viernes, 8 de noviembre de 2019

HANS URS VON BALTHASAR: DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Aquí tenemos la visión de Jesús sobre la historia del mundo que vendrá después de él. Mientras que la primera lectura ve por adelantado la última fase de la historia -, separando a los malvados que serán quemados como paja, de los justos, que brillarán como el sol-, Jesús en el evangelio ve la constantes teológicas dentro de la historia. La predicción de la destrucción del templo no es más que un preludio. Mientras está en pie, el templo está en la casa del Padre que debe conservarse limpia para la oración. Pero Jesús no se ata a templos de piedra; tampoco a las catedrales o a los magníficos templos barrocos –ni al cuidado y conservación de los mismos-, sino solo al templo de su cuerpo, que será la Iglesia, sobre cuyo destino se predicen tres cosas:

Muchos vendrán usando mi nombre...; no vayáis tras ellos. Pablo habló de la inevitabilidad de los cismas, todos los cuales ciertamente vendrán en mi nombre. Jesús condenó irremisiblemente a aquellos por los que viene el escándalo (Mt 18,7), y sin embargo los cismas son inevitables: así destacarán también lo hombres de calidad (1 Co 11,19). El que suplicó al Padre por la unidad de los cristianos no podía prever nada más doloroso ¿Son irremediables los cismas? Casi automáticamente vienen a la mente estas palabras: “Nadie hecha un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado (Mt 9,16). Aquí se recomienda sólo una cosa: No vayáis tras ellos.

Después viene la previsión “de guerras y lamentaciones de pueblo contra pueblo y reino contra reino”.Esto no es un empréstito del lenguaje apocalíptico que hoy ya no habría que tomar en serio, es más bien la consecuencia de que Jesús no viniera a traer la paz terrena sino la espada y la visión hasta en lo más íntimo de las relaciones familiares (Mt 10,34). Lo que su doctrina suscita en la historia, es la aparición de las bestias apocalípticas. Y cuanto más aumentan los instrumentos del poder terrestre, tanto más absolutas llegar a ser la oposiciones. Esto es bastante paradójico, porque Jesús declaró bienaventurados a los débiles y a los que trabajan por la paz, pero justamente su presencia hace que las olas de la historia del mundo se enfurezcan cada vez más. La doctrina y la persona de Jesús fueron ya intolerables para sus contemporáneos; “¡Fuera, fuera! Crucifícalo! A su pretensión de ser la Verdad (se ha declarado Hijo de Dios, Jn 19,7), la historia del mundo responderá de una manera cada vez más violenta.

Por eso la persecución no será un episodio ocasional sino un existencial para la Iglesia de Cristo y para cada uno de los cristianos. En este punto Jesús es formal (vers. 12-17). “Os”perseguirán a vosotros, los representantes de la Iglesia, y por tanto a toda la Iglesia. Como lugares en los que los cristianos deben dar testimonio (martyrion) se mencionan la sinagogas y los tribunales paganos. Se anuncian arrestos, cárceles, traiciones y odios por todas partes, incluso por parte de la propia familia; en cambio, sólo matarán a algunos de estos mártires, lo que ha de tenerse presente para el concepto martirio. (También en el Apocalipsis aparece más o menos lo mismo, se exige dar testimonio con el compromiso de la propia vida, lo que a veces implica ponerla en peligro, pero no necesariamente el testimonio del ángel).

¿Qué debe hacer el cristiano? Pablo da en la segunda lectura una respuesta lacónica: trabajar. Y trabajar como él. Tanto en la Iglesia como en el mundo. Pablo ha trabajado día y noche. “nadie me dio de balde el pan que comí. Al cristiano se le exige un compromiso en la Iglesia y en el mundo, visto desde la providencia de Dios: “Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá” (Lc 21,18).

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