Trasplantes y muerte cerebral. "L'Osservatore Romano" ha roto el tabú
El diario del Papa ha puesto en duda que para certificar la muerte de una persona sea suficiente con el cese de la actividad cerebral. Con esto ha reabierto la discusión sobre las extracciones de órganos de "cadáveres calientes" mientras el corazón late. Todavía más críticos son los especialistas de la Pontificia Academia de las Ciencias. Y Ratzinger, cuando era cardenal...
por Sandro Magister
ROMA, 5 de setiembre de 2008 – Con un vistoso artículo en primera página, "L'Osservatore Romano" de dos días atrás ha reabierto la discusión sobre los criterios con los cuales establecer la muerte de una persona humana.
El artículo es de Lucetta Scaraffia, docente de historia contemporánea en la Universidad de Roma "La Sapienza" y firma habitual del diario vaticano. El director de la sala de prensa, el padre Federico Lombardi, ha precisado que el artículo "no es un acto del magisterio de la Iglesia ni un documento de un organismo pontificio", y que las reflexiones expresadas en él "se deben adscribir a la autora del texto y no comprometen a la Santa Sede".
Precisamente. "L'Osservatore Romano" tiene el valor de ser el órgano oficial de la Santa Sede únicamente en la rúbrica "Nuestras informaciones", que informa los nombramientos, las audiencias y los documentos del Papa. La casi totalidad de sus artículos se imprime sin el control previo de las autoridades vaticanas y cae bajo la responsabilidad de los autores y del director, el profesor Giovanni Maria Vian.
Pero esto no quita que el artículo ha roto un tabú, respecto a un diario que es también desde siempre "el diario del Papa".
Cuarenta años atrás, el 5 de agosto de 1968, el "Journal of American Medical Association" publicó un documento – el llamado “Informe de Harvard” – que fijó el momento de la muerte ya no en el paro cardíaco, sino en el cese total de las funciones del cerebro. Todos los países del mundo se adecuaron rápidamente a este criterio. También la Iglesia Católica se alineó con él, particularmente en 1985, con una declaración de la Pontificia Academia de las Ciencias, y luego también en 1989, con un nuevo acto de la misma Academia, avalado por un discurso de Juan Pablo II. El Papa Karol Wojtyla volvió también sobre el tema en sucesivas ocasiones, por ejemplo, con un discurso en un congreso mundial de la Transplantation Society [Sociedad para los Transplantes], el 29 de agosto de 2000.
De este modo, la Iglesia Católica legitimó de hecho los extracciones de muestras de órganos, tal como se las practica universalmente hoy en personas que están en situación terminal a causa de enfermedades o por accidentes: es el caso del donante definido como muerto luego que se ha comprobado su “coma irreversible”, a pesar que todavía respira y su corazón late.
Desde entonces, se apagó la discusión en la Iglesia sobre este punto. Las únicas voces que se oían estaban en línea con el “Informe de Harvard”. Entre estas voces estándar se encontraba la del cardenal Dionigi Tettamanzi, en los años previos al 2000, cuando los temas bioéticos eran su pan cotidiano. Luego de él, las autoridades de la Iglesia más escuchadas en esta materia fueron la del obispo Elio Sgreccia, hasta hace pocos meses presidente de la Pontificia Academia para la Vida, y la del cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del pontificio consejo para la pastoral de la salud.
También hoy, otro experto de los más acreditados en el campo eclesiástico, Francesco D'Agostino, profesor de Filosofía del Derecho y presidente emérito del Comité Italiano de Bioética, defiende a espada limpia los criterios del “Informe de Harvard”. Las dudas surgidas a causa del artículo de "L'Osservatore Romano" no perturban a sus certezas: "La expuesta por Lucetta Scaraffia es una tesis que existe en el ámbito científico, pero es ampliamente minoritaria".
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Pero subterráneamente crecen las dudas en el interior de la Iglesia, en tanto desde Pío XII en adelante los pronunciamientos de la jerarquía sobre la cuestión son menos lineales de lo que parecen. Para ilustrar estas “ambigüedades” de la Iglesia hay todo un capítulo de un libro publicado recientemente en Italia: "Morte cerebrale e trapianto di organi. Una questione di etica giuridica [Muerte cerebral y trasplante de órganos. Una problemática de ética jurídica]", publicado por la editorial Morcelliana, de Brescia. El autor es Paolo Becchi, profesor de filosofía del derecho en las universidades de Génova y de Lucerna, discípulo de Hans Jonas, pensador hebreo que dedicó reflexiones punzantes a la cuestión del fin de la vida. Según Jonas, la nueva definición de muerte acreditada por el “Informe de Harvard” estaba motivada, más que un verdadero avance científico, por el interés, es decir, por la necesidad de órganos para trasplantar.
