Dios sin Cristo
«La primera consecuencia del racionalismo se puede sintetizar en la siguiente fórmula: “Dios sin Cristo”. Es la negación del hecho de que sólo a través de Cristo es posible que Dios, el Misterio, se nos revele tal como es. “Dios sin Cristo”, o fideísmo: ésta es la característica de todas las posturas que, eliminando la racionalidad de la fe, pretenden definir a Dios como la idolatría de un aspecto particular, sentida o heredada por una cierta tradición étnica o cultural, o bien establecida por su propio pensamiento o imaginación» (p. 127).
Cristo sin Iglesia
«Segunda consecuencia: “Cristo sin Iglesia”. Si el primer aspecto se identifica con el fideísmo, el segundo aspecto, que es consecuencia inmediata, puede llamarse gnosis, gnosticismo, en sus diversos aspectos o versiones. Si se elimina de Cristo el hecho de que fue un hombre, un hombre real, histórico, se elimina la posibilidad misma de tener experiencia cristiana. La experiencia cristiana es una experiencia humana, hecha de tiempo y de espacio como cualquier otra realidad material. Sin este aspecto material del objeto de la experiencia que el hombre tiene de Cristo, desaparece la posibilidad de vivir esa contemporaneidad con Él que es prueba de la verdad de todo lo que Cristo dijo de sí mismo. La eliminación de la carnalidad que implica cualquier experiencia humana, incluida la experiencia de Cristo, lo sitúa y también a la Iglesia en el terreno de la abstracción, reduciéndolo a uno de los muchos modelos religiosos existentes. La imposibilidad de aceptar el cristianismo en el mundo actual se identifica, por tanto, con esta negación». (pp. 127-129).
Iglesia sin mundo
«El tercer aspecto de la influencia que el mundo racionalista ha introducido en nuestra vida eclesial, individual o colectiva, es una Iglesia sin mundo. De esto dependen el clericalismo y el espiritualismo, dos reducciones del valor de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. La vida religiosa cristiana queda determinada por el estatalismo que, de modo unilateral, también se suele llamar “clericalismo”. La religiosidad cristiana se desarrolla en el ámbito de reglas concebidas de un modo legalista (civil, político y religioso).
Cristo sin Iglesia
«Segunda consecuencia: “Cristo sin Iglesia”. Si el primer aspecto se identifica con el fideísmo, el segundo aspecto, que es consecuencia inmediata, puede llamarse gnosis, gnosticismo, en sus diversos aspectos o versiones. Si se elimina de Cristo el hecho de que fue un hombre, un hombre real, histórico, se elimina la posibilidad misma de tener experiencia cristiana. La experiencia cristiana es una experiencia humana, hecha de tiempo y de espacio como cualquier otra realidad material. Sin este aspecto material del objeto de la experiencia que el hombre tiene de Cristo, desaparece la posibilidad de vivir esa contemporaneidad con Él que es prueba de la verdad de todo lo que Cristo dijo de sí mismo. La eliminación de la carnalidad que implica cualquier experiencia humana, incluida la experiencia de Cristo, lo sitúa y también a la Iglesia en el terreno de la abstracción, reduciéndolo a uno de los muchos modelos religiosos existentes. La imposibilidad de aceptar el cristianismo en el mundo actual se identifica, por tanto, con esta negación». (pp. 127-129).
Iglesia sin mundo
«El tercer aspecto de la influencia que el mundo racionalista ha introducido en nuestra vida eclesial, individual o colectiva, es una Iglesia sin mundo. De esto dependen el clericalismo y el espiritualismo, dos reducciones del valor de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. La vida religiosa cristiana queda determinada por el estatalismo que, de modo unilateral, también se suele llamar “clericalismo”. La religiosidad cristiana se desarrolla en el ámbito de reglas concebidas de un modo legalista (civil, político y religioso).
