viernes, 1 de mayo de 2015

GIACOMO BIFFI: DÍA DE LOS TRABAJADORES


Nosotros, confiándonos a la intercesión de San José, nos encontramos aquí para rezar por los hombres que trabajan (y por sus problemas viejos y nuevos); por lo hombres y los jóvenes que no llegan a trabajar (y por sus problemas, que son ahora más graves); por los hombres que -debido a sus responsabilidades culturales, económicas, sociales y políticas- están llamados a afrontar y a tratar de resolver los problemas arduos y decisivos de la ocupación y de su equitativa distribución, de una organización "humana" de la responsabilidad y de las labores, de un empleo no alienante del tiempo, en el contexto siempre más complejo de las modernas tecnologías.

Nuestro deber primer y directo -especialmente en esta sede- es precisamente el de elevar nuestra plegaria al Padre del cielo, sobre todo para que sea reanimada nuestra fe, fortalecida nuestra esperanza, y reconfirmada nuestra adhesión a la ley evangélica del amor. Cuando prevalece el escepticismo y la desconfianza, corresponde justamente a los cristianos ofrecer certezas tranquilizadoras y volver a proponer los ideales de fraternidad. El tiempo que estamos viviendo está sin lugar a dudas signado por el ansia y por la confusión...

Pero es innegable que hoy somos presas de un cúmulo de dificultades casi inextricables.Y somos muchos los desorientados ante este malestar general y de manera especial ante la "dispersión" de nuestros hermanos en la fe.Cuando los días se tornan descarriados y nublados, lo más urgente que se debe hacer -si no se quiere extraviarse del todo- es tornar más nítida nuestra identidad.

Ser lo que somos siempre y en toda circunstancia, con plena convicción y valiente claridad: éste es el primer propósito que hoy queremos hacer en la casa de Dios. La identidad cristiana se delinea con tanto mayor evidencia cuanto más crece en nosotros el conocimiento del Señor Jesús, como único Salvador del mundo; el conocimiento de la realidad santa y santificadora de la Iglesia; el conocimiento del hombre y de su dignidad inalienable, a la luz de la verdad evangélica. 

Jesús es el único Salvador del mundo. Esto, para nuestra realidad personal, significa que, por más laudable que sea, ninguna atención al diálogo con las otras religiones y con las filosofías extrañas puede hacernos dudar jamás de que, como está escrito, «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hech 4,12). Esto, por nuestro compromiso cultural, significa que ningún respeto debido a quien tiene opiniones diversas a las nuestras nos debe llevar poco a poco a diluir la fidelidad a aquel que es el único Maestro. Esto, para nuestra militancia civil, significa que nuestra visión del hombre y de la sociedad no puede estar nunca sacada de las ideologías en contraste con el mensaje de Cristo.

Pero no basta. Para salvaguardar en serio nuestra identidad es necesario que esté siempre claro y fuerte en nosotros el sentido de nuestra pertenencia eclesial. Es una suerte y un motivo de alegría vivir y actuar como parte de la grey del único verdadero Pastor; una suerte y un motivo de alegría que siempre debemos saber custodiar.

No os fiéis de los que dicen: "somos Iglesia", y no demuestran una auténtica y cordial consonancia de ideas y sentimientos con el Sucesor de Pedro y con los sucesores de los Apóstoles. Como dice San Ambrosio: "Donde está Pedro, allí está la Iglesia; donde está la Iglesia, ahí no hay muerte alguna, sino la vida eterna" (In Psalmum 40,30). Las malas teologías han hecho ya suficiente daño a los trabajadores cristianos.

Del magisterio de Cristo, infaliblemente custodiado por la Iglesia, se sigue una inconfundible concepción del hombre, que nos protege de todas las locuras que están infestando la tierra. En esta concepción del hombre se fundan también nuestras irrenunciables opciones solidarias y nuestra efectiva atención hacia los pueblos más necesitados.

En virtud de esta concepción del hombre reaccionamos ante todo ataque contra la vida humana inocente, contra la solidez de la familia, ante el permisivismo y el relativismo moral. Y reaccionamos con la misma firmeza con la que la Iglesia ha condenado siempre todo ataque a quien es la imagen viva de Dios, creado en Cristo y redimido por Cristo. 

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