La santa Iglesia nos enseña a sus hijos con cuánta atención y confianza debemos recurrir a nuestra amorosa protectora, mandando que la honremos con culto muy especial. Por esto cada año se celebran muchas fiestas en su honor; un día a la semana está especialmente consagrado a obsequiar a María; en el Oficio divino, los sacerdotes y religiosos la invocan en representación de todo el pueblo cristiano; y todos los días a la mañana, al mediodía y al atardecer los devotos la saludan al toque del Angelus. En las públicas calamidades quiere la santa Iglesia que se recurra a la Madre de Dios con novenas, oraciones, procesiones y visitas a sus santuarios e imágenes. Esto es lo que pretende María de nosotros, que siempre la andemos buscando e invocando, no para mendigar de nosotros esos obsequios y honores, que son bien poca cosa para lo que se merece, sino para que al acrecentarse nuestra confianza y devoción pueda socorrernos y consolarnos mejor. "Ella busca -dice san Buenaventura- que se le acerquen sus devotos con veneración y confianza; a éstos los ama, los nutre y los recibe por hijos".
Dice el mismo santo que Ruth quiere decir "la que ve y se apresura", y ella fue figura de María porque viendo nuestras desgracias se apresura a socorrernos con toda su misericordia. A lo que se añade lo que dice Novarino: que María, viendo nuestras miserias, ansiosa y llena de amor y deseo de hacernos bien, se dispone a socorrernos; y como no es tacaña en derramar las gracias, como madre de misericordia, no se demora en desparramar entre sus hijos los tesoros de su generosidad.
¡Qué pronta está esta buena madre a ayudar a quien la invoca! Explicando Ricardo de san Lorenzo las palabras de la Sagrada Escritura: "Tus pechos, como dos gamitos mellizos", dice que María está pronta a dar la mística leche de su misericorida al que la pide, con la celeridad con que van los gamos veloces. Y dice: "A la más leve presión de un Ave María, derrama sobre quien la invoca oleadas de gracias". Así que, dice Novarino, María no corre, sino que vuela en auxilio de quien la invoca. Ella, dice el mismo autor, al ejercer la misericordia es semejante a Dios; como el Señor, al instante alivia al que le pide ayuda, porque es fiel a la promesa con que se ha comprometido: "Pedid y recibiréis", así María, en cuanto se siente invocada, al instante se presenta con su ayuda. Por esto mismo podemos entender quién es la mujer del Apocalipsis a quien se le dieron las alas del águila grande para volar al desierto (Ap 12,14). Ribera entiende que estas alas son el amor con que María voló a Dios. Pero el beato Amadeo dice a nuestro propósito que esas alas del águila son la celeridad con que María, superando la velocidad de los serafines, socorre siempre a sus hijos.
Por eso se lee en el Evangelio de San Lucas que cuando María fue a visitar a santa Isabel y a colmar de gracias a toda aquella familia no anduvo con demoras, sino que, como dice el Evangelio: "Se levantó María y se marchó con prontitud a la montaña" (Lc 1,39). Lo cual no se dice que hiciera a la vuelta. Por eso también se lee que las manos de María son como torneadas, porque, como dice Ricardo de San Lorenzo, así como labrar a torno es la manera más fácil y rápida, así María está más pronta que los demás santos a ayudar a sus devotos. Ella tiene supremos deseos de consolar a todos, y en cuanto se siente invocada, al instante, con sumo placer, acepta las plegarias y socorre al instante. Con razón, san Buenaventura llamaba a María "salvación de los que la invocan", queriendo decir que para salvarse basta invocar a esta Madre de Dios. Ella, al decir de San Lorenzo, se manifiesta siempre pronta a ayudar a quien la llama. Y es que, como dice Bernardino de Busto, más desea tan excelsa Señora darnos las gracias de lo que nosotros deseamos recibirlas.
Ni la muchedumbre de nuestros pecados debe disminuir nuestra confianza de ser oídos por María. Cuando ante ella nos postramos, encontramos a la madre de misericordia, y para la misericordia sólo hay lugar si encuentra miserias que aliviar. Por lo que como una amorosa madre no siente repugnancia de curar al hijo leproso, aunque la cura fuera molesta y nauseabunda, así nuestra maravillosa Madre no nos abandona cuando recurrimos a ella, por muy grande que sea la podredumbre de nuestros pecados que ella tiene que curar. Esta idea es de Ricardo de San Lorenzo.
Esto mismo quiso dar a entender María apareciéndose a santa Gertrudis con el manto extendido para acoger a todos los que a ella acudían. Y vio la santa, a la vez, que todos los ángeles se dedican a defender a los devotos de María de las tentaciones diabólicas.
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