jueves, 29 de enero de 2015

HANS URS VON BALTHASAR: CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

Dt  18,15-20; I Co 7,32-35; Mc 1,21-28
En el evangelio, con motivo de la expulsión de un demonio, se reconoce que la enseñanza de Jesús es una enseñanza totalmente nueva, un enseñar con autoridad ante el que todos los circunstantes quedan estupefactos. Estos ven la prueba de esta novedad en la expulsión del espíritu inmundo, pero esta es a lo sumo la confirmación de su autoridad, no su enseñanza. Lo auténticamente decisivo aparece al principio del evangelio: Jesús  enseña en la Sinagoga, y los presentes quedaron asombrados de su enseñanza. En su misma enseñanza se percibe ya la autoridad divina que la distingue de le enseñanza de los letrados. Lo que la nueva enseñanza exige es un radicalismo en la obediencia a Dios totalmente distinto del rigorismo en el cumplimiento de la ley exigido por los letrados. Este radicalismo no exige en absoluto una huida en del mundo, tal y como  la practicaban los miembros de la secta del Qumrán, sino, en medio del mundo, de su trabajo y de sus penalidades, una vida indivisa para Dios y conforme a su mandamiento. Este mandamiento que Jesús explica a los hombres es a la vez infinitamente simple e infinitamente exigente; posteriormente Jesús lo repetirá constantemente: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Eso significan la Ley y  los Profetas (Mt 7,12).Esta es la perfección que el  hombre puede alcanzar y en la que  puede y debe parecerse al Padre celeste (cfr.  Mt 5,48).Aquí solo hay totalidad, no hay lugar para la división.

Pablo  en la segunda lectura, tiende al mismo radicalismo. Aunque aparentemente distingue dos categorías de hombres, los célibes, que se preocupan de los asuntos del Señor, y los casados, que se preocupen de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, ciertamente no quiere  (como muestran sus textos parenéticos sobre la vida doméstica) proscribir el matrimonio  o las profesiones del siglo, sino a lo sumo mostrar lo que se observa habitualmente en la gente  mundo. Puede conceder al celibato una cierta preeminencia (1 Co 7,7), más inmediatamente añade: Pero cada cual tiene el don particular que Dios le ha dado, gracias al cual es perfectamente posible , incluso dentro del mundo y en la vida matrimonial, servir a Dios y amar al prójimo indivisiblemente. Ciertamente en muchos casos cabe preguntarse si esto es más fácil en el estado de los consejos evangélicos que en un matrimonio cristiano correctamente vivido. Las cartas pastorales se oponen a los que prohíben el matrimonio (1 Tim 4,3)¸no : Todo lo que Dios ha creado es bueno.

A esta doctrina definitiva de Jesús, en la que se resume todo con perfecta simplicidad, se refiere ya Moisés anticipadamente cuando habla, en la primera lectura, del profeta que ha de venir, del que Dios dice: Suscitaré un profeta…Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo les mande. El Señor lo suscitará como cumplimiento de todo lo iniciado en la Antigua Alianza. A él será, por tanto, al que haya que escuchar en todo.

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