En 1915, Gaudí sale a mendigar a las calles, casas y despachos de Barcelona. Pide limosnas para evitar la paralización definitiva de las obras del Templo, que arrastran un déficit insoportable. Todos opinan que lo más prudente es dejarlo como está; sólo Joan Maragall, en el artículo Una gràcia de caritat! (Diario de Barcelona, 7.XI.1905), había previsto diez años antes que la mano de Dios se manifestaría en la vida de Gaudí en forma de carencia de medios económicos y de abandono por parte de sus conciudadanos. El arquitecto reconoce a Dios como su verdadero Cliente. Confía plenamente en que El pondrá el dinero necesario para construir la catedral de los Pobres y extiende su mano por las calles de la ciudad pidiendo "¡Un céntimo por amor de Dios!"
Decía el maestro Gaudí: "El hombre sin religión es un hombre al que falta el espíritu, un hombre mutilado."
Así oraba Juan Pablo II:
María, Virgen y Madre, da cuna y morada de salvación a la nueva humanidad restaurada en Cristo, la Iglesia. (…) La Iglesia es el hogar universal de la familia de Dios, es vuestro hogar. De esta realidad misteriosa quiere ser expresión visible este magnífico templo de la Sagrada Família de Barcelona, debido a la inspiración de un alma particularmente sensible a todo lo eclesial como el padre José Manyanet y obra de arte del genial maestro Antoni Gaudí. Recuerda y compendia otra construcción hecha con piedras vivas: la familia cristiana, célula humana esencial, donde la fe y el amor nacen y se cultivan sin cesar.
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