Aparece en el prólogo de San Juan la antítesis Luz-tinieblas que aparece también en Jn
3,19;8,12;9,4;11,9. Esta manera metafórica de hablar contrapone
radicalmente el ámbito divino de la luz del ámbito antidivino de las
tinieblas. Jesús, la luz del mundo, hace que la fuerza de la luz y de la
vida vuelva a irrumpir en el cosmos entenebrecido (1,9;3,19;12,46). Finalmente,
la imagen también se aplica al comportamiento moral de los hombres, puestos
al descubierto por el portador de la luz escatológica (3,19ss).Todos estos
aspectos están implicados y asociados entre sí en la venida de la luz de
Cristo: la salvífica irrupción de la luz divina en el mundo, el llamamiento
dirigido a los hombres a optar aquí y ahora por la luz, la división de los
hombres según su pertenencia a al luz o
a las tinieblas(1 Jn 2,8).
La luminosidad de Dios se concentra en Cristo
como en un foco. Él es el portador de la luz y el que trae la luz. Metáfora de ello fue el hecho de dar vista a
los ciegos (Jn 9). Él es la luz misma, la verdadera, auténtica, real y propia luz (Jn1,7-9; Jn 3,19; Jn 8,12 ).Toda luz terrena alude a Él. En Él se hizo presente la eterna
luz de Dios dentro de la historia humana.
En la nueva Jerusalén celestial irrumpe con poder manifiesto desde
su cuerpo glorificado. Su brillo ilumina la ciudad celeste. La luz que ilumina
desde el Señor es distinta de toda luz terrena.
Aunque ésta ilumine al mundo con tanta
claridad, el mundo con su indigencia y sus pecados puede parecer, sin
embargo, oscuro al hombre. En este sentido dice San Buenaventura que el
mundo está lleno de noches. Se pregunta Claudel: "¿Puedes asegurarme que vale la pena abrir los ojos? ¿Puedo
ver la justicia si los abro?"
Aunque el sol parezca tan claro, no puede expulsar la noche de la
injusticia y de la vulgaridad.
La luz de Cristo no sólo ilumina de
otra manera, sino que transforma el mundo. Por eso es la verdadera luz.
Comparada con su fuerza luminosa, toda luz terrena es una turbia
apariencia. La luz de Cristo no conoce puesta de sol. Por eso la
ciudad celestial no conoce la noche, sino sólo un día eterno. Sus
habitantes son transfigurados por la luz procedente de Cristo glorificado.
Se hacen luminosos. Se cumple lo prometido en II Cor. 3, 18: "Todos
nosotros, a cara descubierta, contemplamos la gloria del Señor como en un
espejo y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, a medida
que obra en nosotros el Espíritu del Señor."
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