El análisis microscópico ha confirmado que dentro del sarcófago (que no consta que haya sido abierto al menos desde el siglo IV) hay ricos tejidos de lino y púrpura entretejidos con hilos de oro, junto con algunos granos de incienso. Hay también restos humanos de los que, gracias a la sonda, se pudieron tomar algunas muestras: esos restos fueron analizados con el carbono 14 (por un laboratorio que desconocía la procedencia) y confirmaron que pertenecían a una persona que vivió entre los siglos I y II.
“Esos datos parecen confirmar –dijo el Papa- la unánime y firme tradición de que se trate de los restos mortales del apóstol Pablo”. Como debe ser, las palabras del Papa fueron muy prudentes. En realidad, todo parece indicar que la arqueología confirma lo que siempre se creyó: que la basílica está construida sobre la tumba del apóstol. Se repite la misma historia de San Pedro. Ambos templos se construyeron sobre las tumbas de los dos apóstoles, las cuales –a pesar de las vicisitudes de 20 siglos de historia- están situadas justo debajo del altar mayor, en el lugar de mayor relevancia. (En la foto, altar de mayor de la basílica de san Pablo con la apertura que se ha practicó para hacer visible una parte externa del sarcófago.
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