jueves, 4 de diciembre de 2008

Por José Mª Pemán: CANTO A LA EUCARISTÍA


En la nada sin nombre, cuando nada existía,
como el temblor posible de un venidero día,
existía el Amor.

¿Por qué quiso el Señor,
que todo lo tenía,
buscar la compañía
de este hermano menor?

Salirse el río de la fuente;
aceptar este riesgo del "otro"; esta inminente
llegada del pecado;
darle nombre y figura al aire despoblado
de perfil y rigor,
sólo pudo ser obra del Amor.

Sólo el Amor podía
plantearse a sí mismo esta querella:
reñir esta porfía,
dar leyes a la estrella,
complacerse en el día
y hacer la libertad para luchar con ella...
¡sólo el Amor podía!

Amor se puso a herrar con su mano encendida
el desbocado potro de la vida.
En todo fue dejando su cifra y poderío:
tú serás la gacela; tú serás el romero;
y tú el mar y tú el río.
Y así fue toda cosa nombre exacto y primero
por obra del Amor.

Y así por la palabra del Señor
fue una mañana el Hombre
y otra mañana la Mujer.
¡Oh la primera eucaristía del Nombre
que transubstancia la palabra en ser!

Se casaban el gozo y las querellas,
y la razón y la locura.
Se casaba el Creador con la criatura
¡se casaba el Amor!

La pasión se casaba con la Idea.
La nada peleaba con el soplo creador.
iY de aquella pelea
nacía más Amor!

Dios estuvo en los bosques como un sordo terror.
Dios caminó en los ríos con sandalias de luz.
Luego, como en la entrega de un absoluto Amor,
Dios estuvo en la Cruz.

Pero no le bastaba... Quiso estar como pan, como alimento.
Como vida total: en la frontera,
de esa indecisa claridad primera
donde el Amor parece Pensamiento.

Y así –¡terrible intento!–
tras el Amor creador que daba vida,
vino el Amor del anonadamiento:
el quedarse escondida
la Luz en el racimo y en el pan.

Como la enamorada que busca su galán,
Cristo es el errabundo
de todos los caminos donde nazca una flor.
–"Tanto he querido al mundo
que en pedazos de mundo he escondido el Amor."

Cuando en el alto monte de olivos y de rosas
ascendía hacia el Reino, derrotando calvarios,
y eran las nubes incensarios
y las estrellas eran como esposas:
como un trigal de manos angustiosas
tiraba de sus pies un mundo de sagrarios.

Quédate con nosotros.
No borres de las horas los minutos divinos.
Y no dejes, Señor, sin montura los potros
que se desbocarán por los caminos.

En busca de la fuente que nos mana en el centro
del Alma, iban los ciervos de espumosos ijares.
Pero el Amor venía ya al encuentro
con prisa de molinos y lagares.

Me dormí en el trigal cuando el ocaso
pintaba sus sangrientas maravillas.
Y Ruth venía paso a paso
a acostarse y soñar en mis rodillas.

Toda cosa creada se inauguró divina
por el poder inmenso de tu voz.
El racimo y la harina
ya eran divinos antes de ser Dios.

¿Qué es esto que hemos visto?
El mundo empieza a andar como el ebrio y el harto.
El mundo entero es vocación de Cristo.
La Creación se estremece con dolores de parto...

Mi vida sin tu vida es pura muerte.
Sin tu palabra es flor marchita el arte.
Si me prestas tu amor, podré quererte.
Si me prestas tu voz, podré cantarte.

Que sólo así, alentados mis alientos,
fortalecidos sobre el polvo vano,
prolongado de siete sacramentos,
tendré la gigantesca estatura del cristiano.
¡Y vendrán de la rosa de los vientos
a comer las palomas en mi mano!

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