jueves, 2 de julio de 2009

BENEDICTO XVI: ¿CUÁL ES LA FINALIDAD DEL AÑO SACERDOTAL?


Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración de las Primeras Vísperas de los santos Pedro y Pablo, que presidiré esta tarde en la basílica de San Pablo Extramuros, se cierra el Año Paulino, abierto en el segundo milenario del nacimiento del Apóstol de las gentes.

Ha sido un verdadero tiempo de gracia en el que, mediante las peregrinaciones, las catequesis, numerosas publicaciones y diversas iniciativas, la figura de San Pablo ha sido propuesta de nuevo en toda la Iglesia y su vibrante mensaje ha reavivado en todas partes, en las comunidades cristianas, la pasión por Cristo y por el Evangelio.

Demos, por tanto, gracias a Dios por el Año Paulino y por todos los dones espirituales que nos ha traído.

La divina providencia ha dispuesto que hace unos días, el 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, haya sido inaugurado otro año especial, el Año Sacerdotal, con motivo del 150º aniversario de la muerte –dies natalis- de Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars.

Un ulterior impulso espiritual y pastoral que –estoy seguro- traerá muchos beneficios al pueblo cristiano y especialmente al clero.

¿Cuál es la finalidad del Año Sacerdotal? Como he escrito en la carta especial que he enviado a los sacerdotes, busca contribuir a promover el esfuerzo de renovación interior de todos los sacerdotes para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más fuerte y eficaz.

El apóstol Pablo constituye al respecto un modelo espléndido a imitar, no tanto en la concreción de la vida –la suya, de hecho, fue realmente extraordinaria-, sino en el amor por Cristo, en el celo por el anuncio del Evangelio, en la dedicación a la comunidad y en la elaboración de eficaces síntesis de teología pastoral.

San Pablo es un ejemplo de sacerdote totalmente identificado con su ministerio –como lo será también el Santo Cura de Ars-, consciente de llevar un inestimable tesoro, que es el mensaje de la salvación, pero de llevarlo en un “recipiente de barro” (Cf. 2 Cor 4,7); por lo que él es fuerte y humilde al mismo tiempo y está íntimamente convencido de que todo es mérito de Dios, todo es gracia suya.

“El amor de Cristo nos posee –escribe el apóstol-, y esto bien puede ser el lema de cada sacerdote, que el Espíritu “encadena” (Cf. Hch 20,22) para hacer de él un fiel administrador de los misterios de Dios (Cf. 1 Cor 4, 1-2): el presbítero debe ser todo de Cristo y todo de la Iglesia, a la que está llamado a dedicarse con amor indiviso, como un esposo fiel a su esposa.

Queridos amigos, junto con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, invocamos ahora la intercesión de la Virgen María, para que obtenga del Señor abundantes bendiciones para los sacerdotes durante este Año Sacerdotal recién iniciado.

La Virgen, a quien San Juan María Vianney tanto amó e hizo amar a sus feligreses, ayude a cada sacerdote a reavivar el don de Dios que está en él en virtud de las Sagradas Órdenes, para que crezca en santidad y esté dispuesto a dar testimonio, si es necesario hasta el martirio, de la belleza de su total y definitiva consagración a Cristo y a la Iglesia.

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