El año litúrgico concluye con esta solemne afirmación. Jesucristo rey del Universo. La liturgia celebra la orientación de la Creación y la historia, que se encaminan como lo indica la Escritura, de modo concluyente, a ponerse bajo la realeza de Cristo: “Señor de señores y Rey de reyes”. Pero, su realeza será únicamente una realidad escatológica? Debemos silenciar los aspectos esenciales de esta celebración debido al mal ejemplo de los reyes de este mundo?
Los creyentes viven y experimentan en la fe el misterio de su realeza, y “gustan” ser vasallos del Señor. A pesar de las contrariedades propias de lo contingente, y de las debilidades pecaminosas de sus seguidores, Cristo reina y ciertamente, “su reino no tendrá fin”.
Pilato inquieto y preocupado, como tantos personajes actuales, le interroga acerca del Reino y su realeza. Y siendo que lo ve maltrecho, se desborda de curiosidad malsana. “Eres tú Rey?”(Jn 18,38). La realeza de Cristo comienza en el corazón de los hombres. La gracia divina se introduce en la aparente contrariedad, no resuelta en el corazón de Pilato y en el de tantos hombres, que ejercen cargos de responsabilidad pública y se escandalizan con el modo en que Cristo ejerce su reinado.
“Para esto he venido”(Jn 18,37). Expresión clara, terminante y tarea apremiante e inequívoca para su Iglesia. Ayudar a descubrir al Rey, que quiere reinar en el corazón de todos los hombres. Si los cristianos viven esta verdad, buscarán que pueda vivirse en las familias. Un reinado personal y familiar que tiende a propagarse socialmente, como a modo de círculos concéntricos, desde la realidad más interior a la exterior, en nuestras casas, escuelas y realidades sociales.
No se debe avasallar a los que no creen, ni silenciar a Jesús, y el deseo que tiene de reinar en las almas, familias y sociedades. Aquí, no está en juego una estrategia pastoral, o un poder real o político al estilo de los poderes de este mundo. Está en juego la Verdad, la única que existe sobre el hombre, el mundo, su vocación y destino último.
Está clara la pretensión, no de ser un rey más, que descansa en el mausoleo de la historia, de los que se conservan algunos objetos que utilizó en el museo de la ciudad. Jesucristo es el Rey, y “su reino no tendrá fin”.
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