miércoles, 17 de diciembre de 2008

SANDRO MAGISTER: UN CARDENAL ELOGIA LA ORTODOXIA

Escribe el cardenal Biffi en su último libro: "Al día de hoy, ya no es más la herejía sino la recta doctrina la que tiene que ser noticia". Por ejemplo, sobre la castidad. O sobre Jesús, quien no es solamente hombre sino Dios por Sandro Magister

ROMA, 24 de noviembre de 2008 – Desde su retiro sobre la colina de Bologna, el cardenal Giacomo Biffi ha entregado sus reflexiones en un nuevo libro, al que le ha dado el título de "Pecore e pastori [Ovejas y pastores]".

Que explica así: "Antes que cualquier otra cosa, todos en la Iglesia pertenecen al redil de Cristo. Todos, desde el Papa hasta el más reciente de los bautizados, poseen el verdadero motivo de su grandeza no tanto en el estar a cargo de esta o esa tarea en la comunidad cristiana, por cuanto forman parte de la 'pequeña grey'. Hay entonces una sustancial paridad entre todos los creyentes, en tanto creen realmente: sólo creyendo se cuenta entre las ovejas de Cristo".
Al igual que en sus libros anteriores, también esta vez las palabras llenas de vida del cardenal y teólogo no son las familiares en las escuelas de teología más frecuentadas, sino que remiten directamente al lenguaje del Evangelio, abierto a "los pequeños" y cerrado para los "sabios".

El cardenal Biffi sabe que la herejía está de moda. Pero esto es para él un motivo más para defender la ortodoxia: "A veces, en algunos sectores del mundo católico se llega inclusive a pensar que debe ser la Revelación divina la que se adapte a la mentalidad corriente para llegar a ser creíble, y no más bien que es la mentalidad corriente la que debe convertirse a la luz que nos es dada desde lo alto. Sin embargo, se debería reflexionar sobre el hecho que 'conversión', no 'adaptación', es la palabra evangélica".

La adaptación al pensamiento corriente – escribe – llega hasta a nublar la divinidad de Jesús, reducido a simple hombre aunque de extraordinario valor: "Por cuanto la afirmación puede parecer paradójica, la cuestión arriana [de Arrio, el hereje condenado por el Concilio de Nicea del 325 d.C.] está siempre a la orden del día en la vida eclesial. Los pretextos pueden ser muchos: desde el deseo de sentir a Cristo más cercano y más uno de nosotros, hasta el propósito de facilitar la comprensión exaltando casi en forma exclusiva los aspectos sociales y humanitarios. Al final, el resultado es siempre el de quitar al Redentor del hombre su unicidad radical y clasificarlo entre los seres tratables y domesticables. Bajo este aspecto se podría decir que entonces el Concilio de Nicea es hoy más actual que el Concilio Vaticano II".

Son muchas las páginas a contramano del nuevo libro de Biffi. A continuación reproducimos el capítulo que se refiere a un tema entre los más controversiales, el de la castidad, afrontado por el autor en una forma que parece insólita y a contramano, justamente porque hace referencia directa a las fuentes de la doctrina y de la moral cristianas: las palabras de Jesús en los Evangelios, las epístolas de san Pablo y los otros libros de las Escrituras.

El desafío de la castidad por Giacomo Biffi
Dentro de la secular experiencia de la humanidad – tan monótona y repetitiva en sus opacidades espirituales, en sus derrotas morales, en sus sufrimientos enigmáticos –, el advenimiento de la "grey pequeña" de Cristo ha sido quizás la única novedad sustancial: algo inédito y positivo ha aparecido finalmente sobre la faz de la tierra. Se ha asomado por primera vez la caridad como altísimo ideal de vida: [...] un ideal admirado muchas veces también [...] por los no-cristianos, aunque sea difícil de imitar; un testimonio que alguna vez hizo reflexionar también a los que no están acostumbrados a dar lugar a Dios en sus pensamientos.

Lo que por el contrario ha sido percibido por el mundo como algo desagradable y repulsivo en la mentalidad y en el estilo de la Iglesia es el ideal, el programa, el testimonio de la castidad. [...] Ella se configura desde el comienzo como un verdadero y auténtico desafío. Y queda como un desafío también frente a la mentalidad más difundida y prevaleciente en nuestros días. [...] Una incompatibilidad evidente. Cuando se asoma al teatro de la historia – en el mundo greco-romano, más que en los territorios del antiguo reino de Israel – el cristianismo debe saldar cuentas con una cultura marcada por una concepción del erotismo, por una práctica de la sexualidad y por una reglamentación de la institución matrimonial que es percibida inmediatamente como extraña a la índole del Evangelio y más aún como estridente con la nueva humanidad, nacida del acontecimiento pascual. Pero no hubo titubeos: se impuso desde el comienzo la persuasión universal y compacta que en tal materia no se admitiesen ambigüedades o compromisos. El "pueblo nuevo", surgido del agua y del Espíritu, debía distinguirse – más que por el fenómeno inaudito del estilo de amor fraterno – también por una forma exigente y radical de la castidad.

