2013-09-18 Radio Vaticana
(RV).- (audio) En su catequesis de hoy, el Santo Padre ha insistido de nuevo en la imagen de la Iglesia como una madre que cuida y orienta con amor a sus hijos. Porque igual que una mamá nos enseña a caminar en la vida, nos protege con amor durante este camino y reza a Dios por nosotros.
“Una mamá sabe lo que es importante para que un hijo camine bien en la vida, y no lo ha aprendido en los libros, sino que lo aprendió de su corazón. La universidad de las madres es el propio corazón: allí aprenden cómo llevar adelante a sus hijos. ¡Y esto es hermoso!
La Iglesia hace lo mismo: orienta nuestra vida, nos enseña a caminar por el buen camino. Pensemos en los Diez Mandamientos: nos muestran un camino por recorrer para madurar, para tener puntos fijos en nuestro modo de comportamos. Y son el fruto (óiganlo bien eso: son el fruto) de la ternura, del amor de Dios, que nos los dio a nosotros. Ustedes me puede decir, ¡ pero son órdenes! Son un conjunto de "no, no, no"! Yo quisiera invitarles a que los lean - tal vez los hayan un poco olvidado - y luego piénselos en positivo. Verán que tienen que ver con nuestra forma de comportamos con Dios, con nosotros mismos y con los demás, precisamente todo aquello que nos enseña una mamá para vivir bien. Nos invitan a no hacernos ídolos materiales que luego nos esclavizan, a recordarnos de Dios, a respetar a los padres, a ser honestos, a respetar a los demás...Traten de verlos así y considerarlos como si fueran las palabras, las enseñanzas, que da la mamá para ir bien por la vida. Una madre nunca enseña lo que es malo, lo único que quiere es el bien de los hijos, y así hace la Iglesia”.
Luego, los hijos crecen, se hacen adultos, toman su camino en la vida, se asumen sus propias responsabilidades y a veces puede que se descarríen de su camino, ha indicado el Papa. Pero las madres en cualquier situación, tienen la paciencia de continuar acompañándoles. Las empuja la fuerza del amor. Saben seguir con discreción, con ternura a los hijos también cuando se equivocan, encuentran siempre el modo de estarles cerca para ayudarles: “dan la cara por ellos para defenderlos siempre”. Piensen en las madres que sufren por los hijos que tienen en la cárcel o en situaciones difíciles: no se preguntan si son culpables o no, continúan amándoles, a menudo sufren por ello humillaciones, pero no tienen miedo.
“La Iglesia es así, es una madre misericordiosa, que entiende, que siempre trata de ayudar, de alentar; incluso cuando sus hijos se han equivocado y se equivocan, no cierra nunca las puertas de la Casa; no juzga, sino que ofrece el perdón de Dios, ofrece su amor que invita a retomar el camino, incluso en aquellos hijos que han caído en un profundo abismo, no tiene miedo de entrar en su oscuridad para darles esperanza”.
Y las madres saben también llamar a la puerta del corazón de Dios, afirmó Francisco. La madres rezan por su hijos, especialmente por los más débiles y los que tienen más necesidad, por los que han tomado caminos peligrosos o equivocados.
“Pienso en ustedes, queridas madres: ¡cuánto rezan por sus hijos, sin cansarse! Continúen orando, confíen sus hijos a Dios; ¡Él tiene un gran corazón! Llamen a aquella puerta, al corazón de Dios, con la oración, por sus hijos. Y lo mismo hace la Iglesia también: porque pone en las manos del Señor, con la oración, todas las situaciones de sus hijos. Confiemos en el poder de la oración de la Madre Iglesia: el Señor no permanece insensible. Siempre sabe sorprendernos cuando menos lo esperamos. ¡Y la Madre Iglesia lo sabe!”
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