miércoles, 23 de noviembre de 2022

DIÁCONO JORGE NOVOA: VER Y OIR AL SEÑOR QUE VIENE


Para comprender interiormente este tiempo litúrgico debemos pedir al Espíritu Santo la gracia de poder ver y oír al Señor que viene en medio del barullo imperante. Únicamente puede Él, permitirnos sintonizar con esta Verdad enseñada por la Iglesia, y que guarda tantas implicancias para nuestra vida de fe. Necesitamos sabiduría para poder percibirlo, y rastrear sus huellas.

“La sabiduría consiste en saber el tiempo de cada cosa. Muchos hombres no lo aprenden nunca y otros lo aprenden sólo en la vejez. De modo perfecto casi nadie lo aprende, por una simple razón: el hombre vive en continuo estado de desorden que nace de la impaciencia”[1].


Vaya si hay barullo en nuestro mundo! Nos hemos consolidado como dueños de todo, el mundo científico-técnico nos ha entronizado en ese lugar, pero, lo que nos resulta cada día más complejo, es ser dueños de nosotros mismos, de nuestras vidas y nuestro tiempo. Por otra parte, cada vez más, sentimos que el tiempo se escapa, como el agua entre los dedos, volatilizándose en una infinita gama de actividades, que para lo único que no dejan tiempo es para Dios.

Nuestra reflexión tendrá como telón de fondo, dos realidades: la Esperanza teologal y el tiempo. La Liturgia del Adviento bebe incesantemente de la virtud teologal de la Esperanza[2]. Dios al comunicar al hombre la Esperanza, lo orienta firmemente hacia el bien. “Esta firmeza en la dirección hacia el bien le sobreviene a la Esperanza, esto es claro, sólo cuando es obra de Dios y se dirige hacia Él, es decir, cuando es virtud teologal”[3]. Ella hace referencia en el hombre, a su ser “status viatoris”, es decir, a la dimensión de caminante. “Este estado expresa más bien la constitución más íntima del ser de la criatura. Es el intrínseco y entitativo “aún no” de la criatura”[4].

El Adviento nos llama la atención sobre la utilización de nuestro tiempo, sobre las opciones que hemos hecho y que consumen nuestros días y horas. En especial, debemos preguntarnos por el domingo, el " día del Señor". El primer día de la semana, el día de la Resurrección de Cristo, la “fiesta primordial de los cristianos”. La “cultura del fin de semana” es anti-litúrgica, propiciatora del ocio y el entretenimiento, desplazando a la celebración dominical del centro de la vida del hombre actual.

“En nuestra vida cronometrada al minuto, la belleza de la Eucaristía sólo puede brillar en el estuche de la moderación del ritmo. La Eucaristía trasciende el tiempo. Ello supone que nos preparamos para la misma por medio de un dominio real del tiempo”[5].

Las lecturas bíblicas nos hablan reiteradamente, y de modo natural, de la llegada de Dios a nuestras vidas. En su núcleo más íntimo esta afirmación destaca una y otra vez, la iniciativa divina y su fidelidad. A partir de la Encarnación, el "tiempo de Dios", se acerca al tiempo del hombre, o siguiendo nuestras precisiones, el tiempo de Dios se manifiesta, llevando a plenitud el tiempo del hombre. La eternidad ha entrado en la historia del hombre, anunciándole la promesa de un encuentro definitivo, y en tal sentido, imprimiéndole una dirección.

Sigamos la presentación magnífica del P. Baltasar: “el Adviento es una puerta grandiosa por la que el cristiano pasa para entrar en un santuario. Pero esta puerta está custodiada por dos guardianes que la vigilan y que nos preguntan, en caso de que seamos cristianos, por qué y con qué espíritu queremos entrar aquí.

Son dos figuras muy distintas, que repetidamente vemos representadas en las pinturas antiguas a la izquierda y a la derecha del que es esperado y, en definitiva, el que ha venido.



La primera figura, sumamente estilizada, macilenta, un ángel vestido con pieles de camello, que no quiere ser más que una voz que grita en el desierto del mundo y del tiempo “Preparad los caminos del Señor”. La otra figura, cubierta con un velo ensimismada, solo su cuerpo habla visiblemente del que ella espera, y repite con suave voz: “He aquí la esclava del Señor”. Los dos saben a quién esperan; son de momento las únicas que conocen la hora con toda exactitud y saben que es inminente: esperan nada menos que a Dios. No a un líder o a un gran héroe, no un tiempo mejor, una vaga utopía, no a Godot, sino realmente a Dios. A Emmanuel, Dios con nosotros”[16].