Todas las menciones en nuestro poder concuerdan. [...] Se lo deduce de los listados de las transgresiones inadmisibles en la existencia cristiana, que excluyen el ingreso al Reino de Dios. Se trata de listados que se proponen con premura pastoral a las comunidades creyentes: "No se engañen: ni los inmorales (pornòi), ni los idólatras, ni los adúlteros (moichòi), ni los depravados (malakòi), ni los sodomitas (arsenokòitai), ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los salteadores heredarán el reino de Dios" (1Cor 6, 9).

"Sabed bien que ningún fornicador (pòrnos), impuro (akàthartos) o avaro, es decir, ningún idólatra tendrá en herencia el reino de Cristo y de Dios" (Ef 5, 5). "Son bien conocidas las obras de la carne: la fornicación (pornèia), la impureza (akatharsìa), la impudicia (asèlgheia)…; respecto a estas cosas os prevengo, como ya he dicho: quien las lleva a cabo no heredará el reino de Dios" (Gal 5, 19-21).

Exigencia de santidad 
Entre los signos necesarios y más reconocibles del tránsito sustancial acontecido con el bautismo se cuenta el de una conducta casta, entre el modo de vivir degradado e indigno, típico del paganismo, y un estado de pureza nueva: es un contraste neto entre las viejas costumbres y la novedad pascual: "Como habéis puestos vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para la iniquidad, así ahora poned vuestros miembros al servicio de la justicia para la santificación" (Rm 6, 19). "Ya han vivido bastante tiempo conforme al criterio de los paganos, entregándose a toda clase de desenfrenos (en aselghèiais)" (1Pe 4, 3).

No es una sexofobia obsesiva y ni tampoco un moralismo exasperado lo que inspira este comportamiento. Es más que nada una conciencia sin precedentes de la exigencia de santificación, la cual proviene de haber adherido al Dios tres veces santo: "Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación: que os abstengáis de la impureza (apò tes pornèias), que cada uno de vosotros sepa tratar a su propio cuerpo con santidad y respeto, sin dejarse dominar por la pasión, como hacen los paganos que no conocen a Dios" (1Tes 4, 3-5). "Dios no nos ha llamado a la impureza (epì akatharsìa), sino a la santificación. Por eso, quien desprecia estas cosas no desprecia a un hombre, sino al mismo Dios, quien os dona su santo Espíritu" (1Tes 4, 7-8).

El joven cristianismo siente que es sobre todo la inmoralidad sexual del mundo helenístico la que merece el nombre de impureza (akatharsìa) contraria a Dios.

Valor del cuerpo
Esta cultura, inaudita en la sociedad greco-romana, no nace de un excesivo espiritualismo, pues no hay en ella esa desconfianza hacia lo que es material y corpóreo, desconfianza que se propagaba en las ideologías de matriz platónica (pero que era desconocida para la mentalidad israelita). Al contrario, ella se alimenta y se expresa con respeto hacia el cuerpo, el que en la perspectiva cristiana está considerado como una realidad sagrada y como un instrumento de santificación: "¡Alejaos de la impureza!

Cualquier pecado que el hombre comete, está fuera de su cuerpo, pero quien se entrega a la impureza peca contra su propio cuerpo. ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros, que lo habéis recibido de Dios, y que vosotros no os pertenecéis a vosotros mismos? En efecto, habéis sido comprados a un precio elevado: ¡glorificad entonces a Dios en vuestro cuerpo!" (1Cor 6, 18-20).

Según san Pablo, hay como una "dimensión litúrgica" de la castidad: "Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios; éste es vuestro culto espiritual" (Rm 12, 1).

Se entiende por qué la Iglesia ha reaccionado rápidamente contra la desestimación gnóstica del matrimonio, desestimación que en el gnosticismo llega a la prohibición (cfr. 1Tim 4, 3), y que haya defendido la dignidad del mismo: "Que el matrimonio sea respetado por todos y que el lecho nupcial no sea manchado. Los fornicadores y los adúlteros serán juzgados por Dios" (Hb 13, 4).