Pero más que nada las voces críticas aumentan en la Iglesia. Ya en 1989, cuando la Pontificia Academia de las Ciencias se ocupó de la cuestión, el profesor Josef Seifert, rector de la Academia Filosófica Internacional de Liechtenstein, adelantó fuertes objeciones a la definición de muerte cerebral. En ese congreso, la única voz discrepante fue la de Seifert. Pero años después, cuando el 3-4 de febrero de 2005 se reunió nuevamente Pontificia Academia de las Ciencias para discutir la cuestión de los “signos de la muerte”, las posturas se habían invertido. Los expertos presentes – filósofos, juristas y neurólogos de varios países – se pusieron de acuerdo para considerar que la muerte cerebral no es la muerte del ser humano y que se debe abandonar el criterio de la muerte cerebral, pues está desprovisto de certeza científica.
Esta conferencia fue un shock para los dirigentes vaticanos que habían adherido al “Informe de Harvard”. El obispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, dispuso que no se publicaran las actas. Un buen número de expositores entregó entonces sus propios textos a un editor externo, Rubbettino. Se publicó un libro con el título en latín: "Finis Vitae [El fin de la vida]", a cargo del profesor Roberto de Mattei, vice-director del Consejo Nacional de Investigaciones y director de la publicación mensual “Radici Cristiane".. El libro ha sido editado en dos idiomas, en italiano y en inglés. Cuenta con dieciocho ensayos, la mitad de los cuales es de especialistas que no participaron en el congreso de la Pontificia Academia de las Ciencias, pero que compartieron los lineamientos. Entre éstos está el profesor Becchi, mientras que entre los expositores en el congreso resaltan los nombres de Seifert y del filósofo alemán Robert Spaemann, éste último muy estimado por el Papa Joseph Ratzinger.
Tanto este doble volumen editado por Rubbettino, como el de Becchi publicado por Morcelliana, han dado impulso a Lucetta Scaraffia para reabrir la discusión en las columnas de "L'Osservatore Romano", en el 40º aniversario del “Informe de Harvard”.
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¿Y Benedicto XVI? Sobre esta cuestión jamás se ha pronunciado directamente, ni siquiera como teólogo y cardenal. Pero se sabe que aprecia los argumentos de su amigo Spaemann.
En el consistorio de 1991, frente a los cardenales, Ratzinger presentó una ponencia sobre las "amenazas contra la vida". Al describir tales amenazas se expresó así:
"El diagnóstico prenatal se utiliza casi rutinariamente sobre las mujeres calificadas en situación de riesgo, para eliminar sistemáticamente todos los fetos que podrían estar más o menos malformados o enfermos. Todos los que tienen la buena suerte de llegar al final del embarazo de sus madres, pero que tienen la desgracia de nacer con deficiencias, corren el fuerte riesgo de ser suprimidos rápidamente luego de su nacimiento, o de ver que se les rehúsa la alimentación y los cuidados más elementales”.
"Más tarde, los que la enfermedad o un accidente hacen caer en un coma ‘irreversible’ serán muchas veces ‘puestos en la muerte’ para responder a las demandas de trasplantes de órganos o servirán, también ellos, para la experimentación médica, como ‘cadáveres calientes’”.
"Por último, cuando se preanuncie la muerte, muchos estarán tentados de apresurar la llegada de ésta última mediante la eutanasia".
De estas palabras se intuye que Ratzinger ya tenía fuertes reservas sobre los criterios de Harvard y sobre la práctica que se deriva de ellos. A su juicio, la extracción de órganos por parte de donantes que están en el final de su vida se lleva a cabo muchas veces sobre personas que no han muerto, sino que son “puestas en la muerte” para poder efectuar la mencionada extracción.
Además, como Papa, Ratzinger ha publicado el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. En él se lee, en el n. 476:
"Para el noble acto de la donación de órganos luego de la muerte, hay que contar con la plena certeza de la muerte real del donante".
Comenta Becchi en su libro:
"Dado que hoy existen buenos argumentos para considerar que la muerte cerebral no equivale a la muerte real del individuo, las consecuencias en materia de trasplantes podrían ser realmente explosivas. Lo que se puede preguntar es cuándo esas consecuencias serán objeto de un pronunciamiento oficial por parte de la Iglesia".