Los sueños que se promueven a las jóvenes generaciones, por los medios de comunicación, son luego de transitados, caminos de frustración. Esta sociedad de consumo, esconde debajo de la alfombra los escombros que produce, un dato indicativo es el aumento considerable del índice de suicidios entre los jóvenes de AL. Estamos en una sociedad de consumo, que promete la felicidad en la posesión de los bienes, y que presenta como saldo final la depresión.
Qué es lo que está ocurriendo? Parece una pregunta simple y necesaria, ciertamente, no hay respuestas sencillas, porque el problema es serio. Tan serio como el divorcio, el aborto, la infidelidad y la violencia doméstica. Y lamentablemente, son motivo de un trato superficial, marcado por intereses egoístas o económicos, que alimentan proyectos de leyes en los parlamentos, con la trágica consecuencia social de ir delineando una cultura emergente que en sus prácticas retorna al paganismo.
La matriz
cultural cristiana, daba a los hombres, independientemente que practicaran o no
la fe católica, una escala de valores que dignificaban a la persona humana y
fortalecían la misión de la familia en la construcción de la sociedad. Educaba
para la libertad, actuando en el plano del conocimiento intelectual y en la
práctica de las virtudes. ¡Cuánta inteligencia desperdiciada por negligencia en
una vida de ocio exacerbada! ¡Qué poco se valora el esfuerzo en la educación!
Se engorda la inteligencia pero no se educa la voluntad.
Lo que ha
entrado en crisis es la antropología, y misteriosamente en una época marcada
por el giro antropológico. Parece una paradoja, pero lo cierto, es que el giro
se ha tornado en una puerta giratoria que no se detiene, impidiéndole al hombre
salir, si no está muy atento. En esta situación, lo que más se ha resentido es
la comprensión justa del sentido de la vida para utilizar adecuadamente nuestra
libertad. El hombre de hoy, que está tan centrado sobre sí mismo, parece clamar
por una ayuda para salir de esta situación.
Sin embargo, se aferra
al relativismo en todas su expresiones, y ciertamente que esto hace su eclosión
en el ámbito familiar. El relativismo moral es en el plano existencial una
plaga que avanza, aún más devastadoramente que le Sida. El relativismo atenta
contra una válida interpretación de la existencia humana, porque considera
intolerante la postura de aquel que busca y cree en la Verdad. Pensar que se
puede comprender la verdad esencial es visto como intolerante, porque ello
atenta contra el subjetivismo imperante. El relativismo ético ha provocado la
rápida transformación de las costumbres, y es objeto de impulsos destructores
que minan los mismo fundamentos culturales.
Ante un panorama
así, es propio del mal espíritu invitarnos a no luchar, a bajar los brazos, a
plegarnos a todos lo que dicen: "no hay salida". Pero, el Señor ha
trazado con su Pascua el signo indeleble, de que la vida y el amor vencen en
toda situación de muerte. El Señor Jesús, se detiene frente a nuestras casas,
nuestras culturas, colegios, partidos políticos y nos invita a perseverar en la
lucha a favor de la Verdad. Únicamente la Verdad nos hará libres, y por lo que conocemos hasta hoy, solamente Jesús ha dicho ser el Camino, la Verdad y la Vida.
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