El cambio, necesidad de la noción de potencia
Pero dirá alguno: ¿no constituirá esto un puro juego de palabras, sin verdadero significado? De ningún modo, y para comprenderlo bastará dejar por un instante la abstracción metafísica y dar una ojeada al mundo.
El cual aparece, ante todo, como una mezcla de movimiento de elementos. Todo cambia en la naturaleza: unas estaciones suceden a otras, y los seres vivientes se nos ofrecen constantemente apareciendo, creciendo y muriendo. Ahora bien, ¿qué es el cambio? Si intentamos, no representárnoslo de una manera sensible, sino analizarlo con la inteligencia, se nos ofrece (caso curioso) como una mezcla de ser y de no ser. Una cosa que cambia, por ejemplo la nieve que se licua, es, a un tiempo, nieve y no nieve, agua y no agua ¿No habrá aquí una violación del principio de no-contradicción? Según este principio,¿no debe una cosa ser lo que es, sin poder, al mismo tiempo, dejar de serlo?¿ Además, para que el agua provenga de la nieve, no es preciso que la nieve fuera ya agua? De lo contrario, nosotros tendríamos tal ser, el agua, que dimanarías de un absoluto no-agua, si es lícito expresarse en estos términos ¿Pero no es esto hacer dimanar el ser del no ser, e identificar lo que es con lo que no es? Para ser agua no era necesario sino que la nieve continuase siendo lo que ya era.
El cambio, el devenir, son hechos muy simples y tan corrientes, tan fundamentales en la experiencia, que no nos preocupamos de explicarlos. Con todo, ellos han sido de harta dificultad para los filósofos, porque parecen oponerse al principio de no-contradicción, como quiera que toda cosa que cambia es y no es, a un tiempo, lo que ella es. Además, parece haber contradicción en el hecho de que para llegar a ser tal realidad era preciso que la cosa fuese ya, a un tiempo, y no fuese ya, tal realidad.
Tales son las consideraciones que movieron al gran filósofo Aristóteles a dividir el ser en :"ser en acto y ser en potencia". Hasta aquí no habíamos dividido el ser: solamente nos habíamos preocupado de aquellos aspectos suyos tan universales que son aplicables a todo ser real o posible. Ahora llegamos ya a una división, y la más universal de todas. Ya no estudiamos simplemente aspectos del ser, ni consideramos aún sus diversos géneros; sino que estudiamos sus estadios fundamentales o constitutivos, y, por consiguiente, comenzamos a dividirle, continuando, empero en la esfera de los trascendentales, es decir, de lo absolutamente universal.
Los filósofos contemporáneos de Aristóteles se sintieron tan fuertemente impresionados por la oposición del ser y del devenir o cambio, que llegaron a la negación, ya de aquél, ya de éste. O bien, rehusando el testimonio de los sentidos, decían que "el ser es uno e inmóvil", o bien, renunciando a comprender la idea de ser, afirmaban solamente que "todo es cambio". A estas conclusiones, escribe Aristóteles, llegaron porque no distinguían el ser en acto del ser en potencia. Así, el agua no ha salido de un puro "no agua", lo cual sería incomprensible, sino del "agua en potencia". Pero ha sido necesario un cambio para que ella pasase a ser agua en acto.
Hablando en general, los cambios que observamos en la naturaleza no prueban que el ser nuevo dimane del no-ser ni del ser en acto, pero denuncian que el ser en acto proviene del ser en potencia. Así, para utilizar un ejemplo impresionante, cuando nos hallamos ante una verdadera transformación, ante la substitución, en un ser, de una forma o naturaleza por otra forma o naturaleza, hay un substrato, un sujeto de cambio, y ese substrato, es un ser puramente en potencia, puramente potencial, la materia prima.
La potencia y el acto, división y relaciones.
Sobre la teoría de la materia y de la forma y la teoría completa del devenir y del movimiento, habremos de hablas nuevamente en la Cosmología. Si a ellas hemos hecho aquí alusión, ha sido para ayudara comprender que el ser se divide fundamentalmente en potencia y en acto. El mundo de nuestra experiencia nos conduce a esa idea del devenir en potencia. Pero una vez la hemos adquirido, nos basta ya considerar la idea de ser para comprender que hay dos maneras de ser, o bien equivaliendo a poder ser. Puede ser es todavía ser en cierto sentido, porque no se identifica con la nada; y prueba de ello es que hay cosas del todo imposibles (si es lícito expresarnos en estos términos), o mejor: podemos referirnos-sin pensarlas verdaderamente- a imposibilidades absolutas, como un círculo cuadrado o un número infinito. Y estos imposibles no solamente no existen, mas de ningún modo pueden llegar a tener realidad alguna: bajo ningún concepto participan del ser. Pero entre las cosas posibles, las hay que lo son a tal naturaleza y no tal otra, o que simplemente exceden a las fuerzas de la naturaleza y no son posibles sino a Dios.