Vamos a destacar tres aspecto presentes en la Palabra de Dios y que establecen un itinerario espiritual del Adviento: "la certeza de su venida, el carácter misterioso de su venida, lo vibrante de la espera, el gozo del encuentro". Lo hacemos siguiendo la propuesta de Pieper. El hombre por la Esperanza teologal está orientado hacia Dios, “primero; tiene su origen en el propio ser divino del hombre, en la gracia. Segundo: tiene como objeto, de un modo inmediato, la felicidad sobrenatural de Dios, conocida en forma sobrenatural. Y, finalmente, solo sabemos de la existencia, del origen y del objeto de esa virtud teologal por la revelación divina.

La certeza de su venida


Esta certeza que se da por la gracia en el hombre, y se funda en la Verdad Divina Revelada, da inicio al fin de lo temporal y se inscribe en una cadena interminable y siempre cumplida de promesas, frutos de la bondad del Padre que entregó a su Hijo por nosotros, y fundamentalmente por la fidelidad del Hijo al cumplimiento de la voluntad del Padre. Él ha prometido no abandonar a los que esperan en Él.



La Iglesia afirma que "el Señor vendrá”, esta verdad descansa en la fidelidad de Dios, que es fiel a su plan, como nos recuerda el salmo 32: "el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón de edad en edad".

Jesús se presenta en el libro del Apocalipsis, como "el Testigo fiel" (Ap.1,5), el Amén (Ap. 3,14),y el veraz(Ap 3,14) su vida es manifestación del cumplimiento de la promesa de Dios. Sus enseñanzas permanentemente nos hablan de la solicitud de Dios para con sus hijos, "aunque una madre se olvide de ti yo nunca me olvidaré", sus cuidados sobre nosotros no dependen del número, "deja las noventa y nueve que están en el redil y van en busca de la perdida".El amor que Dios muestra a sus criaturas y a sus hijos, es un amor comprometido “hasta el fin”. Un Amor fiel. Dios es fiel a este modo de amar misericordiosamente, benevolentemente. De este amor derramado sobre nosotros hasta el extremo es testigo Jesús. De este amor que según S. Pablo, "todo lo espera".

El Pueblo de Dios tiene conciencia firme de la presencia del Señor en la historia, sabe que no camina solo en medio de las tempestades. El Señor no abandona su barca. "Las puertas del infierno" no pueden con la modesta barca de Pedro que navega por la historia con la certeza de que su Señor vendrá. Ella debe velar y orar para no caer en tentación.

El carácter misterioso de la misma
El ADVIENTO también nos impulsa hacia esa otra venida del Señor, en la que volverá para "juzgar a los vivos y a los muertos". Ir, venir, volver; son categorías espacio-temporales, que aportan una cierta noción de lugar, en este caso concreto, desde el cual vendría Cristo. Algunos filósofos dicen "Dios creó el mundo y luego se retiró". Estos antropomorfismos aplicados a Dios son inadecuados y crean problemas. De allí que tendamos a pensar erróneamente que Dios está ausente de la existencia cotidiana y que se asoma cada tanto, como por una ventana para ver como van las cosas.

La enseñanza de la Iglesia difiere bastante de esta concepción naturalista. Estas categorías (ir, venir, volver) son realmente comprensibles para nosotros, pero, debemos precisar sus dificultades. Resulta más adecuado a la realidad, hablar de la manifestación del Señor, no olvidemos como nos dice San Pablo, que en Él vivimos, nos movemos y existimos.

Los discípulos, ante la partida del maestro, le preguntan "es ahora que vas ha instaurar el Reino de los cielos", es decir, esta acción potente de Dios que todo lo someterá definitivamente, ¿cuándo se va a realizar? Jesús aclara que no les corresponde a ellos saber el día ni la hora. Ya había advertido a sus discípulos, sobre la inesperada y repentina forma de su llegada, "como el ladrón por la noche". Vaya si resulta sugestiva esa advertencia del Señor. La Palabra de Dios que abunda en ejemplos viene en nuestra ayuda.

Así ocurrió en los días del Diluvio (Gn 6,5-7,24) avisados los hombres de la irrupción de Dios con su acción purificadora, no dieron crédito de este aviso. En la manifestación de la zarza ardiendo, Moisés es primero atraído por algo que a lo lejos se quema sin consumirse (Ex.3,1-6), y que lo encuentra en un país lejano, intentando apartarse de la suerte del Pueblo de Dios. Huye de aquel Pueblo y se encuentra con su Dios. Elías es sorprendido por el Señor en el susurro de una brisa suave (1 Re 19,13) .

En los hechos narrado por los Evangelios, sobre la llegada de Jesús, vemos como todo lo que rodea su nacimiento se mueve en circunstancias que nos resultan desconcertantes. Si el Hijo de Dios se va a Encarnar, uno podría pensar, que la creación entera estará esperando realizar el más grande cortejo de reconocimiento. Pero los hechos de la salvación van por otro lado, siendo que su familia no vive en Belén nace allí por razón de un censo que se decretó (Lc 2,3); su Encarnación se realiza por la acción potente de Dios en una joven Virgen (Lc 1,26-38); su custodio, san José es un hombre justo que acepta el designio de Dios (Mt 1,19-25), el pesebre es el lugar elegido por Dios desde la eternidad porque no hay lugar para ellos en la posada(Lc 2,7).El profeta Isaías anunciaba que los caminos de Dios no son nuestros caminos, Dios viene a nuestro encuentro, y su llegada a nuestra vida se realiza por caminos que solo Él conoce.

Lo vibrante de la espera
Israel recibió de Dios su proyecto con el nombre de ALIANZA, ella estaba sustentada sobre una Promesa de Amor. Abraham fue el primero en recibir esta Promesa y en haber creído en ella:

"Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, que servirá de bendición."(Gen 12,1).

En el escrito a los hebreos, se alaba su fe:
"Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8)

Lo propio de la fe no es fundarse en la experiencia, siempre limitada, sino fundarse en la Promesa, es decir, creer en cosas cuya experiencia aún no se tiene, la fe se muestra como confiada respuesta a una invitación de Dios. La Promesa hecha a Abraham es renovada a los profetas, ellos advierten que Dios ha hablado en el pasado, y anuncian que vamos hacia otra Tierra prometida respecto a la cual la primera tierra, era solo apariencia.

A lo largo de la historia sagrada, somos invitados a vigilar, ello significa velar, estar despiertos para evitar ser sorprendidos. Como el pastor que cuida de su rebaño en el Evangelio, o como aquellos que estando despiertos recibieron la gran noticia de ir a Belén para adorar al niño en el pesebre (Lc 2,8-10).

Vigilar es seguir a Jesús, elegir lo que él eligió, amar lo que amó. Significa atender con amor a alguien, guardar cuidadosamente algo que vale mucho. Vigilar exige estar atentos, estar despiertos para entender lo que acontece, ser agudos para intuir la dirección de los acontecimientos y estar preparados para hacer frente a la emergencia. Supone tener la percepción del tiempo en el horizonte del amor con el que Dios nos ama.

El Señor conoce la ambigüedad que se oculta en el tiempo del hombre, el día luminoso de nuestra salvación se acerca, pero, todavía no ha alcanzado su pleno esplendor. Desde nuestro Bautismo, la salvación de Dios está en nosotros, pero en el transcurso de nuestras vidas debemos ir tomando más y más conciencia de esta realidad.

La Iglesia en el Adviento celebra la primera venida de Cristo en carne, también y la que cotidianamente realiza Jesús, en las diversas formas de encuentro que los hombres tienen con Dios, y particularmente la segunda venida, la Parusía, para completar y coronar la obra iniciada por él mismo y continuada por el Espíritu que conduce a su Esposa la Iglesia, para que aliente a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad a permanecer firmes en la esperanza.

Dos obstáculos
Los obstáculos provienen de que el objeto de la esperanza “es el bien difícil, pero posible de conseguir por sí o por otro”[8].El camino de la desesperación cobra en su inicio dos formas en la Escritura; la de un adormecimiento (decaimiento) o un desaliento (tristeza). El movimiento opuesto a la Esperanza, que es loable y virtuosa, es la desesperación que realiza un juicio falso de Dios[9]. El hombre que desespera, piensa que Dios no perdona al pecador arrepentido. Juzga muchas veces el amor de Dios a luz de su pecado, y piensa que su pecado es mayor que el amor de Dios. El que desespera ve los cielos cerrados y no percibe ninguna salida posible a su situación.

Pensemos en Judas. Ha traicionado a Jesús por 30 monedas, en lugar de arrepentirse y pedir perdón, desespera (Mt27,3-10). Hace lugar en su corazón a un pensamiento diabólico, Dios no puede perdonarte. No hay Amor que puede redimir esa ofensa. El Diablo en su oficio de acusador cierra todos los caminos y sume en la tristeza al pecador.

Pensemos ahora en Pedro, ha traicionado a Jesús (Mt 26,69-75), pero aguarda arrepentido el perdón de Dios. El Espíritu Santo, dinamiza su espera con el consuelo de saber que el Amor de Dios es más grande que su pecado. El Amor vence, los brazos de Cristo en la Cruz trazan un signo indeleble sobre la humanidad. Dios abre sus brazos, y ya nada ni nadie cerrará la misericordia que se derrama sobre el mundo. No hay pecado que Dios no pueda perdonar, si el hombre se arrepiente. La desesperación es un pecado contra una virtud teologal (esperanza) y “teniendo las virtudes teologales por objeto a Dios, los pecados opuestos a ella implican directa y principalmente, el alejamiento de Dios”[10].

EL sueño (decaimiento)
La actitud del cristiano no es la de evadirse del tiempo para encontrar la eternidad (así ocurre con el budismo[11]), su misión consiste en comprometerse con el proyecto amoroso de Dios, y así, poner todas las cosas a los pies de Cristo, para que éste las ofrezca al Padre. El hombre es el único que puede todos los días dignificar su obra (trabajo, etc...) elevándolo a la condición de ofrenda.

El sueño es un obstáculo, así ocurrió a los discípulos, estando en un momento tan crucial como la pasión, y siendo que Jesús les pide que velen con él (Mt 26,38), ellos se duermen (Mt 26,40). Cierran sus ojos ante la realidad, y duermen mientras Jesús padece en la oración la angustia de la llegada de "su hora". Si duermen en "la hora de Jesús" es porque no han penetrado en la realidad última que encierra este combate.

El desaliento (tristeza)
Ciertamente, el enemigo quiere que desesperemos, presentándonos el camino emprendido como demasiado arduo o la meta como imposible de alcanzar. El joven rico del Evangelio ha emprendido el camino, pero la propuesta de Jesús se torna exigente y el joven se marcha entristecido (Mt 19,22).

El desaliento a nivel intraeclesial[12], se viste con una mirada árida y excesivamente superficial, en torno a la repercusión de la predicación del Evangelio en la sociedad.
Ya San Pedro nos advertía :

“Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por suS propias pasiones, que dirán en son de burla. “¿Dónde queda la Promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la Creación”.
Nada detiene la obra de Dios, este es un anuncio del Adviento. Hay realidades que nos atemorizan o que nos hacen preguntarnos perplejamente,¿cómo saldremos de esta situación? El secularismo que se cierne cruelmente sobre los creyentes, la cultura atea, el hedonismo y tantas otras formas de cerrar los horizontes del hombre, no pueden con el Amor de Dios expresado en Jesucristo. En el trono está Dios y el Cordero (Ap.4-5). “No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la Promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que alguno perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 Pe 3,9)

La gracia del Encuentro
Uno de los personajes bíblicos propios de este tiempo, es el anciano llamado Simeón, todos sabemos que subía frecuentemente al Templo de Jerusalén, impulsado por una promesa. Esa promesa había alimentado en Él la esperanza. ¿Cuántas veces se habrá sentido cansado o desalentado? Cuántas veces habrá sobrevolado sobre su corazón una nube que cubriéndolo le decía: esto que tú persigues es un espejismo.

Era obvio, que esa actitud valerosa de subir frecuentemente al templo de Jerusalén lo había fortalecido para resistir a esas voces interiores desalentadoras, lo había hecho hundir sus raíces en la voz amigable de Dios que lo consolaba con la Promesa. Es un Testigo de la Esperanza. Y a pesar del barullo exterior, él reconocía esa voz y creía en ella, fue así que no abandonó aquella ruta amorosa que día a día recorría. En uno de esos tantos días, llegó al templo de Jerusalén.

Los que estaban aquel día en el templo de Jerusalén, vieron como una mujer con un niño en sus brazos avanzaba hacia el sacerdote, para todos los allí presentes, ninguna cosa era novedosa. Nada era capaz de suscitar un júbilo extraordinario. Sólo aquel anciano llamado Simeón pudo en medio de esa multitud, abriéndose paso, llegar hasta el niño y tomándolo en sus brazos exclamar: " ahora puedes dejar ir a tu siervo en paz porque mis ojos han visto la salvación".

Solo él pudo ver la salvación que Dios les había prometido en aquel niño. ¿Qué lo capacita para ver ésta realidad? Ha oído en medio del barullo imperante la voz del Señor. Su vida se ha ido nutriendo de Dios. No es un improvisado, no se trata de un enamoramiento primaveral. Su amor a Dios se ha templado bajo sol en el camino de la vida y su vida da testimonio de esta Esperanza.

Marana-tha ("Ven, Señor") son las últimas palabras del Apocalipsis, ha sido una de las oraciones más frecuentes de los primeros cristianos, desde el interior de cada corazón de hijos brota el deseo del “regreso” de Cristo. El enviado de Dios es nuevamente esperado. Así, el Apocalipsis termina con esta frase": Dice el que da testimonio de todo esto: "Sí pronto vendré". ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap. 22.20).

[1] R. Guardini, El Espíritu de Dios Viviente, Paulinas, Bogotá, 1992, pp.66-67.

[2] “Se ha dicho que la Esperanza tiene razón de virtud, porque llega a la regla suprema de los actos humanos; a la cual toca, ya como a causa primera eficiente, en cuanto se apoya en su auxilio, ya como a última causa final en cuanto que espera en el goce de ésta la bienaventuranza. Así es evidente que objeto principal de la Esperanza, en cuanto virtud, es Dios. Luego, consistiendo la razón de la virtud teologal en tener a Dios por objeto, como se ha dicho , es notorio que la esperanza es virtud teologal. Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-IIae,C.17,a.5.

[3] Josef Pieper; Las virtudes fundamentales Rialp, Madrid, 1980, p.377.

[4] Ibíd.,370.

[5] “La antemisa es el estuche de la misa. Los monjes se preparan para la eucaristía por medio del oficio de Laudes. Nosotros podemos hacerlo por medio de un estilo de vida más calmado, más propicio a la escucha y a la disponibilidad del corazón, o bien meditando con antelación las lecturas del día.” Godfried Dannels, entre Dios y nosotros, un diálogo de amor: la Eucaristía, Cuaderno Phase, Nª 77.

[6] Hans Urs von Balthasar, Tú coronas el año con tu gracia, Encuentro ,Madrid,1997, pp.223-224.

[7] “Debe decirse que la certidumbre puede existir en algunos de dos maneras, a saber, esencial y participadamente. Esencial se halla en la facultad cognoscitiva, y participadamente, en todo lo que es movido infaliblemente a su fin por dicha facultad cognoscitiva. Según este modo, dícese que la naturaleza obra con certeza, como movida por el entendimiento divino que dirige con certeza cada cosa hacia su fin. Según este modo se dice también, que las virtudes morales obran más ciertamente que el arte, por cuanto que, a la manera de la naturaleza, son movidas por la razón a sus actos, y de este modo también la esperanza tiende con certeza a su fin, como participando la certidumbre de la fe que existe en la facultad cognoscitiva”. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-IIae, C.18, a.4.

[8] Ibid II-IIae,C.20,a.4.

[9] “ Mas con respecto a Dios, la apreciación verdadera del entendimiento consiste en que piense que de Él proviene la salvación de los hombres y se otorga el perdón a los pecadores, según estas palabras: No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 18,32). Pero está en lo falso, si piensa que Dios retira al pecador penitente su perdón o que no convierte a sí a los pecadores por la gracia santificante. II-IIae,C.20,a.1.

[10]II-IIae,C.20,a.3.

[11] “El estoicismo es una manera de luchar contra el sufrimiento. Es éste también el razonamiento de los budistas: hay que escapar al sufrimiento; luego la mejor manera de no sufrir es la de suprimir en sí todo deseo. Como decía Gide a Claudel: “Quiero morir perfectamente desesperado”, es decir, habiendo renunciado totalmente al mundo de la esperanza en una serenidad absoluta. Tal actitud se halla en muchos espíritus contemporáneos, que dicen: “no debemos esperar nada, simplemente debemos esforzarnos por existir”.Contrariamente a estas apariencias sabias, el cristiano cree en la felicidad y en el porvenir. Por otra parte, el cristianismo no es una sabiduría, es una fe” Jean Daniélou, Contemplación, Crecimiento de la Iglesia, Encuentro, Madrid,1982, p.56..

[12] Ya Santo Tomás se pregunta si la desesperación proviene de la Acedia (II-IIae,C.20 ,a4). El P. Bojorge en su segunda obra sobre el “hecho de la Acedia” pinta la realidad en la vida creyente.
“Estamos en la hora riesgosa para que, pensando que el Señor tarda, se duermen las vírgenes necias y los administradores infieles. En la hora riesgosa para que descarten la venida del Señor para dedicarse a sus propios asuntos, olvidados de los intereses del Reino. No sólo la cultura y la civilización sino también la teología naturalista ha alejado a Dios, lo ha declarado recluido en su lejanía y ya no lo espera.

Esta es la hora riesgosa para que, como la Magdalena, muchos que aman a Jesús, den por muerto al señor y se entristezcan...El Señor les parece muerto o ausente. Son tiempos de acedia, tiempos de ceguera para el bien presente”. Horacio Bojorge, Mujer ¿por qué lloras? Lumen, Buenos Aires, 1999, p.13.

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