La adoración es una práctica muy tradicional?
DANNEELS: Veo que muchos jóvenes la descubren como algo nuevo. Se vio también en Colonia. O en la adoración silenciosa de los niños de primera Comunión en la Plaza de San Pedro, el 15 de octubre. Los jóvenes aprecian una fe anunciada sin ambajes, sin interminables preámbulos y “trucos” de pre-evangelización. Están abiertos a quienes dan testimonio de su fe cristiana en la libertad, sin tratar de convencerles con presiones. Son como pajaritos que se paran curiosos en el alféizar de la ventana. No hay que tratar de capturarlos.
Los mismos sacramentos son un hecho visible?
DANNEELS: Los sacramentos son gestos concretos, que se sirven de signos materiales. El signo es siempre visible, pero es siempre signo de algo no visible: la res sacramenti que a través del signo se comunica. Ahí está la fuerza de la liturgia. Estares no es perceptible cuando la liturgia se vuelve teatro, autocelebración construida por nosotros. Y justamente cuando sucede esto, la liturgia se vuelve algo pesado. No tiene sentido ir todos los domingos a la misma obra de teatro.
¿Qué vínculo hay entre la visibilidad de los sacramentos y la visibilidad pública de la Iglesia?
DANNEELS: Los signos sacramentales se presentan con la fisonomía de la humildad. Son sencillísimos, ordinarios, pobres: el agua, el pan, el vino, el aceite. No se trata de causar impresión, de proponer escenas con efectos especiales. La liturgia con sus gestos repetidos y discretos sugiere, es sugerencia de realidades invisibles cuyos efectos se ven. Y el sujeto de la acción litúrgica y sacramental es el propio Cristo. La acción litúrgica y sacramental no es una técnica publicitaria para influir, hipnotizar, plagiar. Análogamente, la presencia pública de la Iglesia no es por naturaleza asimilable a una manifestación de poder, o a una técnica para hacer presión sobre la sociedad.
Vienen a la mente las palabras de Péguy de que Jesús vino para salvar al mundo, no para cambiarlo.
DANNEELS: Lo primero es ser salvados. Luego viene el cambio. El cambio no es la premisa, sino el efecto visible de la conversión interior. Y todo impulso para cambiar cristianamente el mundo puede resultar violento si no deja vislumbrar la ternura del Señor hacia nosotros. No somos nosotros los que obramos el cambio en nosotros mismos.
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