Continuemos aún considerando esa idea de poder ser o de potencia: ella puede aparecer bajo la formas diferentes, porque una cosa puede ser de diferentes maneras, a saber, activamente o pasivamente, en tales o cuales circunstancias, etc. Lo que aquí más nos interesa comprender es que el acto y la potencia son dos maneras de ser, que se oponen ambos al no-ser, y recíprocamente.
Estas dos maneras son ser, y las dos se oponen, por tanto, al no-ser. En efecto: si el acto, esto es, el ser completo, acabado y plenamente real, es más real y, por tanto, más ser que la potencia, ésta, no obstante, siendo un poder ser no es la nada y, por tanto, participa realmente del ser. Empero, ella es una realidad diminuta, un ser inferior e imperfecto, porque, a la verdad, si el poder ser es algo, no se identifica, sin embargo, con el ser en acto, con referencia al cual (si es lícito hablar así) es como nada. Aunque los dos se opongan a la nada, el acto y la potencia se oponen entre sí absolutamente, y es fácil comprender que un mismo ser no se puede a un tiempo ser en acto y en potencia bajo un mismo aspecto, aunque un mismo ser puede muy bien estar compuesto de potencia y de acto, de elementos potenciales y de elementos actuales.
La potencia es realmente ser; ella es real y, con todo, de sí misma es infinitamente inferior al acto. Una potencia que jamás fuese actuada no tendría valor alguno; sería, en verdad, pero sería como si no fuese. Se comprende, pues, que la potencia sea relativa al acto, ella es para el acto, por causa del acto y no es sino por referencia al mismo acto.
No siendo sino relativa a éste, no podemos conocerla sino mediante el mismo acto, estableciendo cierta comparación, oposición y referencia con el propio acto. Muy a nuestro gusto definiríamos el acto: "lo que es realmente y completamente", y la potencia: "lo que puede pasar a actos". Pero precisamente por esto el concepto de potencia es delicado y sutil. No es lícito reducir la potencia a la nada bajo pretexto de oponerla al acto. Hay potencias reales. Cierto que no existen independientemente y se hallan, por decirlo así, ligadas a algún acto: es así como la materia existe en la firma y la esencia por la existencia, según más adelante explicaremos.
Pero si no es lícito reducir la potencia a la nada, tampoco lo es identificarla con el acto, bajo el pretexto de conservar la realidad. Ni sería exacto representárnosla como un germen que existe, ya formado, en las cosas. La semilla es ciertamente una planta en potencia, pero semilla en acto y, en acto, nada más que semilla. Hay caso en metafísica en los cuales nos hallamos en presencia de puras potencias las cuales nada son en acto ni son acto en nada. La imaginación no las alcanza, pero la inteligencia continúa diciendo: ee un principio de ser; es el ser real bien que por terminado y relativo a un ulterior acabamiento; es ser, pero en potencia.
La potencia y el acto son miembros divisorios demasiado fundamentales del ser para que sean susceptibles de definición propiamente dichas. Ellos no son géneros. El acto puede describirse diciendo que "es aquello que completa", y no debemos confundirlo con lo que ordinariamente llamamos acto, esto es, con la acción u operación. En cuanto a la potencia, no debe entenderse exclusivamente en el sentido de poder activo.
Hay dos clases de potencia, la potencia activa y la potencia pasiva. Así, mi inteligencia, es una potencia activa porque, para pensar en acto, le basta obrar y ella es así la causa eficiente de su acto: el pensamiento. El agua fría, al contrario, se halla tan solo en potencia pasiva con referencia el calor, porque ella puede pasar a ser caliente, más a condición de sufrir pasivamente la actividad del fuego, agente exterior que será la causa eficiente del calor en el agua. Activa, empero, o pasiva, ninguna potencia, como potencia, puede, por sí, pasar al acto. Para esto, se requiere la intervención del acto. Así, en el ejemplo que hemos aducido, si la inteligencia se pone en movimiento para pensar es en razón a que ha intervenido un ser en acto, interno o externo. Este principio es muy importante, pero aquí debemos limitarnos a consignarlo.
La simple posibilidad, es decir, el hecho de que una cosa no es imposible de sí porque no implica contradicción alguna (como es posible una montaña de oro) no constituye una verdadera potencia. Es llamada posibilidad lógica, porque es desde el punto de vista lógico que se nos ofrece como realizable. Más, para que ella llegase a tener realidad, sería aún necesario un ser real provisto de potencia activa para realizarla, en el cual ella se hallaría como potencia activa. Como puro y simple posible, ella no participa del ser sino de otro modo más lejano y que después explicaremos; no es una potencia real como la materia, o la voluntad.
Dios solo es Acto puro: eternamente todo lo que Él es, es enteramente e infinitamente realizado.
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