sábado, 30 de noviembre de 2013

HANS URS VON BALTHASAR: PRIMER DOMINGO DEL ADVIENTO (A)


Dios viene. Antes de distinguir entre la primera y la segunda venida de Dios, deberíamos comprender el mensaje central del Adviento y la apremiante exhortación que contienen: Dios está en camino hacia nosotros. Tal era el presentimiento creciente de todo el Antiguo Testamento, que con el advenimiento de su Mesías esperaba también el final de los tiempos; este era también el presentimiento inmediato de San Juan Bautista,quien, según los tres sinópticos, no quería sino preparar en el desierto un camino al Señor y anunciar un juicio decisivo : "El hacha está tocando la base de los árboles" (Lc 3,9). Lo que viene después de él es la última decisión divina de la historia. Los tres textos están orientados hacia esa otra venida de Dios: pretenden despertarnos del sueño y de la indiferencia; exhortarnos a esperar al Señor con la cintura ceñida y con las antorchas encendidas o con aceite en las lámparas. En la segunda lectura Pablo nos apremia de una manera especial: se puede percibir la proximidad de Dios en el tiempo de la propia vida; él está ya cerca de nosotros desde el momento de nuestra conversión. El evangelio insiste en la necesidad de permanecer en un estado de alerta que no crea poder observar la venida de Dios en las relaciones terrenas: Dios irrumpe en la historia en cierto modo verticalmente, desde lo alto; vienen para todos a una hora que nadie espera: precisamente por eso hay que estar siempre esperándole.

La espera. El estado de vigilancia que se nos pide, exige en primer lugar distinguirse del curso del modo que no tiene esperanza o que a lo sumo aspira a metas intramundanas, que no cambia nada esencial en las costumbres de la vida cotidiana: "comer,beber,casarse", sin sospechar siquiera que con la venida de Dios puede irrumpir en el mundo algo comparable al diluvio. Pablo llama a estas actividades puramente terrenales "las obras de las tinieblas", porque no han sido realizadas de cara ala luz que comienza a brillar. El apóstol no desprecia lo terreno: hay que comer y beber, pero "nada de comilonas y borracheras"; hay que casarse, "pero nada de lujuria, ni desenfreno"; hay que trabajar en el campo y en el molino, pero sin "riñas ni pendencias". Lo terreno es regulado refrendado por la espera de Dios, quedando así reducido a lo necesario. La actividad del mundo es un sueño y ha llegado la hora de espabilarse: es el mejor momento para despertar. Este estar despierto es ya un comienzo de luz, un pertrecharse con las armas de la luz para no volver a caer en el sueño, para luchar contra la modorra que produce el tráfago del mundo abandonado de Dios.

A la luz del Señor. La gran visión inicial de Isaías( en al primera lectura) muestra que los que esperan a Dios son un monte espiritual por cuya luz pueden orientarse todos los pueblos, pues únicamente de aquí saldrá "la ley, el árbitro de las naciones", sólo aquí la interminable guerra intramundana cesará y se tornará sosiego en una paz de Dios; sólo aquí puede el mundo, oscuro de por sí, caminar a la luz del Señor. Naturalmente- tanto en la perspectiva vetero como neotestamentaria- esto no sucederá sin división y juicio: unos serán tomados,otros dejados. La promesa del Dios que viene contiene también necesariamente una amenaza. Pero amenza sólo en el sentido de exhortación a estar despiertos y preparados. Para el que está despierto, lallegad de Dios no es motivo de temor: cuando Dios llegue, "alzad la cabeza que se acerca vuestra liberación. (Lc 21,28).


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