viernes, 22 de mayo de 2015

RANIERO CANTALAMESSA: ESPÍRITU SANTO CREADOR DE LA TRADICIÓN

Analizando el título de "creador", constatamos en seguida que no se trata de una elección ocasional, tal vez dictada por exigencias de métrica. Al contrario, es el fruto de todo un filón de la revelación biblíca y de la Tradición de la Iglesia.

 El concepto de creador tuvo un papel decisivo en la definición de la divinidad de Jesucristo en el concilio de Nicea (325). Fue el terreno del desencuentro entre arrianos y ortodoxos. Siguiendo el pensamiento filosófico de aquella época, que era el platonismo intermedio, los herejes arrianos distinguían tres grados del ser: el ser no engendrado, que es Dios, el ser intermedio, que es el demiurgo o el dios segundo; y el ser hecho y creado, que es el de las criaturas.

A esta tripartición, el pensamiento ortodoxo ratificado en Nicea opone la nueva clasificación cristiana que sólo conoce dos posibilidades: el Ser increado y el ser creado. O se es creador, o se es criatura: no hay término medio. Llegados a este punto, toda la batalla de la ortodoxia consitirá en demostrar que el Hijo no es una criatura y que, por tanto, forma parte del ser creador igual que el Padre.

 La distinción del Credo - engendrado, no creado - permite superar el dilema del arrianismo. En efecto, gracias a ella podemos distinguir entre generación y creación: el Hijo es engendrado, pero no es creado; al contrario, es creador junto con el Padre. Una vez asegurada la divinidad de Cristo, se utiliza esta arma para resolver el problema de la divinidad del Espíritu Santo.

Es otra vez Atanasio, el campéon de Nicea, el primero en utilizar la fuerza de este argumento a favor de la divinidad del Espíritu Santo. Su razonamiento es muy sencillo: "Como el Hijo, que está en el Padre, no es una criatura, sino que tiene la sustancia del Padre, así tampoco está permitido contar entre las criaturas al Espíritu que está en el Hijo y que el Hijo tiene en sí mismo, mutilando así la Trinidad" Este argumento se basa en un dato fundamental de la experiencia cristiana: los cristianos se sienten transformados y deificados por el contacto del Espíritu. "Si el Espíritu Santo fuera una criatura, nosotros no tendríamos, por medio de él, ninguna participación de Dios... Pero si, mediante la participación del Espíritu, nos hacemos participes de la naturaleza divina, sin duda sería insensato el que dijera que el Espíritu pertenece a la naturaleza creada y no a la de Dios."

 En este terreno le siguen todos los Padres que escriben en defensa de la divinidad del Espíritu Santo. San Ambrioso lo convierte en el baluarte de su doctrina sobre el Espíritu Santo, trasladando este debate también al mundo latino: "¡El Espíritu Santo no es, por tanto, criatura, sino creador!".

La misma expresión creator Spiritus se encuentra ya en san Agustín: "Ellos no disciernen bien cuando confunden a la criatura con el Creador y colocan entre las criaturas al Espíritu Creador". El concilio de Constantinopla del 381 no introduce de manera explícita, en el artículo sobre el Espíritu Santo, el título de "creador", quizá para no repetir lo que, en el mismo Símbolo de fe, se dice del Padre, y utiliza en su lugar el apelativo de "Señor" (Creo en el Espíritu Santo, Señor...). Pero la oposición entre siervo y señor (o rey) no es más que otra manera de expresar la oposición entre criatura y creador. San Gregorio Nacianceno condena a los que distinguen en Dios a un creador (el Padre), un colaborador (el Hijo) y un siervo (el Espíritu Santo).

Y san Basilio escribe: "Si es creado, el Espíritu Santo es ciertamente un siervo; pero si está por encima de la creación, entonces es partícipe de la realeza." A nosotros hoy nos parece un tanto extraño que no se resuelva el problema de la raíz, atribuyendo de manera clara y sencilla al Espíritu Santo el título de Dios.

Pero éste era, hasta ese momento, el modo de proceder de la ortodoxia: evitar aplicar abiertamente el título de Dios al Espíritu Santo - permaneciendo así fieles a la letra de la Escritura que habla de un Dios. (Ef 4,6)- y proclamar su fe en la absoluta divinidad del Espíritu, atribuyéndole de hecho la isotimia, es decir, el mismo honor y veneración que se le atribuyen al Padre y al Hijo. Por ese mismo motivo, el artículo de fe aprobado en Constantinopla en el año 381 no dice que el Espíritu Santo es Dios, sino que "con el Padre y el Hijo recibe la misama adoración y gloria".

 Llega un momento en que la fe en el Espíritu Santo como creador empieza a ser profundizada y basada teológicamente en la doctrina trinitaria. Todas las obras que Dios lleva a cabo fuera de sí mismo son comunes a las tres personas divinas, y por eso, también el Espíritu es creador junto con el Padre y el Hijo.

San Agustín perfecciona esta conquista convirtiéndola en un baluarte de la doctrina trinitaria: en Dios todo es común, cuando no está en causa la característica propia de cada persona. Por tanto, también la creación es común a los Tres. De esta forma definitiva, la idea patrística del Espíritu Santo como creador entra en el Veni creator.

 En otro de sus escritos, Rábano Mauro afirma: "Muy oportunamente, al decir que Al principio creó Dios - que es como decir: el Padre en el Hijo / el cielo y la tierra - ha sido mencionado también el Espíritu Santo - Y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.- Con eso se indica que las tres personas de la Trinidad con su poder han cooperado juntas en la creación del mundo."

 Más tarde, santo Tomás de Aquino dirá que el Espíritu Santo " es el principio mismo de la creación de las cosas". Con eso, nos vamos dando cuenta de las profundidades que se esconden detrás de la palabra que proclama al Espíritu "creador".

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