La guerra es consecuencia del alejamiento de Dios, del lento y progresivo silenciamiento de sus mandamientos. De la actitud soberbia e insensible con que el hombre se coloca frente a su Creador. El hombre una vez más, intenta construir otra Babel, como aquella Torre famosa, en la que expresa el deseo de edificar la historia sin Dios. Pronunciando su palabra, envuelta en intereses personales y ambiciones desmedidas, le dice a su Señor "no te serviré". Los caminos que los hombres construyen buscando la tan anhelada paz, ponen a Dios a la "vera", prescindiendo de Él.
La Paz no nace de la seguridad de las armas, ni de la destreza de los soldados, tampoco tiene su origen en la estrategia de los peritos. No se la puede decretar en ningún parlamento, aunque sería una magnifica idea interpelarla en las Cámaras, no para censurarla, sino para escucharla. No recibe ayudas del presupuesto, ni entra en los proyectos de los economistas, camina tantas veces por los labios de los informativistas que algunos han comenzado a dudar de su existencia. Se la busca en los lugares que no frecuenta, y tantos la prometen, que de tanto esperarla algunos se desalientan. Se halla presente en los más importantes discursos como un deseo frustrado, ha sido invocada por algunos tratados que nunca son aplicados. Algunos "poderosos" en el supermercado del mundo la pusieron de oferta, si uno compra una caja le entregan dos.
La Iglesia con los ángeles proclama; "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres..." Este deseo recorre el universo, pero debe ser acogido en los corazones para habitar en ellos. Jesucristo es la Paz, es el mensajero de la Paz: "Es hermoso ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la Paz". Cada región debería anhelar tener las huellas del Señor, que desea en sus apóstoles ir hasta los confines del mundo. Bienvenidos son " los pasos del que trae buenas noticias, que anuncia la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación"(Is 52,7).
La Paz que viene del Señor, "no la puede dar el mundo", porque tiene su origen en ÉL y es fruto de la relación de amistad con Dios. Ésta exige justicia y misericordia, pero, para aceptar su exigente propuesta hay que tener: valor, fortaleza, mansedumbre y humildad; estas virtudes conducen a la paz y la edifican. Esta Paz (la única) extirpa el temor. En el amor no hay temor hay confianza. El hombre debe "abrir las puertas de su corazón al príncipe de la Paz, Jesucristo", debe confiar en Él, permitiendo que sus huellas queden marcadas en nuestra existencia.
El Resucitado, cuando se aparece a sus discípulos, la invoca como centro de su saludo; "la paz este con ustedes". Ella es un don de Dios. Cuando la muerte se levantaba poderosa e invencibles, Cristo la sentenció diciéndole: "Tu no tienes la última palabra"."¿ Dónde está muerte tu aguijón?. La paz es hija de la Resurrección, sabiamente dispuesta por el Padre en el corazón de la Pascua, es entregada a los apóstoles en el día de Pentecostés.
¿ Acaso la pequeñez de Belén fue un impedimento para que naciera el "Hijo del Altísimo?" Y siendo la más pequeña, no dio a luz al más grande, al príncipe de la Paz. Por todo esto, hoy más que nunca, Jerusalén, sobre ti, amanecerá el Señor. Mira que tu Señor viene montado en un asno, afina el oído de tu corazón. Viene en un frágil niño, dado a luz por su santa Madre en un establo, acógelo con confianza.
Todos comprendemos la necesidad de construir un mundo en Paz, este deseo de nuestro corazón encuentra la respuesta de Dios en Belén.
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