El espiritualismo consiste en una fe yuxtapuesta a la vida; así la fe ya no es razón que ilumina y fuerza que actúa en la vida. Todo espiritualismo sólo puede hablar de la resurrección de Cristo de manera sentimental: devoción por un recuerdo, no memoria de una presencia. De modo que Cristo no ha resucitado realmente con su cuerpo: la resurrección no es algo presente, la salvación no ha comenzado todavía.
La salvación se concibe “escatológicamente”, sólo en el último día. De este modo se vacía totalmente de contenido la salvación de lo humano tal y como es definida por la fe, porque la fe anuncia, tiende a realizar y realiza, en la medida de lo posible, la salvación del presente. Si se confina la salvación al último día se destruye de hecho la racionalidad de la fe, es decir, su humanidad, la concreción humana de nuestra relación con Cristo; y, por último, la razón misma de ser de la Iglesia en el mundo, el “quién es quién” del cristiano en el mundo. La Iglesia deja de ser así protagonista y se convierte en cortesana de la historia cultural, social y política». (pp. 131-132)
Un mundo sin “yo”
«De una “Iglesia sin mundo”, un mundo sin yo: este es el cuarto “sin” con el que resumimos las reflexiones sobre la situación actual del mundo.
Si la Iglesia no tiene mundo, este mundo tiende a vivir sin el yo: es decir, se produce una alienación. Este mundo tiene como característica y como resultado – previsto o no previsto, querido o no querido, normalmente querido por el poder, por quien tiene el poder cultural del momento – la alienación.
Un mundo sin “yo”
«De una “Iglesia sin mundo”, un mundo sin yo: este es el cuarto “sin” con el que resumimos las reflexiones sobre la situación actual del mundo.
Si la Iglesia no tiene mundo, este mundo tiende a vivir sin el yo: es decir, se produce una alienación. Este mundo tiene como característica y como resultado – previsto o no previsto, querido o no querido, normalmente querido por el poder, por quien tiene el poder cultural del momento – la alienación.
De este modo, sintéticamente, el mundo termina por ser el ámbito de la existencia que define el poder y sus leyes. Mientras que el mundo es el ámbito en el que Cristo realiza con el tiempo la redención del hombre y de la historia. En la desviación o la antítesis racionalista, el mundo se reduce al ámbito de la existencia definido por el poder y por sus leyes, que se convierten así en instrumentos de violencia.
Una existencia definida por el poder y por sus leyes tiene como consecuencia última la pérdida de la libertad, la no consideración o la abolición de la libertad, una abolición que no se proclama teóricamente pero que se vive en la práctica: y puesto que la libertad, se la defina como se quiera, es el rostro del yo humano, se trata de la pérdida de la persona humana. A esto se le llama, claramente, alienación». (pp. 134-135)
Yo sin Dios
«Este yo, el yo alienado, es un yo sin Dios. El yo sin Dios es un yo que no puede evitar el tedio y la náusea. Por eso simplemente se deja vivir: se puede sentir partícula del todo (panteísmo) o bien presa de la desesperación (por el prevalecer del mal y de la nada: el nihilismo)». (p. 136)
Una existencia definida por el poder y por sus leyes tiene como consecuencia última la pérdida de la libertad, la no consideración o la abolición de la libertad, una abolición que no se proclama teóricamente pero que se vive en la práctica: y puesto que la libertad, se la defina como se quiera, es el rostro del yo humano, se trata de la pérdida de la persona humana. A esto se le llama, claramente, alienación». (pp. 134-135)
Yo sin Dios
«Este yo, el yo alienado, es un yo sin Dios. El yo sin Dios es un yo que no puede evitar el tedio y la náusea. Por eso simplemente se deja vivir: se puede sentir partícula del todo (panteísmo) o bien presa de la desesperación (por el prevalecer del mal y de la nada: el nihilismo)». (p. 136)
Desde el libro de Luigi Giussani "El hombre y su destino. En Camino" FUENTE: http://www.clonline.org/articoli/esp/lg_sinHlls.htm |
1 comentario:
Gracias esto es muy útil al mirar la realidad y despierta la memoria.
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