jueves, 13 de agosto de 2009

GIANFRANCO RAVASSI: CON FLORES PARA MARÍA


Te he comprado estas flores / sonrojándome un poco como cuando tememos / que alguien nos pregunte para quién son, / y de nuevo sonrojándome / (no es por gratitud) te las ofrezco. / Me siento un beduino del desierto / que te ha visto pasar al lado suyo / y conoce de ti sólo el nombre / pero su tienda está llena con tu rostro. / Son gladiolos blancos. / Querría que hubieran sido rojos / y eso se vuelven / conforme la sombra invade / este silencio nuestro.

Debería haberme encontrado con Renzo Barsacchi hace años por un deseo común de conocernos. Sin embargo, la muerte le sobrevino en 1996 y por eso sólo me ha quedado un libro con dedicatoria, Marinero de Dios (Marinaio di Dio, Nardini 1985), del que he sacado algunos versos para la fiesta de la Inmaculada. Poeta delicado y creyente sincero, Barsacchi nos presenta un aspecto particular de la devoción mariana, el de la simplicidad humilde y espontánea. Ese ramo de gladiolos blancos nos trasladan, de hecho, a todos a la infancia, cuando - sobre todo para quien vivía en el campo - íbamos a las ermitas marianas con un ramito de flores campestres, todavía más fascinantes que los suntuosos gladiolos.

Quizá hoy nos sonrojaríamos al realizar este gesto, precisamente porque hemos perdido la simplicidad. Llevamos una vida siempre más sofisticada y llena de convencionalismos, de formas vacías, de autodefensas. Si logramos poner una semilla de pureza, una pizca de espontaneidad, o un trozo de infancia en nuestra vida, quizá encontraremos la serenidad del corazón y la capacidad de afrontar también dificultades y sufrimientos sin deseperación ni rebelión. La devoción mariana tiene, entre otras cosas, esta lección que ofrecer a todos, en particular a nosotros, los adultos, una lección que es evangélica. "Si no os hacéis como niños..."

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