La nueva humanidad del bautizado se revela también en su lenguaje, que debe aborrecer el hablar soez y también las expresiones vulgares, porque en los "santos" (así son llamados los cristianos en las cartas apostólicas) la preocupación por la castidad es total y debe resplandecer en cada manifestación del "hombre nuevo", también en su comportamiento general y en sus palabras: "Alejad también vosotros todas estas cosas: la ira, la animosidad, la maldad, los insultos y los discursos obscenos (aischrologhìan) que salen de vuestra boca" (Col 3, 8). "Como debe ser entre los santos, entre vosotros ni siquiera se hable de fornicación, de cualquier clase de impureza o codicia, ni tampoco de vulgaridades, de cosas insulsas o de triviliadades: éstas son cosas inconvenientes" (Ef 5, 3-4).

La cuestión de la homosexualidad
Respecto al problema hoy emergente de la homosexualidad, según la concepción cristiana es necesario distinguir el respeto debido siempre a las personas, lo que conlleva al rechazo de su marginación social y política (salvada la naturaleza inderogable de la realidad matrimonial y familiar), de la obligada reprobación de toda ideología que exalta la homosexualidad.

La palabra de Dios – tal como la conocemos en una página de la epístola a los Romanos del apóstol Pablo – nos ofrece también una interpretación teológica del fenómeno de la propagada aberración ideológica y cultural en esta materia: tal aberración, se afirma, es al mismo tiempo la prueba y el resultado de la exclusión de Dios de la atención colectiva y de la vida social, y del rehusarse a darle la gloria debida.

La exclusión del Creador determina un descarrilamiento universal de la razón: "Habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en sus vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. Haciendo alarde de sabios, se convirtieron en necios" (Rm 1, 21-22).

Como consecuencia de esta obcecación intelectual, se ha comprobado que el comportamiento y la actitud teórica han caído en la más completa disolución: "Por eso Dios los ha abandonado a la impureza según los deseos de sus corazones, hasta deshonrar entre ellos a sus propios cuerpos" (Rm 1, 24).

Y para prevenir todo equívoco y toda lectura acomodaticia, el Apóstol prosigue haciendo un análisis impresionante, formulado con términos totalmente explícitos: "Por eso Dios los ha abandonado a las pasiones infames; en efecto, sus mujeres han cambiado las relaciones naturales en otras contra la naturaleza. Igualmente, también los varones, al dejar de lado la relación natural con la mujer, han accedido al deseo mutuo, cometiendo actos ignominiosos entre varones, recibiendo así en sí mismos la retribución que merece su extravío. Y dado que no consideraron que debían conocer adecuadamente a Dios, Él los ha abandonado a su inteligencia depravada y ellos han cometido acciones indignas" (Rm 1, 26-28).

Por último, san Pablo se apresura en resaltar que la abyección extrema se da cuando "los autores de tales cosas... no sólo las cometen, sino que también aprueban a quienes las hacen" (Rm 1, 32).

Es una página del Libro inspirado que ninguna autoridad humana puede obligarse a censurar. Y ni siquiera está permitido, si queremos ser fieles a la palabra de Dios, la pusilanimidad de silenciarla a causa de la preocupación de aparecer como no "políticamente correctos". Debemos hacer notar también la actualidad especial de esta enseñanza de la Revelación divina. Lo que san Pablo ponía de manifiesto como acontecido en la experiencia cultural del mundo greco-romano, se demuestra proféticamente correspondiente a lo que se ha verificado en la cultura occidental en estos últimos siglos: la exclusión del Creador – hasta proclamar grotescamente la "muerte de Dios" – ha tenido como consecuencia y casi como castigo intrínseco una propagación de una ideología sexual aberrante, en cuanto a su arrogancia desconocida por las épocas precedentes.

El pensamiento de Cristo
Hablando en general, Jesús ha abordado pocas veces esta temática, y siempre con un estilo sobrio, pero al mismo tiempo inequívoco y resuelto. En materia de moral sexual, él se revela contrario no sólo con las costumbres de los paganos, sino también a algunas convicciones difundidas en Israel. Por otra parte, no es imaginable que el anuncio pascual y la propuesta de la comunidad cristiana, con su carga de novedad y de inconformismo, no se atuvieran también en este punto a la plena fidelidad al Evangelio y no se hayan propuesto la perfecta consonancia con el magisterio del Señor, custodiado y transmitido por la predicación de los Apóstoles.

Jesús no dudó en poner también a las violaciones a la castidad entre los comportamientos que atentan contra la dignidad del hombre y contra su pureza interior, precisando además que la corrupción del "corazón" (es decir, del mundo interior) es la fuente y la medida de la responsabilidad (y, en consecuencia, de la culpabilidad) de las acciones perpetradas: "Del corazón provienen los propósitos malvados, los homicidios, los adulterios, los robos, los falsos testimonios, las calumnias. Todo esto hace impuro al hombre" (Mt 15, 19-20).

Jesús hasta considera – y esto es típico de su antropología – que la castidad es violada en la intimidad del alma, cuando se acepta el deseo reprobable, antes que se produzca la consumación del acto pecaminoso: "Aquél que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón" (Mt 5, 28). Un problema rabínico respecto al matrimonio "¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer (gynàica) por algún motivo?" (Mt 19, 3). La cuestión que los fariseos proponen a Jesús tenía una referencia precisa: se trataba de una cuestión que dividía a las corrientes rabínicas de la época. La escuela de Shammai consideraba que la única razón válida para proceder al repudio era el mal comportamiento moral, es decir, el libertinaje de la mujer. Para la escuela de Hillel, por el contrario, bastaba algún inconveniente en la vida conyugal, inclusive sólo la costumbre de salar demasiado los panes o haber dejado quemar el segundo plato. Al continuar con tal línea permisiva, pocas décadas después, el Rabbí Aquiba llegará a considerar como razón suficiente la posibilidad, por parte del marido, de desposar a una mujer más bella.

La respuesta de Jesús
Jesús no se deja envolver en las controversias de los doctores de la ley ni se muestra condicionado por los comportamientos difundidos por los judíos. El suyo es un golpe lateral, ya que su respuesta es que necesita remitirse al designio originario de Dios: "Al principio de la creación Dios los hizo varón y mujer; por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos se convertirán en una sola carne. Que el hombre no divido lo que Dios ha unido" (Mc 10, 6-9).

"Al principio": este "principio" en el que ha sido pensada y decidida la creación (cfr. Génesis 1, 1: en archè) incluye ya la perspectiva cristológica y eclesiológica, según la cual la realidad nupcial es signo y figura de la unión que liga al Redentor con la humanidad renovada, y la misma distinción de los sexos es alusión a la dialéctica y a la comunión entre Cristo y la Iglesia. Es una visión tan sublime e inesperada del matrimonio, que los discípulos, pasmados, se refugian en el sarcasmo: "Si ésta es la situación del hombre respecto a la mujer, no conviene casarse" (Mt 19, 10).

Notemos que la redacción del episodio por parte de san Marcos supone la idea de la igualdad sustancial entre el hombre y la mujer, una igualdad que no aparecía en las disposiciones mosaicas: "Quien repudia a su propia esposa y se casa con otra, comete adulterio; si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Mc 10, 11-12).

Por su parte, el evangelio de san Lucas ha conservado otra frase de Jesús que nos ofrece una precisión ulterior: "Todo aquél que repudia a su propia esposa y se casa con otra, comete adulterio; el que casa con una mujer repudiada por su marido, comete adulterio" (Lc 16, 18). Como se ve, la segunda parte de la frase previene y descarta también la hipótesis que la indisolubilidad no vale más luego que el vínculo se ha roto, como alguno ha pensado. Y desautoriza la hipótesis que la ley de la indisolubilidad pueda ser excepcionalmente violada, cuando se trata del cónyuge repudiado, no responsable de la ruptura.

El inciso de Mateo
La redacción de san Mateo agrega un inciso que no es de fácil comprensión: "El que repudia a la propia esposa (ten ghynàica autoù), excepto en caso de 'pornèia', y se casa con otra, comete adulterio" (Mt 19, 9). ¿Qué es esta "pornèia"? No puede significar un mal comportamiento moral de la mujer, porque en tal caso Jesús se asimilaría a la escuela de Shammai (mientras la reacción de los discípulos se explica sólo con la novedad absoluta de la sentencia de Cristo). Por otra parte, la perfecta concordancia de san Marcos, san Lucas y san Pablo nos asegura que Jesús considera absoluto el principio de la indisolubilidad. La solución más simple es que aquí se habla de una convivencia no esponsal con una mujer, convivencia que no sólo se puede sino que también se debe interrumpir. Así interpreta también la Biblia de la Conferencia Episcopal italiana, que traduce: "Si no es en caso de unión ilegítima".

El ideal y la misericordia Jesús anuncia sin atenuantes y sin concesiones el espléndido diseño originario del Padre sobre la mujer y sobre el hombre; por eso mismo advierte a todos para que no desfiguren ese ideal de una vida casta y santa que se nos propone divinamente. Pero mira siempre con simpatía y comprensión a los hombres que de hecho han envilecido ese ideal con sus prevaricaciones. Los pecadores son tratados por él con afectuosa cordialidad. No los considera extraños y lejanos, más bien los considera la razón de su venida al mundo y los naturales destinatarios de su misión: "Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9, 13; Mc 2, 17; Lc 5, 32). Con esta actitud benévola consigue salvar de la lapidación a la adúltera (Jn 8, 1-11). Defiende caballerosamente a una mujer que en el relato evangélico es calificada como "una mujer pecadora que vivía en la ciudad" (Lc 7, 37). Con la samaritana que vivió varias experiencias lleva a cabo una conversación amable y sincera que conquista su corazón (Jn 4, 5-42). La suya no es la misericordia aparente del permisivismo, sino que por el contrario, es la misericordia salvadora que, sin despreciar y humillar, impulsa al arrepentimiento y al renacimiento interior.

El "gran misterio"
La visión cristiana trascendente del vínculo hombre-mujer – y en esa visión la precisa y exigente propuesta de vida casta, según la condición propia de cada uno – encuentra su fundamento y su inspiración en el convencimiento que ese vínculo es imagen de la conexión esponsal que une a Cristo con la Iglesia.

Es una lección de "teología anagógica" (que se deja iluminar desde lo alto) que san Pablo nos imparte en la epístola a los efesios. En la donación recíproca de los cónyuges vive un "gran misterio" [...] que el Padre ha diseñado antes de todos los siglos: "Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 32). A los ojos del Apóstol, el amor del marido por su esposa evoca el amor de Cristo por la Iglesia: un amor que salva, que purifica y que santifica. El posterior magisterio de la Iglesia hablará del matrimonio como "sacramento", un sacramento que, al ser alusión y figura del vínculo que hace del Redentor y de la humanidad "una sola carne", efectúa en los esposos una participación especial en ese acontecimiento, [...] en el interior del cual los actos recíprocos de donación personal se convierten en ocasión y vehículo de continua gracia. Ninguna filosofía y ninguna religión han llegado jamás a exaltar así la vida sexual. Naturalmente, hablamos de la vida sexual conducida según el plan originario de Dios. 

Un desafío siempre actual
La castidad anunciada y propuesta por la predicación apostólica ha sido sin duda un desafío a la mentalidad y al comportamiento de la humanidad de esos tiempos. Y es un desafío que también hoy conserva intacta su actualidad. Bajo un cierto aspecto se ha tornado más necesaria y más urgente. Nuestra época está dominada y maltratada por una especie de pansexualismo. El sexo es invocado continuamente: no sólo en los enunciados sociales y psicológicos, no sólo en las múltiples expresiones de arte y de cultura, no sólo en los espectáculos y en los entretenimientos, ya que hasta en los mensajes publicitarios no se puede hacer menos que evocarlo y aludir a él. A veces tenemos la impresión de estar condicionados y manipulados por una misteriosa agrupación de maniáticos que imponen a todos su degeneración mental. Son los mismos que no dejan jamás de definir como beatos e hipócritas a cuantos no se dejan convencer por sus elevadas argumentaciones. Y con su tenacidad y su intrepidez alcanzan, sin quererla, la melancólica meta de una comicidad objetiva. 

Realismo evangélico 
Es indudable que a los ojos del mundo la visión cristiana parece fatalmente abstracta y utópica: se dirá que es noble y bella, pero demasiado alejada de la realidad efectiva. En honor a la verdad, este ideal de castidad es justamente imposible y vano para quien no vive en plenitud la vida bautismal, con sus citas sacramentales, con la contemplación asidua del acontecimiento pascual, con el justo espacio dedicado a la oración, con el compartir en forma decidida y alegre la experiencia eclesial. El motivo está en el hecho que la castidad no es una virtud que se pueda conseguir y adquirir por sí sola, fuera del contexto de un seguimiento integral de Cristo. Por el contrario, en el contexto de un seguimiento integral de Cristo todo se torna posible, fácil, alegre: "Yo lo puedo todo en aquél que me conforta" (Flp 4, 13).

1 comentario:

JORGE dijo...

Excelente post,

Mucho se confunde el tema del cuerpo y del sexo, como si fueran cosas malas.

Son creadas por Dios, y eso las hace buenas, lo malo es cuando le damos mal uso y desvirtuamos su finalidad.

Este texto me ha resultado muy esclarecedor.

Gracias y bendiciones