Permaneced en mi amor. El evangelio de hoy, último antes de la ascensión del Señor, parece un testamento: estas palabras deben permanecer vivas en los corazones de los creyentes cuando Jesús no se encuentre ya externamente entre nosotros y nos hable sólo interiormente, en el corazón y en la conciencia. Estas palabras de despedida son al mismo tiempo una promesa inquebrantable, pero una promesa que incluye en sí una exigencia para nosotros. Jesús habla de su amor supremo, que consistió en dar si vida por sus amigos, pero para ser sus amigos debemos hacer lo que él nos pide. Promete a sus amigos que su amor permanecerá en ellos –esto tiene el valor de un testamento- si ellos permanecen en su amor, si guardan su del amor, como él guardó el mandamiento de amor del Padre. Las promesas de Jesús cuando está a punto de dejar este mundo son de una grandeza tan impresionante que, desde su punto de vista las exigencias que comportan para nosotros son algo implícito en ellas. Si ha compartido todo con nosotros, toda la insondable profundidad del amor de Dios y nos elegido para vivir en ella, ¿no es lo más natural que nosotros nos conformemos con ese todo, fuera del cual no hay nada más que la nada? E incluso este todo compartido es algo que podemos pedir constantemente al Padre: si permanecéis en el Hijo “todo lo que pidáis al Padre, os lo dará”. Don y tarea son inseparables; más aún, la tarea un puro don de la gracia. Con esto el evangelio anticipa ya en cierto modo el episodio de Pentecostés: el don es el Espíritu de Dios que nos ayuda a cumplir la tarea, el mandamiento del amor.
Los paganos reciben el Espíritu. La gracia de llegar a ser cristiano y de serlo realmente no depende de ninguna tradición eclesial puramente terrenal, sino que es siempre un libre don de Dios, que no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. Esto es precisamente lo que muestra la primera lectura, en la que el centurión pagano Cornelio y a los de su casa se les confiere ir el Espíritu antes de recibir el Bautismo. La Iglesia, representada aquí por Pedro, obedece a Dios cuando reconoce esta elección y acoge sacramentalmente a sus elegidos . La libertad de Dios, incluso frente a cualquier institución expresamente fundada por Cristo antes de abandonar este mundo, es inculcada a Pedro al final del evangelio de Juan. “Y si quiero..¿a ti qué te importa?Tú sígueme (Jn 21,22) La iglesia no puede pretender para sí las dimensiones del Reino de Dios, aunque sea esencialmente misionera y tenga que esforzarse por ganarse a todos los hombres por los que Cristo ha muerto y resucitado. El amor sobrenatural puede existir perfectamente fuera de la Iglesia, pero ciertamente es ese mismo amor el que impulsa al centurión Cornelio a incorporarse a la Iglesia, en la que el amor del Dios trinitario está en el centro, como se muestra en la segunda lectura.
Todo el que ama ha nacido de Dios. En la segunda lectura se nos exhorta al mismo tiempo a amarnos unos a otros porque Dios es amor, se nos recuerda que no debemos creer que sabemos por nosotros mismos lo que es el amor, que solo se deja comprender y definir a partir de lo que Dios ha hecho por nosotros; nos entregó a su Hijo como propiciacón por nuestros pecados. Pero esta afirmación (el que no sepamos naturalmente lo que es el amor) no debe desanimarnos a la hora de practicar ela mor mutuo, pues el amor se nos ha revelado no solamente para saberlo, para decirlo o para creerlo, sino para poder imitarlo y practicarlo realmente: "Queridos hermanos. Ámémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios"
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