Palabra de Dios vino sobre Juan: el Bautista es llamado y enviado como el último de los profetas, cerrando con ello la serie de misiones proféticas anteriores tanto mediante su existencia como mediante su tarea, que corresponde a la gran promeas de Isaías y, según se nos dice, la cumple. Su misión personal, que no es mera repitición de palabras antiguas, se distingue por su bautismo. Los simples llamamientos de los profetas anteriores quedan aquí, al final del tiempo de la promesa, superados mediante su acción que afecta a todo el pueblo. Cuando se sumrge en el agua del bautismo, el que se convierte testimona, con su inmersión-emersión, que en lo sucesivo quiere ser otro, vivir como un ser purificado, convertir su camino torcido en camino recto. En Juan Bautista toda la Antigua Alianza reconoce que ella no es más que un preludio de lo decisivo, que viene ahora.
Ponte en pie Jerusalén. La primera lectura muestra que las antiguas promesas de un nuevo tiempo de salvación (a la vuelta del exilio) anuncian ciertamente algo glorioso, pero que esto no se realiza inmediatamente. El retorno de Babilonia fue todo menos una marcha triunfal. La gloria prometida era una promesa que debía cumplrise más tarde y de un modo totalmente distinto a como las imágenes proféticas permitían esperar.La verdadera gloria que aquí se anuncia a Jerusalén es la venida de Cristo proclamada por el Bautista; pero esta gloria tampoco será un esplendor terreno, sino exactamente lo que el evangelio de Juan designará como la gloria visible para el que cree: la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Este es en el fondo el camino recto -yo soy el camino- por el que Dios viene a nosotros, el Dios que ciertamente, como se dice al final de la alectura, en su "misericordia" (que se consumará en la Cruz) trae consigo su justicia de la alianza.El profeta baruc invita a Jerusalén a ponerse en pie y a mirar hacia Oriente para ver venir esta gloria sobre sí.
Que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante. La segunda lectura nos traslada a la Nueva Alianza. No se puede decir sin más que con la venida de Jesús hayamos llegado ala meta, pues él es "el camino nuevo y vivo" (Hb 10,20). Él sigue siendo también para la Iglesia peregrina el "pre-cursor", el que precede (Hb 6,20), y ningún cristiano puede permitirse el lujo de descansar prematuramente:" Temamos, nos sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso (de Dios), algunos de vosotros crea que ha perdido la oportunidad" (Hb 4,1). La carta de Pablo a los Filipenses habla constantemente de este "estar en camino", ciertamente ahora ya con una mayor confianza que en la antigua alianza: porque Cristo ha inaugurado una empresa buena y si nosotros permanecemos en su camino, creciendo en penetración y sensibilidad, él la llevará adelante hasta el día de su venida última y definitiva. El camino del Señor prometido en Isaías, el camino que es necesario preparar y que fue anunciado con tanta seriedad como apremio por el Bautista, se ha converido ahora en el Camino que es el Señor mismo, que está siempre dispuesto a llevarnos consigo a través de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario