jueves, 17 de abril de 2014

HANS URS VON BALTHASAR: JUEVES SANTO


La liturgia de esta celebración se sale de lo normal en cuanto que la primera lectura describe la anticipación veterotestamentaria de la cena: la comida del cordero pascual, y la segunda lectura, de san Pablo, su consumación en el Nuevo Testamento, que lo que el evangelio no necesita narrar otra vez la institución de la Eucaristía, sino que más bien describe la actitud interior de Jesús en esta su sangre a la Iglesia y al mundo: en la conmovedora escena del lavatorio de los pies. Esta escena, seguramente Esta escena, seguramente histórica, debe abrir los ojos de los discípulos para que comprendan lo que en verdad se realiza en la Eucaristía en toda celebración eucarística de la Iglesia.

El cordero pascual. En este primer relato, que se comprende de diversos elementos, de la cena pascual todo debe comprenderse en función de su futura consumación en la celebración cristiana. Primero se exige, un animal sin defecto, macho (de un año), cordero o cabrito como víctima: sólo el mejor será lo bastante bueno para ello, pues debe ser sin tacha. Después la cena ha de comerse, con la cintura ceñida, las sandalias en los pies y un bastón en la mano, y toda prisa. Cristianamente hablando esto sólo puede significar que el cristiano debe estar dispuesto a dejar el mundo de los mortales para ir hacia Dios a través del desierto de la muerte, para entrar en la tierra prometida, y vivir al lado de Dios; no para continuar viviendo en la comodidad o caminar sin preocupaciones hacia un futuro terrestre. Porque el Cordero cristiano es el Resucitado que nos introduce, tras resucitar con él, en una vida escondida con el Mesías en Dios (Col 3,3). Y finalmente con la sangre del cordero debemos rociar las jambas y dinteles de nuestras puertas para que el juicio de Dios pase de largo. Sólo si se encuentra sobre nosotros la sangre de Cristo nos liberaremos del justo juicio, porque él ha salido airoso en el juicio sobre el pecado y se ha convertido como redentor en nuestro juez.

La Eucaristía. Pablo refiere la “tradición que ha recibido”: la oración de acción de gracias de Jesús sobre el pan: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo con el cáliz, que es la nueva alianza sellada con mi sangre. Y añade que toda comida eucarística es proclamación de la muerte del Señor. La ceremonia veterotestamentaria adquiere todo su sentido, de una profundidad insondable: El cuerpo que se entrega por vosotros la alianza sellada con su sangre, significa abnegación, entrega de amor hasta el extremo, y esto hasta tal punto que el que se sacrifica se convierte en comida y bebida de aquellos por los que se ha ofrecido: se dice haced esto y no simplemente recibid esto. Lo mismo se repetirá en Pascua cuando el Resucitado diga: A quienes les perdonéis los pecados, y no simplemente recibid mi perdón y el de mi Padre. Es como si lo máximo que podríamos imaginarnos, que el Hombre-Dios se entrega a nosotros, sus asesinos, como comida para la vida eterna, quedara superado una vez más: que nosotros mismos debemos realizar lo que ha sido hecho por nosotros, ofreciendo el sacrificio del Hijo del Padre.


El lavatorio de los pies es una prueba del amor hasta el extremo (Jn 13,1), un acto de amor que Pedro percibe, y es comprensible que así lo perciba, como algo completamente inadmisible, como el mundo al revés. Pero precisamente esta inversión de la realidad es lo más correcto, lo que hay que dejar que suceda primero en uno, y exactamente así como lo hace Jesús, ni más ni menos, en la humillación por su amor infinito, para después tomar ejemplo de ello (Jn 13,14) y realizar el mismo abajamiento de amor con los hermanos. En el evangelio esto es la demostración tangible de lo que se dará inmediatamente después a la Iglesia en el misterio de la Eucaristía: en correspondencia, los cristianos deben convertirse en comida y bebida agradables los unos para los otros.

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